Jesús en Nazaret
(Mr 6:1-6).
La envidia, el menosprecio de lo familiar y la incredulidad.
La familiaridad produjo menosprecio, y el menosprecio trajo incredulidad. Difícilmente podían aceptar que alguien que vieron crecer, que les reparaba o fabricaba útiles de madera, fuese un mensajero de Dios, un profeta o incluso el Mesías. Imposible.
Diferentes reacciones frente Jesús (Mr 6:18:30).
En los próximos capítulos seguiremos viendo al Señor hacer milagros a favor del pueblo, obras que le señalaban como el Mesías, y también enseñando a las multitudes en Galilea y fuera de Galilea.
Un punto interesante será fijarnos en los “cuatro retiros” que Jesús hará con sus discípulos buscando descanso y tiempo para el trato personal (6:30-32; 6:53; 7:24; 8:27). Esto es importante porque el final de esta etapa de proclamación del evangelio en Galilea tocaba a su fin, y pronto entrarían en una nueva fase que incluirá el viaje final a Jerusalén y su muerte. Era necesario empezar a concienciarlos para ese momento.
Tampoco faltarán en estos versos las ásperas disputas de Jesús con fariseos y escribas (7:1-22). Este punto será interesante porque versará acerca del valor de la tradición frente a la Palabra Escrita, un tema que sigue siendo muy actual (7:1-13). También sobre la contaminación espiritual ¿Cómo se produce? ¿Tiene este tema algo que ver con los alimentos? Un tema que preocupa a muchos creyentes (7:14-23).
Pero el punto que nos servirá de hilo conductor a esta nueva incursión en la vida de Jesús, serán las diferentes respuestas que nuestro Señor fue cosechando por parte del pueblo y los líderes religiosos:
– Veremos lo que sucedió cuando Jesús vuelve a la ciudad donde se crió, a Nazaret, donde estaban sus parientes y conocidos de toda la vida (Mr 6:1-6). “Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando.” (Mr 6:6). La gente de Nazaret representa la ceguera de Israel. Su negación a creer en Jesús fue un cuadro de lo que los discípulos pronto experimentarían, y lo que los lectores de Marcos (entonces y ahora) experimentarían en el avance del Evangelio.
– El personaje de Herodes, el que mató a Juan el bautista, nos servirá para tomar el pulso a lo que el pueblo pensaba realmente del Señor Jesús (Mr 6:14-29). “Otros decían: Es Elías. Y otros decían: Es un profeta, o alguno de los profetas. Al oír esto Herodes, dijo: Este es Juan…, que ha resucitado de los muertos” (Mr 6:15-16).
– La alimentación de los cinco mil y la tormenta al cruzar el mar de Galilea pondrán al descubierto la inmadurez de los discípulos respecto a Jesús (Mr 6:30-52).
¿Estamos creciendo en la fe y conocimiento de nuestro Salvador? “Porque aún no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones.” (Mr 6:52). Aunque nada que ver con el cinismo y la incredulidad de los fariseos cuando piden “una señal del cielo” (Mr 8:11-13).
Pero no todo serán reacciones negativas. En medio de este cuadro que por momentos invita al desaliento, encontramos verdaderos tesoros que alentaron a Jesús y que podemos imitar:
– Pensamos por ejemplo en el recibimiento de Jesús en Genesaret, una llanura al sur de Capernaum.
(Mr 6:56) “Y dondequiera que entraba, en aldeas, ciudades o campos, ponían en las calles a los que estaban enfermos, y le rogaban que les dejase tocar siquiera el borde de su manto; y todos los que le tocaban quedaban sanos.”
– También en la fe de la mujer sirofenicia, aquella gentil que tenía una hija endemoniada y que veía en Jesús su única esperanza (Mr 7:24-30). “Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres.”(Mt 15:28).
– El reencuentro de Jesús con los habitantes de Decápolis (Mr 7:31-37). En la ocasión anterior, con el endemoniado Gadareno, las gentes le rogaron que se marchara (Mr 5:17). Ahora no solo le reciben, sino dan un testimonio precioso: “Y en gran manera se maravillaban, diciendo: Bien lo ha hecho todo, hace a los sordos oír, y a los mudos hablar.” (Mr 7:37)
Esto nos lleva a valorar la evangelización que el endemoniado hizo por toda Decápolis, obedeciendo la instrucción de Jesús, y a valorar nuestro compromiso con la evangelización. Nunca nos desanimemos por la dureza de la tierra (Mr 5:20).
