37 JESÚS SANA A UN SORDOMUDO


Jesús sana a un sordomudo 

(Mr 7:31-37)

(Mr 7:31) “Volviendo a salir de la región de Tiro, vino por Sidón al mar de Galilea, pasando por la región de Decápolis.”

Después de un tiempo en la región de Tiro, Jesús decide volver a las inmediaciones del mar de Galilea. Pero en vez de usar “la línea recta” sube hasta Sidón (unos 30 Km.) y da un gran rodeo por el norte hasta llegar al lago desde el otro lado, por la región de Decápolis. Es decir, alargó de manera sensible el viaje y evitó pasar por territorio judío. ¿Por qué? Porque no era un viaje misionero sino de un tiempo de instrucción con sus discípulos.

Decápolis significa diez ciudades. Es un territorio al sureste del mar de Galilea y que en parte perteneció a la tribu de Manases. Se conocía así porque albergaba un grupo de 10 ciudades grecorromanas. Ciudades semiautónomas que tenían como misión potenciar la cultura romana en la frontera oriental del imperio. Aunque en su mayoría sus habitantes eran paganos, había una importante minoría judía .

En realidad ya conocemos esta región, no es la primera vez que Jesús la visita. La primera fue cuando sanó al endemoniado gadareno (Gadara es una de las 10 ciudades). En aquella ocasión los habitantes le dijeron a Jesús que se fuera (Mr 5:17) y Jesús se fue, pero les dejó “un misionero”. Pidió al hombre restaurado que fuese su testigo (Mr 5:19-20). ¿Qué sucederá ahora?

Le trajeron un sordo y tartamudo.

(Mr 7:32) “Y le trajeron un sordo y tartamudo, y le rogaron que le pusiera la mano encima.”

Mateo nos dice que cuando llegó junto al mar, en seguida se acercó mucha gente que traían enfermos para ponerlos a los pies de Jesús (Mt 15:29-30). Y entre estos está el protagonista de este relato. Un grupo de personas, posiblemente amigos y parientes, traen un enfermo para ser sanado. Se trata de un “sordo y tartamudo” (lit. que hablaba con dificultad). Algunos traducen sordo y mudo, es decir que solo emitía sonidos.

“… y le rogaron que le pusiera la mano encima.” Posiblemente tenían noticias, o habían visto, que esta era su forma habitual de sanar. No le están rogando nada fuera de lugar. Sin embargo la respuesta del Señor no fue la que ellos esperaban. Observemos:

Tomándole aparte

(Mr:33) “Y tomándole aparte de la gente, metió los dedos en las orejas de él, y escupiendo, tocó su lengua;”

“Y tomándole aparte de la gente, …” Este gesto inesperado de Jesús, apartarlo de la vista de la multitud y los curiosos, es significativo. El Señor con su ejemplo mostró dos que nunca nos deben faltar en el trato con nuestros semejantes, no importa la condición de estos: sensibilidad y respeto

Posiblemente estaba asustado, no oía, no podía hablar, difícilmente sabía qué pasaba. Sacarlo de la vista de la multitud le proporcionó tranquilidad y sin duda le ayudaría a centrarse en la persona de Jesús. ¿Qué quería este hombre de él? 

Por otro lado, al apartarse con él, el Señor reclamó su dignidad como persona. Aquel enfermo no era “un mono de feria”, no era un espectáculo para entretenerse. Hoy diríamos, no era simplemente un expediente clínico, ni alguien con quien experimentar.

“metió los dedos en las orejas… tocó su lengua;…” Jesús no actuó de la forma habitual “poniendo la mano encima”. Eso fue otro error de aquellas personas, decirle al Señor como debe hacer las cosas. Ese también es un error nuestro, y que nos limita a la hora de reconocer la mano de Dios. Evidentemente el Señor no actuará caprichosamente, ni de forma indigna o excéntrica, eso va en contra de su propia naturaleza.

Hay quienes ven aquí, en la forma que Jesús hizo el milagro,  “meter los dedos en las orejas”, “tocar su lengua”, posiblemente con los dedos ensalivados, una manera de interactuar sensible con aquel hombre, que podía entender.

¿Por qué usó la saliva? No lo sabemos, también lo hizo con el ciego de Betsaida (Mr 8:23) y con el ciego de nacimiento de (Jn 9:6-7). Pero una cosa es cierta, no se trata de atribuirle un poder milagroso. La sanidad vendrá por Su Palabra todopoderosa.

Levantando los ojos al cielo.

(Mr 7:34) “Y levantando los ojos al cielo, gimió, y le dijo: Efata, es decir: Sé abierto.”

