Cornelio el centurión, y “El Evangelio de la Paz”
(Hch 10:24-32).
Esta es sin duda una hermosa historia de un hombre, Cornelio, que buscaba a Dios y de cómo Dios salió a su encuentro. Y desde esta perspectiva preciosa nos vamos a acercar a ella. Sin embargo a modo de introducción, es bueno que conozcamos el trasfondo del relato.
Estamos en los inicios del cristianismo, en los albores del nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia. En este sentido, hay cuestiones muy importantes que aclarar porque marcarán el posterior desarrollo del Evangelio: ¿Entrarán solo judíos a este nuevo pueblo? ¿Y qué de los paganos, los gentiles? ¿Judíos y no judíos formarían parte del mismo en igualdad de condiciones?*
Es en este contexto donde las palabras de Pedro cobra pleno sentido: “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas” (Hch 10:34); y también el derramamiento de carácter extraordinario del Espíritu Santo al final del relato, un hecho semejante a Pentecostés. Dios no quería una iglesia de judíos, una iglesia de gentiles, una iglesia de samaritanos, y así sucesivamente. El propósito era hacer verdadera la afirmación de Jesús: “y habrá un rebaño y un pastor” (Juan 10:16). Dichas estas cosas, acerquémonos a la historia.
¿Quién era Cornelio? (Hch 10:1-2)
¿Quién era Cornelio, nuestro protagonista? La respuesta la encontramos en los dos primeros versos del relato:
(Hch 10:1-2) “Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada la Italiana, piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre.”
1º. Un centurión, un oficial del ejército romano, que vivía en Cesarea Marítima, donde estaba su guarnición. Una preciosa ciudad costera de Samaria construida por Herodes el Grande.
2º. Se le describe además como un hombre: “piadoso y temeroso de Dios”. Es decir:
– Que había abandonado el paganismo de sus padres y buscaba al único Dios verdadero. En esta búsqueda acudía a la sinagoga, escuchaba la Palabra, vivía conforme a las costumbres judías más elementales y daba ofrendas a los pobres.
– Y algo a destacar: oraba a Dios constantemente, no como una costumbre sino como una necesidad, con gran sinceridad. Estaba buscando a Dios.
Buscadores de la verdad.
La historia de Cornelio y sus amigos bien podría ser una ilustración de aquellos hombres y mujeres que viven buscando la Verdad. No que simplemente quieren “saber de Dios” y les gusta las cosas de religión, hay muchos así, sino que de verdad anhelan “conocer a Dios en sus vidas”. Para ellos esta historia tiene una buena noticia:
En Romanos Pablo escribe algo muy interesante: “Dios da… vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad,…al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios.” (Rm 2: 6-11).
Amigo mío: Nadie se salvará por buenas obras, por oraciones, ni por practicar una religión. Pero cuando alguien busca a Dios de forma sincera y vive conforme a la luz recibida, Dios mismo se cuidará de que de alguna forma pueda oír el Evangelio de Jesús y tenga la oportunidad de ser salvo. Esto es lo que ocurrió con Cornelio. Dios salió a su encuentro y esto es lo que desea para ti.
Pedro el mensajero (Hch 10:32-35).
Hecha esta presentación/introducción, damos un gran salto en el relato para retomar la lectura en el verso 32.
(Hch 10:32) “Envía, pues, a Jope, y haz venir a Simón el que tiene por sobrenombre Pedro, el cual mora en casa de Simón, un curtidor, junto al mar; y cuando llegue, él te hablará.”
Este fue el mensaje que recibió Cornelio de parte de Dios, y el motivo por el cual envió mensajeros a Pedro. Esta elección del Apostol para llevar la salvación a Cornelio y sus amigos, y con ellos abrir la puerta de la Salvación e introducir a los no judíos (a los gentiles) en la iglesia, no fue casual. Es el cumplimiento de lo que nuestro Señor anticipó en los evangelios cuando habló de “las llaves del reino” (Mt 16:19).
(Hch 10:33) “Así que luego envié por ti; y tú has hecho bien en venir. Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado.”
Antes de detenernos en Pedro y su experiencia, prestemos atención en lo que dijo Cornelio: “Todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado.”
– “estamos en la presencia de Dios…”. Eran conscientes de la solemnidad del momento. Se sabían ante la presencia del único Dios verdadero con un propósito. No era una reunión de amigos que hablan de religión mientras intentan pasarlo bien.