– Y por último la confesión de Pedro, y que marcará un cambio, en el ministerio de Jesús con sus discípulos (Mr 8:27-30).
“Entonces él les dijo: Y vosotros, ¿Quién decís que soy? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo.” (Mr 8:29)
Jesús en Nazaret
(Mr 6:1-6)
“Volver a casa”
Muchas veces lo más difícil para una persona que regresa a su tierra, al lugar donde nació o se crió, lo más duro no es el reencuentro con los lugares, los sabores, o los recuerdos, sino la incertidumbre que puede provocar el reencuentro con las personas y sus prejuicios.
Quizás ahora eres un ingeniero, una doctora, o simplemente una persona diferente a la que marchó, pero para muchos sigues siendo el “hijo de fulano” y no siempre están dispuestos a perdonar que hayas roto el círculo. Salvando las distancias, podríamos decir que Jesús estaba a punto de vivir esta experiencia en sus propias carnes.
Jesús regresa a su tierra.
(Mr 6:1) “Salió Jesús de allí y vino a su tierra, y le seguían sus discípulos.”
Jesús inicia un viaje de unos 32 kilómetros que es lo que separa Capernaum de Nazaret. Nazaret no es su ciudad natal, Él nació en Belén; tampoco el lugar de su residencia actual, ahora vivía en Capernaum, pero era la ciudad donde creció y vivió hasta que comenzó su ministerio. Nazaret era el lugar donde estaba su familia, sus parientes y sus conocidos. Era “su tierra” (Mt 2:23).
Para este viaje el Señor se hace acompañar de sus discípulos. Es decir al menos por el grupo de los Doce. Esto indica que más que una visita familiar, Jesús iba como maestro. Pero ¿Cómo le recibirían? ¿Qué le esperaba a Jesús al llegar a su tierra?
Y muchos, oyéndole, se admiraban.
(Mr 6:2) “Y llegado el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos, oyéndole, se admiraban, y decían: ¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es esta que le es dada, y estos milagros que por sus manos son hechos?”
“Y llegado el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga;” En realidad no sabemos qué día llegó Jesús a Nazaret y cuanto tiempo pasó hasta el sábado, pero es llamativo que no fue hasta ese momento que el Señor no tuvo actividad pública.
Desde que Jesús predicó por primera vez en Capernaum (Mr 1:21-28), lo habitual era que donde quiera que iba, de inmediato mucha gente se juntaba a su alrededor. Pero aquí no pasa nada1. Lo que hay es un silencio que de alguna forma presagia el devenir de los acontecimientos.
Siguiendo con su costumbre el Señor se levantó en la sinagoga y, ante todo el pueblo reunido, comenzó a enseñar la Palabra. Lo que viene a continuación es la mención de una serie de reacciones que nos aturden. Y esto por contradictorias e incongruentes.
“Y muchos, oyéndole, se admiraban,…” En el original griego, el verbo traducido “se admiraban”, ekplesso, es mucho más fuerte. Literalmente describe la situación de “alguien que recibe un choque mental sumamente fuerte”. Así lo describe el profesor Vine2. Algo totalmente inesperado que te sacude interiormente. De ahí que una mejor traducción para describir al auditorio sería: “se quedaban atónitos”. En un leguaje más coloquial diríamos “estaban pasmados”.
Cuando Jesús predicó por primera vez en Capernaum, el verbo utilizado para describir la reacción del auditorio es el mismo, “se admiraban” (Mr 1:22). En aquella ocasión el “asombro”, ese choque, les llevó a reconocer en Jesús una sabiduría mayor que la de los escribas, y provocó que su buen nombre se extendiera por los alrededores (Mr 1:27-28), pero ¿y ahora? ¿Qué reacción provocará Jesús entre sus vecinos y parientes?
“y decían: ¿De dónde tiene éste estas cosas?” “Estas cosas” se refieren a su sabiduría y a sus obras. Estos eran innegables.
