Lecciones generales de la profecía.
Comentario de Mateo 24:1-14
J. C. Ryle
(1816–1900)
La primera lección general que tenemos ante nosotros es una advertencia sobre los engaños. Las primeras palabras del discurso son: “Mirad que nadie os engañe”.
No es posible imaginar una advertencia más necesaria que esta. Satanás conoce bien el valor de la profecía, y siempre se ha esforzado por desprestigiar el asunto. Cuántos falsos Cristos y falsos profetas surgieron antes de la destrucción de Jerusalén lo demuestran categóricamente las obras de Josefo. De cuántas maneras se ciegan continuamente los ojos de los hombres en nuestros días respecto a las cosas venideras se puede probar fácilmente. El irvingismo y el mormonismo se han hecho lamentablemente populares como argumentos para rechazar todo lo concerniente a la doctrina de la Segunda Venida de Cristo. Velemos, y estemos alerta.
No dejemos que nadie nos engañe respecto a los hechos principales de la profecía aún no cumplida, diciéndonos que son imposibles, ni respecto al modo en que sucederán, diciéndonos que es poco probable y contrario a la experiencia del pasado. No dejemos que nadie nos engañe respecto al tiempo en que se cumplirán las profecías aún no cumplidas, ni fijando fechas, por un lado, ni, por el otro, indicándonos que debemos esperar a que se convierta el mundo entero. Que nuestra única guía en todos estas cuestiones sea lo que la Escritura dice claramente, y no las interpretaciones tradicionales de los hombres. Que no nos avergüence decir que esperamos un cumplimiento literal de la profecía aún no cumplida; reconozcamos abiertamente que hay muchas cosas que no comprendemos, pero sigamos defendiendo tenazmente nuestra posición, teniendo mucha fe, esperando con paciencia y sin dudar que un día todas las cosas serán aclaradas. Ante todo, recordemos que la primera venida del Mesías para sufrir era el acontecimiento más improbable que se podría haber imaginado, y no dudemos que, igual que vino literalmente, en persona, a sufrir, también vendrá literalmente otra vez, en persona, a reinar.
La segunda gran lección que tenemos ante nosotros es una advertencia sobre las expectativas demasiado optimistas y extravagantes en cuanto a las cosas que han de suceder antes de que llegue el fin. Es una advertencia tan sumamente importante como la anterior. Bueno habría sido para la Iglesia que no se hubiera descuidado tanto esta advertencia.
No debemos esperar un reino de paz, felicidad y prosperidad universales antes de la llegada del fin; si así lo hacemos, nos estaremos engañando a nosotros mismos en gran manera. Nuestro Señor nos dice que estemos preparaos para presenciar “guerras, pestes, hambres” y persecución. No podemos esperar la paz hasta que no llegue el momento del regreso del Príncipe de paz; entonces, y solo entonces, se transformarán las espadas en rejas de arado, y las naciones dejarán de adiestrarse para la guerra; entonces, y solo entonces, la tierra dará su fruto (Isaías 2:4; Salmo 67:6).
No debemos esperar una época de pureza universal en la doctrina y la práctica de la Iglesia de Cristo antes de la llegada del fin; si así lo hacemos, estaremos cometiendo un grave error. Nuestro Señor nos dice que estemos preparados para presenciar la aparición de “falsos profetas”, una “multiplicación de la maldad” y un “enfriamiento del amor de muchos”. Todos los que profesan ser cristianos no recibirán la Verdad, y la santidad no se extenderá entre los hombres, hasta que regrese la gran Cabeza de la Iglesia, y Satanás sea atado; entonces, y solo entonces, habrá una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga (Efesios 5:27).
No debemos esperar que todo el mundo se vaya a convertir antes de la llegada del fin; si así lo hacemos, estaremos cometiendo un grave error. “El Evangelio ha de ser predicado en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones”, pero no debemos pensar que vayamos a presenciar que sea universalmente creído. Sí que “tomará de entre los hombres un pueblo para Dios” en todo lugar donde se predique fielmente, mediante el testimonio de Cristo, pero la gran reunión de las naciones no tendrá lugar hasta que Cristo vuelva; de entonces, y solo entonces, se llenará la Tierra del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar (Hechos 15:14; Habacuc 2:14).
Fijemos estas cosas en nuestros corazones y reordémolas bien. Son verdades eminentemente pertinentes en nuestro tiempo presente. Aprendamos a tener expectativas moderadas en cuanto a los resultados de la actividad existente en la Iglesia de Cristo, y nos ahorraremos muchas decepciones; apresurémonos a extender el Evangelio por el mundo, pues “el tiempo es corto”, no largo. Se acerca la noche, “cuando nadie puede trabajar”. Se avecinan tiempos difíciles. Puede que pronto haya herejías y persecuciones que debilitarán y confundirán a las iglesias; puede que pronto las naciones se estremezcan por una feroz guerra de principios; puede que pronto se cierren para siempre las puertas que ahora tenemos abiertas para hacer el bien; puede que aún veamos con nuestros propios ojos el Sol del cristianismo caer como el del judaísmo, entre nubes y tormentas. Ante todo, anhelemos el regreso de nuestro Señor. ¡Ojalá tengamos todos el deseo de orar a diario diciendo: “Ven, Señor Jesús”! (Apocalipsis 22:20).
J. C. Ryle. Meditaciones sobre los Evangelios. Mateo. Publicado por primera vez en inglés en el año 1856. Reseña tomada de la edición española de Editorial Peregrino, año 2001.