Como acercarnos a Dios

¿Estás buscando a Dios? ¿Deseas encontrarle como una realidad en tu vida? Esta es sin duda la más noble tarea del hombre.

Introducción

Con la ayuda de Dios me gustaría tratar un aspecto fundamental de esta búsqueda, y que pocas veces tenemos en cuenta: Como acercarnos a Él ¿Cuál sería la actitud correcta?

Tenemos el testimonio de muchas personas que han pasado la vida repitiendo oraciones, con vidas “buenas” o al contrario, que han llegado “al fondo” en la vida, que dicen que necesitan de Dios, pero se quejan con amargura diciendo: “Es que Dios pasa de mí”, “no me escucha”, “no puedo encontrarle”. Pero ¿nos hemos pensado si quizás el problema no esté en Dios sino en la actitud en que le buscamos? (Salmo 34:18) (Sal 51:17)

 

Como no debemos buscar a Dios

Antes de considerar el “cómo debemos acercarnos a Dios” vamos a ver dos errores que debemos evitar:

 

Confiando en nuestra propia justicia (Lc 18:9).

(Lucas 18:9) “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola:”

A unos que confiaban en si mismos como justos, es decir, que estaban satisfechos en lo espiritual, Jesús les cuenta la parábola de los dos hombres que van al templo a orar. El uno era fariseo, una persona muy religiosa, el otro un publicano, un recaudador de impuestos al servicio de Roma.

Ahora nos interesa la historia del religioso (Lucas 18:10-12)

¿Quiénes eran los fariseos?

Los fariseos eran un grupo judío muy celoso y escrupuloso con su religión y tradiciones. Se resistían a todas las influencias sociales, culturales y religiosas que los griegos y después los romanos quisieron introducir.

Desde sus orígenes habían sufrido persecuciones y calamidades, y aún en estos momentos estaban expuestos a injusticias, atropellos y extorsiones por parte de los romanos o sus colaboradores. Ser judío y además fariseo no era fácil.

¿Cómo se veían a sí mismos?

En vista de este “curriculum” (una vida religiosa cuidada, por encima de la media, y además víctimas) ellos se consideraban personas piadosas y buenas. Los malos, los impíos, los que merecían castigo eran los otros.

De ahí que Jesús los describa como gentes que confiaban en su propia justicia (léase méritos, sufrimientos, obras, inocencia).

Una situación familiar.

¿Nos resulta familiar esta situación? La mayoría de nosotros nos tenemos por personas buenas, que no hacen daño, religiosas a nuestra manera, e incluso de los que sufren en la vida.

Y con esta confianza nos acercamos a Dios diciendo: “mira que bueno soy, no hago mal a nadie, mira cuánto sufro”. Incluso pensamos, “con un expediente como este por fuerza Dios debe escucharme”, “un trocito del cielo ya es mío”.

Una conclusión sorprendente.

Pero en esta parábola Jesús enseña lo errado de este pensamiento. La sorprendente conclusión es que todos lo que se acercan a Dios sobre la base de su religiosidad, méritos, sus buenas obras, incluso sus sufrimientos, no son recibidos, en verdad ESTÁN LEJOS de Dios.

“¡Con todo lo que he sufrido! ¿Yo tampoco? ¿Por qué?” Porque aunque la Biblia enseña que Dios no pasa por alto las injusticias, y que quien abusa del débil atrae para sí el juicio divino, ser víctima no nos libera de nuestra parte de responsabilidad. Ser “un sufridor” no borra la maldad de nuestro corazón.

Todos somos malos ante Dios.

Dios, que es Juez Justo, no sólo examina los hechos de ellos (los que abusan), sino también los nuestros, aún los pensamientos e intenciones del corazón. Nada hay oculto delante de sus ojos. Y ante tal examen:

¿Quién podría permanecer en pie ante Dios, proclamando su inocencia? La respuesta es NADIE. No olvides las sentencias bíblicas al respecto:

(Eclesiastés 7:20) “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque”. (Romanos 3:10) “No hay justo ni aún uno”. (Romanos 3:23) “No hay diferencia, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios.”

Confiar en obras, méritos o padecimientos para merecer el perdón de Dios y la Vida Eterna es un terrible autoengaño que aleja de Dios.

 

Tratando de imponer nuestras condiciones (Lucas 18:18-23).

(Lc 18:18) “Un hombre principal le preguntó, diciendo: Maestro bueno, ¿Qué haré para heredar la vida eterna?”

Esta historia, la de un hombre importante que según el evangelista Marcos vino corriendo y que se puso de rodillas delante de Jesús, a pesar de lo espectacular de su acción y de su petición, es un ejemplo de cómo NO debemos buscar a Dios.

Una actitud equivocada.

“Maestro bueno, ¿Qué haré?” Su disposición parece sincera. Pero a lo largo del relato Jesús pone en evidencia la realidad: A pesar de las apariencias, ya había dispuesto de antemano las condiciones. Había decidido qué cosas eran aceptables y cuales no. En este caso su posición social y sus riqueza debían quedar al margen. No había una verdadera voluntad para seguir a Jesús.