Esta es la primera de una serie de hasta seis preguntas que los oyentes plantean sobre Jesús. Pero no nos dejemos engañar, al contrario de lo que puede parecer ninguna está motivada por un interés genuino en la verdad. Lo que pretenden es, y atentos a la siguiente afirmación, neutralizar el impacto que la enseñanza de Jesús pudiera tener sobre ellos.
Con respecto a la primera cuestión, llaman la atención al menos dos detalles:
– Reconocer que esto venía de Dios era la opción más obvia. Pero el hecho de preguntar por el origen “¿De dónde…?” implica que por defecto esa respuesta estaba descartada.
– Después está el uso del pronombre este para referirse a Jesús. Como explican los gramáticos, el pronombre aquí es enfático y despectivo. Es decir, no era necesario e indica prejuicio3.
La escena se puede parafrasear con las siguientes palabras: “Maravilloso, estuvo bien, estamos asombrados, pero aquí la verdadera cuestión es ¿de dónde le vienen estas cosas a un tipo como este ?”4
¿Y qué sabiduría es esta que le es dada,…? Si con la primera pregunta intentan desacreditar el conjunto de su ministerio, con esta lo que hacen es cuestionar la calidad de su enseñanza. Es como si dijeran: “A saber de donde las sacó, a saber de dónde le vienen” “no se corresponden con la interpretación de los escribas, esto no puede ser bueno” “¿Quién lo respalda?”.
¿…y estos milagros que por sus manos son hechos?” Y lo mismo ahora con los milagros. No niegan que Jesús realice actos extraordinarios, lo que cuestionan es cómo calificarlos. “¿Qué clase de poder obra por medio de Él?” “¿De dónde viene?” Es un velo muy oscuro el que están queriendo echar sobre Jesús y su ministerio.
La familia de Jesús.
(Mr 6:3) ¿No es este el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de Él.”
¿Por qué toda esta referencia a su origen? Evidentemente no es para darnos información sobre su familia, aunque nosotros lo agradecemos, sino para acentuar su origen humilde, alejado de cualquier tradición profética o rabínica, sin preparación, sin el aval de ningún Maestro de Israel, y por tanto justificar la desconfianza: “¿Y quién se cree que es?” “¿Acaso se olvidó de dónde viene?” “¿Todos te conocemos?” “Lo que dice no ofrece garantías.”
– “¿No es este el carpintero?” Todos los años anteriores a su ministerio nuestro Señor se dedicó a la carpintería en Capernaum. Literalmente era un tekton, alguien dedicado al trabajo manual, un artesano en general, aunque el término se aplica especialmente al carpintero5.
– “¿…, hijo de María,…?” Hoy día mencionar a un hijo apelando a su madre no tiene nada de extraño. Pero en aquel tiempo lo común era hacerlo con el nombre del padre aunque hubiese muerto: “¿No es este el hijo de José?”. Ignorar al padre y mencionar su madre se parece más a un desprecio6. No que estuviesen insinuando un origen bastardo sino que Jesús no estaba honrando el buen nombre de su padre.
– “¿…, hermano de…?” El verso nos dice que Jesús tenía una familia amplia de cuatro hermanos varones y varias hermanas, todos ellos hijos del matrimonio entre María y José. Esto es lo que nos indica la palabra hermano, adelfos en el original griego7, y la lectura sin prejuicios del texto. Otra cosa es que, para justificar determinados dogmas referidos a María y que vienen de la tradición no de la Escritura, se quiera especular con los textos para lograr una lectura diferente8.
– “y se escandalizaban de Él.” Por un lado conocen su oficio, a su madre y a sus hermanos; conviven con sus hermanas y sus familias, y humanamente hablando hace cosas inexplicables. Puesto que el origen divino está descartado, sencillamente no puede ser, solo queda una explicación: un origen maligno. Ellos “han comprado” los argumentos de Jerusalén, poderes oscuros obran a través de Él. Por eso en vez de encontrar motivos de bendición terminan escandalizándose.