– “…para oír todo lo que Dios te ha mandado”. Además de expectación había una genuina disposición no solo para escuchar sino también para responder con obediencia. Allí nadie estaba entretenido haciendo dibujos o mirando un móvil.
Una buena pregunta es: ¿Somos conscientes de la presencia de Dios entre nosotros? ¿Con qué actitud hemos dispuesto el corazón? El predicador podrá ser más o menos agradable… pero lo cierto es que ¡Dios está aquí! No tanto por el lugar sino porque Él siempre está presente en medio de su pueblo, porque Él habla a través de Su Palabra, y sin duda trae bendición a los que quieran oírla.
La confesión de Pedro
(Hch 10:34-35) “Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia.”
Estas Palabras son muy interesantes. Antes de explicarles el mensaje de parte de Dios Pedro se sincera, “se confiesa”, y les dice: “En verdad comprendo que Dios…”
Él había estado “en el secreto del Señor” (Hch 10:9) (Sal 51:6; Jer 23:22). Y fue allí, en la intimidad y comunión con Dios, donde Dios lo quebrantó y capacitó para esta importante misión. Importante lección si como creyentes queremos ser hombres y mujeres ser usados por Dios: Tenemos necesidad de pasar tiempo con el Señor y Su Palabra, dejar que nos quebrante, y hablar de lo que hemos aprendido a sus pies.
Pero ¿Qué comprendió Pedro? “Que Dios no hace acepción de personas” “Qué Dios no hace discriminación,… allí donde hay una persona en agonía espiritual, personas que le buscan con sinceridad,… allí Dios hará resplandecer el Evangelio para que también sean salvos, para que pasen a formar parte de su pueblo, que es su Iglesia.”
“El Evangelio de la Paz” (Hch 10:36-43).
Pedro inicia la presentación del mensaje con un anuncio singular que sirve como un anticipo del contenido. Un discurso muy apropiado para la ocasión, posiblemente un resumen del contenido de la predicación apostólica en los primeros tiempos**. Veamos la sabiduría y el acierto con el que Pedro habla:
(Hch 10:36) “Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos.”
– Empieza con una declaración importante: “Dios envió mensaje a los hijos de Israel”. Este mensaje no era de nueva invención, sino la consumación de las profecías que desde antiguo Dios había dado al pueblo Hebreo.
– “anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo”. La buena noticia es que finalmente la enemistad del hombre con Dios a causa del pecado ha tenía una solución definitiva. El perdón es posible, la reconciliación con Dios es posible, la paz en nuestro corazón y la paz con el prójimo son también posibles. Y esto no por medio de una nueva religión sino de una persona: JESUCRISTO. Y a continuación añade:
– “Este es Señor de todos”. Al margen de lo que esto significaba para un romano, el mensaje es claro: La Salvación que Jesús traía no era para unos pocos sino que tenía vocación universal.
De ahí que en el resto del mensaje Pedro preste una especial atención a que conozcan la Verdad sobre Jesús y de las cosas que habían acontecido.
“Vosotros sabéis”.
(Hch 10:37) “Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan:”
“Vosotros sabéis lo que se divulgó” ¡Claro que lo sabían! Cesarea estaba en el territorio de Israel y tenía una importante población judía. Necesariamente habían escuchado de Juan el Bautista y después de un tal Jesús de Nazaret, del revuelo que organizó en Galilea, Judea y Perea, su mensaje, sus milagros y su muerte trágica.
Posiblemente lo que conocían era “la versión oficial”, la que “se divulgó”: que murió como un delincuente –como un maldito de Dios-. De esta forma Dios desautorizó su mensaje, era un impostor. Es por esto que Pedro repasará rápidamente la historia de Jesús, pero desde el punto de vista Divino. ¡La sorpresa será grande!
El ministerio de Jesús.
(Hch 10:38) “cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.”
Jesús no fue un embaucador. Tampoco un maestro que cayó en desgracia. El día que fue bautizado por Juan el bautista, Dios mismo después de ungirle con el Espíritu, dio testimonio de Él diciendo: “tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Lc. 3:22). Toda su vida y toda su obra estuvo respaldada por hechos portentosos que daban testimonio de esta verdad (Jn 3:2). Que Él era el Mesías prometido, el Ungido de Dios. Él era el Hijo de Dios hecho hombre.
La crucifixión de Jesús.
(Hch 10:39) “Y nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén; a quien mataron colgándole en un madero.”
Efectivamente, Jesús fue crucificado. Pero no porque Dios lo desautorizó o lo castigó por mentiroso. Fue a causa de la incredulidad del pueblo y la envidia de sus gobernantes que fue traicionado, tratado como un delincuente y finalmente muerto en la Cruz.