¿Por qué gimió mirando al cielo? Tampoco podemos responder con certeza. Lo más probable es que también forme parte de ese lenguaje sin palabras que Jesús usó para tratar con el sordo mudo. Al levantar los ojos al cielo le enseñaba de donde venía su poder “de arriba”, y al gemir, expresando dolor en su rostro, su identificación con el sufrimiento. Aquel hombre no podía oír, no podía hablar, pero podía entender y ver la empatía de Jesús.

Interesante pararnos un momento en la expresión: “Efata, es decir: Sé abierto.” “Efata” no es una palabra mágica, es una palabra aramea, el lenguaje que usó el Señor en aquella ocasión, y que significa “Sé abierto”. Una evidencia más de que los receptores primeros de este evangelio no eran judíos, y que Marcos obtuvo este testimonio de un testigo presencial como Pedro.

El trato personalizado de Jesús.

Este trato personalizado que Jesús dio a este hombre, tiene una importante lección sobre como el Señor trata con las personas en general, y con sus hijos en particular.

En la conversión, también en el discipulado, nadie puede esperar que mi experiencia sea igual a la de otro. Es un error usar mi experiencia como una vara de medir. Me explico:

En la conversión el resultado final siempre será el mismo, la persona debe llegar a la convicción de que necesita a Jesús y debe entregarle su vida. Pero el proceso que desemboca ahí es diferente según la persona.

No puedo esperar que la experiencia del otro tenga que ser igual a la mía. Mis crisis y mis luchas fueron unas, acordes con mi situación y mi personalidad, y las del otro serán diferentes, y así sucesivamente. ¿Por qué? Porque el Señor no trata con robots, trata con personas y lo hace individuamente. 

El discipulado es igual. Ni todos crecemos de la misma forma, ni a la misma velocidad, ni todos tienen los mismos conflictos que tratar con el Señor. Sin embargo este “trato personalizado” siempre tendrá un mismo propósito: que seamos hechos conforme a la imagen de su Hijo. Y en ello el artesano divino sabe como trabajar.

La curación del sordomudo.

(Mr 7:35) “Al momento fueron abiertos sus oídos, y se desató la ligadura de su lengua, y hablaba bien.”

Lo dijimos hace un momento, no fue un ritual mágico, ni la saliva del Señor la que lo sanó, sino Su Palabra Todopoderosa. 

Este milagro físico es una ilustración del milagro que ocurre en la esfera espiritual cuando una persona se convierte al Señor. De un estado de incredulidad, donde sus oídos están cerrados a la Palabra y no entiende, a un estado donde su oído y su mente son abiertos, y la lengua que antes negaba a Cristo ahora le alaba, ahora habla bien de Él.

El mandamiento de Jesús.

(Mr 7:36) “Y les mandó que no lo dijesen a nadie; pero cuanto más les mandaba, tanto más y más lo divulgaban.”

No es la primera vez que hace esto, y la razón la intuimos. El Señor no quería ser conocido como un hacedor de milagros. Ni tampoco que las multitudes se inflamaran y quisieran hacerle rey. Esa no era la clase de misión que vino a realizar. Él había venido a dar su vida en sacrificio por el pecado y establecer su reino en el corazón. El buscaba la fe de las personas en Su Persona y en Su Palabra. 

En todo esto hay un contraste curioso. Jesús les prohibió que hablaran pero ellos no callaron. A nosotros nos mandó que hablásemos de Él y generalmente callamos.

“Bien lo ha hecho todo.”

(Mr 7:37) “Y en gran manera se maravillaban, diciendo: Bien lo ha hecho todo; hace a los sordos oír, y a los mudos hablar.”

Estas palabras son un eco de las palabras del profeta (Is 35:5-6). Estaban en lo cierto, las señales de que el Mesías prometido estaba allí se estaban cumpliendo. 

“Bien lo ha hecho todo”, y no puede ser de otra manera. Así lo dice la Biblia en el primer capítulo de Génesis (Gn 1:31) y así quedará en evidencia en el final de los tiempos.

A veces no hay más que parar, echar la vista atrás, reflexionar en serio sobre nuestra vida, y entonces nos damos cuenta cómo el Señor ha estado obrando bien con nosotros. Y un día en la Eternidad, cuando todos nuestros conflictos y dudas estén resueltos, miraremos atrás y podremos alabarlo también con estas palabras: “Bien lo ha hecho todo”. Pero es más, al tener una perspectiva completa de la Obra de la Cruz, y cómo mediante ella el Dios a reconciliado consigo mismo todas las cosas (Col 1:20), también le alabaremos diciendo “Bien lo ha hecho todo”.

Himno 337