Pero ¿Por qué esta disposición a comprar estos argumentos? ¿Por qué no optar al menos por un camino intermedio, igual que hizo la mayoría del pueblo? Es decir, no le reconocían como Mesías pero sí como un profeta, alguien especial. ¿Acaso esto no sería esto un privilegio para Nazaret? Las razones de esta cerrazón las pone en evidencia el mismo Señor a continuación:
(Mr 6:4) “Mas Jesús les decía: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa.”
Con este proverbio el Señor señala dos grandes males que muchas veces condicionan la vida de las personas: Los prejuicios y la envidia (Mr 15:10). Dos enfermedades del alma que carcomen el corazón, nublan el entendimiento y ciegan los ojos. ¿Sabemos de lo que hablamos? “Si las cosas no son como creo entonces son malas, si no puedo tener o participar entonces lo menosprecio”. Una observación y una aplicación sobre estas palabras de Jesús:
– Jesús se identifica con un profeta, uno que habla de parte de Dios, aunque por supuesto, era mucho más que eso.
– También advierte a aquel que quiera ser un fiel testigo suyo, que posiblemente los peores críticos los encontrará entre los suyos, en el ámbito de su familia y de aquellos con los que ha crecido.
El desprecio de lo familiar.
La familiaridad produjo menosprecio, y el menosprecio incredulidad. Difícilmente podían aceptar que alguien que vieron crecer, que les reparaba o fabricaba objetos de madera fuese un mensajero de Dios, un profeta o incluso el Mesías. Imposible. De esta escena se desprenden algunas advertencias importantes:
1. El peligro de juzgar el valor de una persona por su cuna, es decir por las circunstancias de nacimiento y su fortuna.
Jesús era el hijo de un carpintero y un ama de casa, y sin embargo era el mismo Hijo de Dios. Por tanto, no deberíamos juzgar a las personas por su origen o por sus circunstancias externas sino por su relación personal con Dios.
2. La tendencia a menospreciar lo que nos es familiar. Tres ejemplos de lo que quiero decir:
– Estamos tan acostumbrados a ciertas cosas, a ciertas personas, nos son tan familiares porque “siempre han estado ahí” que llegamos a no valorarlas e incluso despreciarlas: La Biblia, la iglesia local, sus reuniones, los predicadores, los hermanos,… Y sin embargo nos dejamos sorprender por lo “extraño” “lo de fuera” dando por hecho que “por definición” tiene que ser mejor.
– A veces, también sucede que, el estar acostumbrados a ciertas personas nos impide ver el valor que tienen delante de Dios, reconocer sus dones, o la aportación que pueden hacer a nuestras vidas y solo percibimos lo negativo.
Es cierto que en ocasiones es necesario que alguien “de fuera” venga y nos diga las mismas verdades que por tiempo hemos estado escuchando dentro. De repente, el simple hecho de escucharla por de una voz diferente nos hace reaccionar. Pero una cosa es esto, y otra muy distinta menospreciar lo que tenemos cerca simplemente porque es de casa.
– Con cuanta facilidad nos acostumbramos a recibir las bendiciones de Dios al punto de que nos creemos con derecho a ellas, y nos enfadamos e incluso despreciamos al Señor cuando algo ya no va, o al menos no como nosotros queremos.
Nazaret sin duda fue el pueblo más privilegiado del mundo, allí creció y vivió el Hijo de Dios. Sin embargo se acostumbraron tanto a Él que cuando llegó el momento de Su manifestación no le valoraron y le despreciaron.
El Señor nos ayude a ser hombres y mujeres verdaderamente agradecidos con lo que tenemos. Hombres y mujeres que sepan valorar a sus hermanos en la fe, a sus familias, a los buenos amigos; que sepan valorar los bienes materiales, los privilegios espirituales que Dios nos da y ser verdaderamente agradecidos. Que la “familiaridad” no nos gane la batalla.
Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos.
(Mr 6: 5-6) “Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando.”