(Lucas 18:23) “Entonces él, oyendo esto, se puso muy triste, porque era muy rico.”

(Marcos 10:22) “Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.”

¿Haces tú lo mismo?

Hay muchas personas así, incluso asistiendo a las iglesias evangélicas. Están dispuestas a reconocer la Verdad del Evangelio tal cual lo predicamos pero a la hora de ser confrontados y tomar una decisión se plantean ideas como estas:

– “es que hay cosas que no puedo aceptar”, “estaría dispuesto a decir sí a Cristo,… pero debe ser así o así”.

Inconscientemente se plantean la salvación de su almas como si fuese una especie de negociación con Dios, a ver lo que me das y lo que y estoy dispuesto a darte, y donde además actuamos como si la parte fuerte somos nosotros ¡Que locura! ¿verdad?

Resumiendo, dos actitudes para rechazar en nuestra búsqueda de Dios: 1. Confiados o revestidos de nuestra propia justicia y 2. Queriendo imponer nuestras condiciones a Dios.

Como sí debemos acercarnos a Dios.

Dos puntos vamos a tratar de forma breve: la necesidad de humillarnos y de poner nuestra confianza en Jesús.

 

Humillándonos delante de Él (Lucas 18:13-14).

(Lucas 18:13) “Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aún alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios sé propicio a mí, pecador.”

Conciente de su condición ante Dios.

“…estando lejos, no quería ni aún alzar los ojos al cielo,” El cobrador de impuestos era un sinvergüenza y un extorsionador, de esta forma se enriquecían los tales. Pero llegado el momento de la verdad, de enfrentarse con su propia realidad y con Dios, no se escondió ni buscó excusas sino que reconoció la realidad de su condición (bajo el juicio justo de Dios) y la bancarrota espiritual en que se encontraba. “Ten compasión de mí, que soy pecador”, se arrojó a la misericordia de Dios y Dios lo escuchó:

(Lucas 18:14) “Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.”

Mi querido amigo no es al que confía en buenas obras, en mucha religión o en los padecimientos de la vida aquel a quien Dios escucha, sino al que reconoce su verdadera condición de “bancarrota espiritual”, renuncia a su propia justicia y clama incondicionalmente a Dios.

El ejemplo de los niños.

Esta necesidad de desnudarnos de nosotros mismos para arrojarnos en sus brazos está ilustrada en la escena siguiente. Jesús recibe a los niños (Lucas 18:15-17)

(Lucas 18:17) “De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él.”

El niño aquí podemos verlo como la antítesis, todo lo contrario, a lo que hemos descrito como la actitud incorrecta:

1º. Un bebé no tiene justicia propia (buenas obras, religión, méritos, sufrimientos) en la que confiar.

2º. Tampoco pone condiciones, no intenta negociar su comida o el afecto de sus padres.

Pero también es ejemplo de cómo acercarnos a Dios. Es frágil y necesitado, por eso llora buscando con insistencia a su madre y recibe sin condiciones lo que esta le da.

 

Acércate por la fe en Cristo (Lucas 18:35-43).

(Lucas 18:35) “Aconteció que acercándose Jesús a Jericó, un ciego estaba sentado junto al camino mendigando;”

Este ciego, este mendigo junto al camino, es una ilustración final de cómo acercarnos a Dios. A la necesidad de humillarnos reconociendo nuestra bancarrota espiritual este relato añade la necesidad de creer en Jesucristo.

Jesús es el final del camino para toda persona que sinceramente busca a Dios, que quiere ser perdonada, transformada y recibir Nueva Vida.  Él es como “el punto de encuentro” en quien todos los pecadores arrepentidos deben confluir.

(Hechos 4:12) “…en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.

Es en Jesucristo, y por el beneficio de su muerte, que Dios a provisto perdón y salvación para todo hombre. Pero hay un requisito: Creer en Jesús. Identificarnos con su Obra y con su persona, mirarle y descansar sólo en Él. De esto nos habla este ciego junto al camino.

No sabemos cuándo, pero lo cierto es que él ya sabía quien era Jesús y que tenía poder para sanarle…. Cuando finalmente tuvo la oportunidad no la dejó escapar. Reconociendo su necesidad, y poniéndose sin condiciones a su disposición, clama diciendo: (Lucas 18:38) “Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí”. Y el Señor oyó.

(Lucas 18:41-43) “¿Qué quieres que te haga? Y él dijo: Señor, que reciba la vista. Jesús le dijo: Recíbela, tu fe te ha salvado. Y luego vio, y le seguía, glorificando a Dios;”

El relato de Marcos contiene un detalle muy hermoso. Al llamado del Señor él responde “arrojando su capa” y levantándose enseguida (Marcos 10:50). Es decir, no dudó en deshacerse de los más valioso que tenía para acercarse a Jesús.

Mi querido amigo, a la hora de acercarte a Dios, no te identifiques con aquel fariseo satisfecho consigo mismo, o con el joven que creía poder poner sus condiciones. Acércate como lo hizo este pobre hombre y clama a Jesús buscando perdón y salvación. No dejes escapar la oportunidad.