60 MALDICIÓN DE LA HIGUERA


Maldición de la higuera.

(Mr 11:12-14)

Una parábola dramatizada que denuncia un cristianismo basado en las apariencias, algo que Dios lo aborrece. Una lección objetiva que nos recuerda que tenemos la responsabilidad de evidenciar frutos para con Dios.

Si la entrada en Jerusalén sucede el domingo, el día siguiente es nuestro lunes. ¿Qué sucedió ese día? Seguramente fue un día intenso para Jesús, pero Marcos solo destaca dos sucesos: 1. La maldición de la higuera. 2. La limpieza del templo. 

Jesús tiene hambre.

(Mr 11:12) “Al día siguiente, cuando salieron de Betania, tuvo hambre.”

El primer incidente está precedido por un hecho natural, Jesús tuvo hambre. Según Mateo era por la mañana, la palabra indica muy temprano, de madrugada (Mt 21:18). No sabemos por qué Jesús tuvo hambre, pero es un hecho que nos recuerda de su perfecta humanidad. Cuando el Verbo se hizo carne añade humanidad a su divinidad. Una misma persona, dos naturalezas.

La higuera sin fruto.

(Mr 11:13) “Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas, fue a ver si tal vez hallaba en ella algo; pero cuando llegó a ella, nada halló sino hojas, pues no era tiempo de higos.”

La higuera es un árbol frutal, más o menos mediano, y tiene una copa muy ancha. También gruesas raíces. Es un árbol de hoja caduca, es decir las pierde en otoño y empieza a recuperarla en primavera. Sobre el mes de junio salen las brevas, aunque los brotes se dejan ver incluso antes que salgan las hojas, y al final del verano los higos. Por cierto, las brevas en realidad son higos que quedaron en letargo del año anterior. De hecho, no nacen de los brotes nuevos, por eso pueden aparecer antes incluso que las hojas. 

Estamos en la semana de la Pascua judía, al principio de la primavera, y aquí tenemos una higuera que ya estaba frondosa. Sin duda es una higuera precoz, que destaca sobre las otras por su aspecto, y aunque no es tiempo, invita a pensar en la posibilidad de encontrar algo. Pero que decepción. Mucha hoja, mucha apariencia, pero nada que pudieran aprovechar. 

La imprecación de Jesús.

(Mr 11:14) “Entonces Jesús dijo a la higuera: Nunca jamás coma nadie fruto de ti. Y lo oyeron sus discípulos.”

Estas palabras han dado lugar a toda clase de comentarios contra de Jesús. Algunos hablan de su mal carácter, de una ira incontrolada que le lleva maldecir un árbol, otros de su poca inteligencia al “empeñarse en encontrar fruto fuera de época”. Russell escribe “no parece que Jesús destacara por su inteligencia o virtud frente a otros personajes históricos famosos.”¹

Volviendo al texto, prestemos atención a dos consideraciones interesantes: 

  1. Efectivamente, una higuera no es responsable. Es absurdo maldecirla. Jesús es consciente de ello y lo hace. De lo cual se deduce no que Jesús es falto de inteligencia sino que la está usando la circunstancia para ilustrar una realidad espiritual. En este caso un juicio divino.
  2. Que la higuera no es maldecida por ser estéril o por no dar fruto antes de tiempo, sino “por ser engañosa”. Su apariencia, su aspecto frondoso, que daba a entender una realidad que no era. 

Y aquí interrumpe Marcos la narración. Ya no se vuelve a saber nada de la higuera hasta el día siguiente, cuando camino de Jerusalén pasen cerca del lugar. 

Y ahora una pregunta lógica ¿A quién o qué tenía Jesús en mente cuando dijo esto? Al llegar a los versos 20 al 26, donde Marcos retoma la escena, Jesús hace una reflexión interesante pero sigue sin explicar a quién o qué representa. ¿La razón? Creo que porque no hacía falta. Era algo evidente.

La higuera estéril, una ilustración de Israel.

Algunos hacen énfasis en los escribas y fariseos, otros en el templo y su culto, pero en definitiva de una u otra forma se termina coincidiendo en que aquella higuera era una ilustración de la realidad espiritual de Israel². Una condición que Dios no soporta. ¿Razones para identificar a Israel con la higuera? Notamos dos:

  1. Por un lado el contexto inmediato. Lucas nos dice que Jesús lloró sobre Jerusalén antes de entrar en loor de multitudes (Lc 19:41-44). Está la limpieza del templo que sucede a continuación (Mr 11:15-19). La parábola de los labradores malvados (Mr 12:9), El anuncio de la destrucción del templo (Mr 13:1-2), y el discurso profético de Jesús en el monte de los Olivos (Mr 13:14-16).
  2. Después está el uso de los higos y de la higuera por parte de los profetas como forma de referirse a Israel, sus frutos defectuosos y el juicio de Dios. (Joel 1:6-7) (Jer 24:1-10; 29:17); (Oseas 9:10).

Dicen los diferentes comentaristas: “Esta higuera prometedora pero estéril simbolizaba la esterilidad espiritual de Israel a pesar del favor divino que gozaba y de la impresionante apariencia externa de su religión.”³. 

“Aquel árbol con una apariencia imponente pero sin fruto es una ilustración admirable para representar a Israel… Israel era como la higuera, un árbol con muchas hojas pero sin fruto alguno, lleno de profesiones falsas de piedad aparente.”⁴.