La resurrección de Jesús y exaltación por Dios.
Y ahora llegamos al punto culminante de la narración que sobre Jesús hace Pedro: La resurrección y exaltación:
(Hch 10:40-42) “A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase; no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos. Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos.”
Los hombres le llevaron a la cruz y lo presentaron como un fracaso. Pero Dios, al resucitarle, desautoriza aquel juicio humano; y no solo que reivindica su inocencia al resucitarle sino que además le ha entregado todo juicio. Como dice aquí: “Él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos.” (Hch 10:42).
Esto es serio. No se si alguno piensa que las obras o aún las intenciones del corazón nunca van a ser juzgadas. Pero están equivocados. Dios ha establecido un día de juicio en el cual cada uno ha de presentarse delante del divino tribunal. Allí lo oculto de sus corazones y lo íntimo de sus pensamientos será revelado. La realidad de lo que somos, pecadores por naturaleza, se hará evidente. Cada uno recibirá el castigo que corresponde (Hch. 17:31); (Rm. 2:16).
La promesa del perdón.
Pero aún hay “gran sorpresa” en la predicación de Pedro. Unas palabras de esperanza: “Perdón de pecados por Su nombre”.
(Hch 10:43) “De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.”
Desde un punto de vista moral la muerte de Jesús fue una grave injusticia. Eso no se discute. Pero este verso añade una nueva dimensión al suceso. Desde el punto de vista de Dios aquella muerte fue un sacrificio expiatorio por el pecado, la realización en el tiempo y en el espacio de aquel sacrificio preparado desde la eternidad por amor al hombre.
Sobre si mismo, en aquella cruz, Jesús soportó el juicio que nosotros merecemos por nuestros pecados. Jesús ocupó nuestro lugar de culpables frente a la justicia divina. Es en virtud de este acontecimiento sin igual que Dios puede ofrecer perdón, reconciliación y paz a todo aquel que cree, a quien por la fe recibe la obra de Jesús “…todos los que en Él creyeren recibirán perdón de pecados por su nombre”.
Amigo mío entre tanto que aquel día de juicio llega, ahora Dios te está ofreciendo perdón y vida por medio de Cristo. ¿Por qué conocerle como Juez cuando hoy puedes tenerle como tu Salvador personal, como tu Señor, como amigo y como hermano? Arrepentimiento y fe en Jesús, eso es lo que Dios quiere de ti.
“Aceptados por Dios” (Hch 10:44-46).
(Hch 10:44-45) “Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso. Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo.”
Los oyentes de Pedro no solo escucharon el mensaje sino que inmediatamente lo recibieron en sus vidas, se identificaron con la Persona de Jesús y con Su Obra (recordemos que no estaban allí para “discutir de religión” sino con intención de someterse al mensaje de Dios). ¿Qué harás tú con la Palabra oída?
En consecuencia, y de forma extraordinaria, Dios mismo da testimonio de que los había perdonado e incorporado a su nuevo pueblo, no como “creyentes de segunda” sino en las mismas condiciones que a los judíos convertidos, dándoles igualmente el Espíritu Santo. En este sentido, no olvidemos el importante momento histórico en que transcurre la historia (Juan 10:16).
El hecho de que no esperemos una manifestación extraordinaria del Espíritu Santo cuando nos convertimos, no significa que no recibamos al Espíritu al creer, o que seamos creyentes “de segunda”. En el mismo momento que una persona responde positivamente al Evangelio, el Espíritu Santo nos une indisolublemente a Cristo en su muerte y resurrección, aplicando la Obra de la cruz a nuestras vidas y transformándonos en nuevas criaturas; nos introduce en la familia de Dios, nos hace parte de la iglesia, y viene a morar permanentemente en nosotros capacitándonos con poder para la nueva vida con Dios.
Ahora solo falta una cosa, ¿Cuál será tu respuesta al Evangelio de la Paz? ¿Cuál será tu respuesta a la Persona y la Obra de Jesucristo? No lo dudes, si en verdad eres un “buscador de la verdad” como lo fue Cornelio, Dios sale a tu encuentro. No dejes pasar esta oportunidad para decir Sí a Jesús.
* Ernesto Trenchard. Los Hechos de los Apóstoles. 1993. Editoria Portavoz. Pág 239 y ss.
** F. F. Bruce. Hechos de los Apóstoles. Introducción. comentario y notas. 1998. Nueva Creación. Pág 252.