JESÚS SANA A UN LEPROSO.
(Marcos 1:40 al 45)
Introducción.
Este es el primer encuentro de Jesús con un leproso en los evangelios. Una enfermedad terrible, de lo peor que te podía pasar. De repente lo perdías todo y te convertías en un muerto en vida. Sin embargo para situarnos en el contexto tenemos que retroceder unos versículos (Mr 1:35-39).
(Mr 1:38) “Él les dijo: Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido.”
Jesús ha iniciado su primer viaje misionero por la tierra de Galilea, un viaje que duró semanas, incluso puede que meses, recorriendo las ciudades y aldeas, y anunciando las buenas noticias de salvación de parte de Dios (esperanza, perdón, reconciliación) por medio de la fe en su persona, .
Hay aquí una palabras que quiero destacar. El Señor tiene que escoger entre la comodidad de un hogar o un viaje fatigoso e incómodo a lo largo de Galilea. Escoge lo segundo y añade: “porque para esto he venido”.
Los seres humanos muchas veces vivimos desorientados, sin propósito en la vida, pero nuestro Señor siempre tuvo clara la razón que le trajo a este mundo. Como él mismo dijo, no vino a buscar las alabanzas de los hombres, ni una vida cómoda, sino a traer un mensaje de esperanza, a realizar una misión que incluía su muerte en la cruz para nuestra salvación:
(Mr 10:45) “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.”
Un leproso sale al encuentro de Jesús.
Marcos no da muchos detalles de este viaje, solo dice que Jesús “predicaba en las sinagogas de ellos en toda Galilea, y echaba fuera los demonios” (Mr 1:39). Pero a continuación, y como colofón, nos relata este significativo encuentro.
(Mr 1:40) “Vino a él un leproso,…”
Sucedió que en una de las muchas poblaciones que visitó, le salió al encuentro un hombre lleno de lepra (Lc 5:12).
La lepra es una terrible enfermedad bacteriana, y que fue frecuente en Israel en aquella época. Una enfermedad degenerativa que deformaba la cara, las manos y los pies de las persona. Las llenaba de bultos y úlceras, afectaba a los músculos y a los nervios, de tal manera que iban perdiendo sensibilidad y las extremidades se deformaban. En algunos casos la carne llegaba a desprenderse y se perdía la nariz, las orejas, los dedos e incluso los pies. Al cabo de unos años, la persona terminaba muriendo. Hasta el siglo pasado, el S. XX, no se encontró un remedio verdaderamente eficaz.
Las consecuencias de tener una enfermedad como esta eran terribles. Desde que el sacerdote, después de un examen riguroso, la diagnosticaba oficialmente el cambio en su vida era brutal (Lv 13:45-46). Llevaba la muerte en su carne, por tanto:
- Cambiaba sus vestidos por unos rotos, harapientos, incluso el cabello debía estar desordenado, así se expresaba la tristeza y dolor de su condición.
- Tenía que abandonar su familia y amigos, sus posesiones, y vivir en lugares deshabitados.
- Cuando se acercaba a un población debía ir gritando su condición de inmundo, a fin de que las personas se apartaran y evitaran el contacto.
- En consecuencia, tampoco podía participar de la vida religiosa del pueblo.
- Dependía de las limosnas para poder vivir.
De ahí que se le consideraba casi literalmente un muerto en vida. No contaba para nada y no tenía esperanza. Su enfermedad era incurable.
La lepra, una ilustración del pecado.
Este cuadro de la enfermedad nos ayuda a entender por qué la lepra viene a ser una ilustración del pecado y sus consecuencias. Mira las palabras que usa Isaías para describir a aquellos que viven en rebeldía contra Dios y persisten en su pecado:
(Is 1:5-6) “¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite.”
Vivir enemistado con Dios no es “una risa”, sino que tiene consecuencias terribles:
- De la misma forma que la lepra significaba separación, el pecado nos aleja de Dios y de nuestro prójimo:
(Ro 3:23) «por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,»
- De la misma forma que la lepra deforma a la persona, el pecado degrada moral y espiritualmente al ser humano.
- De la misma forma que la lepra conducía a una muerte horrible e inevitable, la paga del pecado es muerte. Eterna separación de Dios, un estado de continua agonía y sufrimiento.
(Ro 6:23) “Porque la paga del pecado es muerte,…” (1ª Tes 1:9) “los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder,”
- De la misma forma que la lepra era humanamente incurable, el pecado es una realidad de cuyas consecuencias no nos podemos librar.
Volviendo al relato, hemos de suponer que de alguna forma aquel hombre oyó hablar de Jesús, quizás veía como las personas iban enfermas y volvían curadas, y se preguntaba “¿Y por qué no a mí también?” “¿Por qué no puedo ir a Él?”. Y venciendo todas las limitaciones que tenía, y aún a riesgo de ser apedreado, este hombre llegó a literalmente a los pies de Jesús.