“Muchos comentaristas han visto en la higuera de lujuriante follaje, mas desprovista de frutos, el símbolo del pueblo judío, que había dejado de producir frutos de justicia y sólo tenía apariencias de virtud; y en la desecación del árbol, la imagen del castigo que amenazaba a Jerusalén.”⁵.

Un alegato contra la apariencia espiritual y la falta de frutos.

En espera de ver como continua esta escena, vamos a concluir preguntando qué podemos aprender de esta higuera. Aplicando a nuestro contexto, es una parábola dramatizada que denuncia un cristianismo basado en las apariencias, en lo exterior. Dios lo aborrece. Y segundo, es una lección objetiva que nos recuerda que tenemos la responsabilidad de evidenciar frutos para con Dios.

Un cristianismo de apariencias. 

– Como una higuera frondosa que aparenta tener fruto pero está vacía, son aquellas personas que se conforman con las hojas de la religión, con su apariencia externa, con el follaje de sus costumbres, profesan ser parte del pueblo de Dios pero rehúsan un encuentro personal, transformador con Jesús. 

– Como una higuera frondosa pero sin fruto son aquellas iglesias que se llenan de orgullo espiritual y viven en auto complacencia, para recrearse a sí mismas.

– Aquellas iglesias que han olvidado su llamado, y se han entregado a otras tareas. A veces parecen más una asociación de vecinos, un club social, una asociación benéfica, que personas que predican el evangelio y se reúnen para la adoración a Dios, la oración y la instrucción bíblica. Se mantiene toda la apariencia de la religión, incluso puede que una doctrina ortodoxa, pero sin vida del Espíritu.

– Como esta higuera, son aquellos cristianos que se han acomodado a este siglo, viven entretenidos en las cosas de este mundo. Absorbidos por sus preocupaciones y afanes. Conservan el nombre, ciertas costumbres, un vocabulario evangélico, pero no tienen nada que ofrecer. 

En todos estos casos son oportunas las palabras del Señor a la Iglesia en Ap 3:1-2.

La responsabilidad de evidenciar frutos.

Aquí entramos en un tema muy importante y que en ocasiones ha provocado tensiones y divisiones entre los creyentes. Por un lado están aquellos que apenas hablan del tema, ignorando que es una enseñanza bíblica pero tienen miedo de ofender o herir sensibilidades. Por otro están los que de tanto insistir terminan por  convertirse en jueces implacables de los hermanos, a ver quién o no tiene frutos, jugando a ser Dios. Los dos extremos hacen mucho daño. Pero que halla abusos o dejadez no justifica que no le demos importancia. De hecho Jesús se la da, y mucha. La ausencia de fruto finalmente determina el juicio. 

Algunos apuntes al respecto que nos hacen conscientes de su importancia y de nuestra responsabilidad: 

– Frutos son los cambios que la nueva vida en Cristo debe operar en nosotros (Mt 2:8-9) (Ef 4:22-32). Evidentemente no es igual de dramático el cambio en una persona que viene del mundo, que alguien que crece en la congregación como “buen chico/a.” 

– El fruto sirve para distinguir un verdadero maestro de uno falso (Mt 7:15-20). 

– Fruto son las virtudes que el Espíritu produce en nosotros (Gál 5:22-23). 

– Fruto es la santificación, así resume Pablo el propósito en la vida cristiana. Un progresivo desarrollo en nosotros del carácter de Jesús (Ro 6:22). Dios presente en nuestras decisiones de cada día, en las diferentes áreas de nuestra vida.

– Pero frutos son también los resultados del uso que hacemos de los talentos, dones, medios y oportunidades de servicio que Dios nos ha dado. A cada uno conforme a su capacidad (Mt 25:14-25) (Lc 19:11-27).

– Fruto es lo que Dios espera de su pueblo, y lo que cada creyente, en un proceso natural de crecimiento, debe mostrar y dar al Señor  (Mr 4:20) (Jn 15:1-2) (Ro 7:4).

A modo de reflexión final, cuando sea el tiempo de ser examinados por el Señor, cuándo él venga: ¿Qué hallará? ¿En qué estaremos ocupados? No nos conformemos con hermosos templos, cultos bellos y bien organizados, tampoco le va a impresionar nuestra música o la relevancia social que hayamos alcanzado. Ocupémonos en cultivar y producir aquello que agrada al Señor y tiene beneficios eternos (1ª Co 3:12-14)

1. Ver Mark L. Strauss, Marcos. Comentario exegético-práctico del Nuevo Testamento. Pág. 521-522. Editorial Andamio. Ver Evis L. Carballosa, Mateo. La revelación de la realeza de Cristo. Tomo II. Pág. 231. Editorial Portavoz.

2.- Mucho follaje, mucha apariencia, pero sin fruto verdadero: Sin arrepentimiento para con Dios (Mt 1:8-9), sin justicia, misericordia, fe (Mt. 23:23). Incapaces de reconocer a Su Mesías (Jn 1:11).

3.- John D. Grassmick. El Conocimiento Bíblico, Mateo, Marcos, Lucas. Tomo I. Pág. 203. Editorial ELA.

4.- Samuel Pérez Millos. Mateo. Análisis Textual griego-castellano. Tomo II. Pág. 254. Editado por Biblioteca de Estudios Teológicos. Santa Fe. Argentina.

5.- Joseph Huby, Evangelio según San Marcos. Ediciones Paulinas Pág. 261.

6. James Bartley, Comentario Bíblico Mundo Hispano. Mateo. Tomo 14. Pág. 274. Editorial Mundo Hispano.