La actitud del leproso.
(Mr 1:40) “Vino a Él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: si quieres puedes limpiarme.”
No se acercó provocando, ni con victimismo o suspicacia -“Eh, es verdad lo que dicen de ti” -“¡Mira lo mal que me ha tratado la vida!” -“¡no merezco esto!” -“¡serás capaz de hacer algo por mí”! Sino que se desplomó sobre sus rodillas y con su cabeza en la tierra (Lc 5:12), es decir, totalmente roto y humillado, posiblemente entre gemidos y lágrimas clamó al Señor.
Este comportamiento viene a ser también una gran ilustración de la actitud con que los seres humanos deberíamos acercarnos a Dios buscando el perdón y la Salvación: Con humildad, rechazando toda forma de soberbia, y reconociendo nuestra necesidad e incapacidad (Ro 3:23) (Sal 34:18) (Sal 51:17).
“Si quieres puedes limpiarme” dijo el leproso. Él sabe que Jesús puede, eso no está en duda, pero ¿querrá limpiarle? Al fin y al cabo, lo suyo era lepra, no fiebre, o ceguera, o sordera. Se trataba de un desecho de la sociedad. Por otro lado, estas palabras revelan que estaba dispuesto a aceptar tanto un sí como un no.
La actitud de Jesús.
Esta incertidumbre, este temor que podía haber en su corazón explican el comportamiento y las palabras de Jesús:
(Mr 1:41) “Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio.”
Antes de fijarnos en el comportamiento y las palabras de Jesús, miremos lo que sucede en el interior de nuestro Señor. La expresión “teniendo misericordia” se traduce literalmente “sus entrañas se conmovieron dentro de Él” ¡Que maravillosa es la persona de nuestro Señor! “Las angustias de las personas son sus propias angustias. Ama tierna e intensamente a los afligidos y se muestra solícito en ayudarlos.” Que el Señor nos de entrañas como las suyas, esta podría ser nuestra oración.
A continuación, hace algo que sorprende a todos:
“Jesús, … extendió la mano y le tocó”. Posiblemente, desde el momento que el sacerdote le declaró leproso y se vio obligado a vivir en lugares desiertos, nadie, salvo quizás algún otro leproso, le había tocado. Años sin sentir el contacto de una mano amiga, y sí los desprecios, los palos o pedradas de gente sin misericordia. Creo que en ese momento el corazón de aquel hombre latió como nunca antes, sabía que el médico divino no le defraudaría.
Y seguidamente las ansiadas palabras de vida del Señor: “Y le dijo, quiero, sé limpio.” Quizás no era necesario decirlo, el tocarlo anticipaba la respuesta, pero Jesús no quería que quedara ninguna clase de duda. No estaba actuando forzado por las circunstancias ni contra su voluntad, Él deseaba hacerlo, Él quería hacerlo.
La sanidad de aquel hombre.
Cuando alguien tocaba a un leproso, incluso los objetos que este había usado, esa persona quedaba ritualmente contaminada y tenía que someterse a un proceso de purificación. Pero en el caso de Jesús será todo lo contrario, “lo puro toca lo impuro y lo impuro es purificado”:
(Mr 1:42) “Y así que hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio.”
Todas las grotescas consecuencias de la lepra desaparecieron. Su piel, su cara, sus manos, sus pies, su nariz, sus orejas, su cabeza, sus nervios, sus músculos, todo fue completamente restaurado. En un instante fue totalmente limpio. Con esta acción, nuestro Señor, además de misericordia estaba anticipando el valor de su muerte en la cruz a favor del pecador:
(Is 53:4-5) “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.”
La lepra y el pecador.
Mi querido amigo, todos estamos contaminados por la lepra del pecado y nuestra única esperanza es Jesús, el médico divino. Él es el único que puede sanar tu vida. No importa lo terrible de tu condición, la gravedad de tus pecados, ni el terrible dolor de tu corazón. La lepra no fue obstáculo para el poder de Jesús, y tu condición tampoco será obstáculo para él.
¿Sabes lo que sí podría ser un freno a su amor y hacer que continúes en la misma condición de lepra espiritual que hasta hoy (en pecado, separado de Dios y bajo juicio)?
Una actitud de rebeldía o de indiferencia. Como aquel pobre hombre, tienes que reconocer tu condición, tu incapacidad y tu necesidad, y creer que Jesús es el único que puede darte perdón y hacer de ti una nueva criatura.
La pregunta final sería ¿Querrás venir a Él reconociendo tu necesidad como hizo aquel hombre? Sus manos están prestas a extenderse y darte el perdón y la vida nueva que necesitas.