“Y no pudo hacer allí ningún milagro,…” A veces se escuchan afirmaciones algo radicales sobre estas palabras, o al menos que llaman a la confusión: “El desprecio dejó a Jesús desarmado”; “la incredulidad impidió que Jesús obrase”; “Su poder estaba bloqueado ante el rechazo” etc. Pero sin ser del todo erróneas, tampoco son del todo ciertas. Me explico:
El poder del Señor no puede estar limitado, impedido, por la oposición o incredulidad de los hombres. Ya hemos visto como, en medio de la incredulidad de los discípulos Jesús calma la tempestad (Mr 4:39-40), y en (Jn 11:37-44) vemos al Señor resucitar a un muerto en medio de un escenario de incredulidad. Ahora bien, otra cosa diferente es que el Señor, aún pudiendo eliminar con su poder cualquier oposición, Él mismo decide respetar la voluntad de ellos y por tanto actuar en consecuencia. Es lo que sucedió en Gadara cuando le rechazaron, y se fue. De la misma forma aquí solo unos pocos se beneficiaron de su poder, los que vinieron a Él, el resto se resistió y el Señor los respetó con todas las consecuencias.
Entendido esto, añadimos que estos versos enseñan dos principios fundamentales:
– Dios ni impone la Salvación, ni obra forzando la voluntad de las personas. El reino de Dios, el Evangelio, es una oferta de amor que se recibe o se rechaza libremente. ¿Qué es lo que sí hace Dios? Poner a nuestra disposición los medios, las evidencia, y al Espíritu Santo convenciendo de pecado y batallando a nuestro favor, pero en última instancia Él espera nuestra respuesta.
– Y segundo, que la única forma de disfrutar del poder de Dios en nuestras vidas es por medio de la fe. La fe es el cauce por el cual llegan al hombre todas las bendiciones de la gracia de Dios. ¡Cuantas bendiciones llegamos a perder por falta de fe, por no descansar completamente en el Señor!
“Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos.” Es decir “Maravillado”, “impresionado”, pero de forma negativa.
Dos veces encontramos a Jesús “asombrado” en los evangelios: 1ª Con ocasión de su encuentro con el centurión romano (Mt 8:10). El Señor se asombra de su fe. 2ª Para expresar la reacción que le provoca la incredulidad en Nazaret (Mr 6:6).
Que el Señor llegue a asombrarse da una idea de lo irracional, obstinada y maliciosa que debió ser la actitud de ellos. Algo contra toda lógica. Pero de alguna manera, esto también nos abre el corazón de Jesús. No es un observador impasivo de los acontecimientos. Al contrario, sufre y se duele con lo que está viendo.
Sanó a unos pocos.
Como palabra final, recordar que a pesar de este ambiente de incredulidad y obstinación, unos pocos vinieron a Él y fueron bendecidos. ¡Estos fueron los valientes! También que tras la resurrección, sus hermanos terminaron creyendo.
En un mundo que se obstina en negar las evidencias de su miseria, que da la espalda a Dios, que seamos contados entre los valientes que vienen a Él, que disfrutan de su comunión y de sus bendiciones.
1. Juan Mateos-Fernando Camacho, El evangelio de Marcos, Tomo I. 1993. Ediciones El Almendro, Fundación Epsilon.
2. Del griego ekplesso. Un término compuesto de ek fuera de; y plesso, golpear. Lit. golpear afuera. Significa haber recibido un choque mental sumamente fuerte, estar atónito (ek, intensivo). Ver W. E. Vine. Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y Nuevo Testamento. 1984. Editorial Caribe.
3. Juan Mateos-Fernando Camacho, El evangelio de Marcos, Tomo I. 1993. Ediciones El Almendro, Fundación Epsilon.
4. Guillermo Hendriksen, El Evangelio según San Marcos, 1987. Subcomisión de literatura cristiana. Distribuido por T.E.L.L.
5. R. C. H. Lenski, La interpretación de el Evangelio Según San Marcos, 1962. Publicaciones El Escudo. México. Guillermo Hendriksen, El Evangelio según San Marcos, 1987. Subcomisión de literatura cristiana. Distribuido por T.E.L.L.
6. Juan Mateos-Fernando Camacho, El evangelio de Marcos, Tomo I. 1993. Ediciones El Almendro, Fundación Epsilon.
7. Horst Balz y Gerhard Schneider, Diccionario Exegético del Nuevo Testamento, Vol. I. Pág. 83. 1996. Ediciones Sígueme, Salamanca.
8. Juan Mateos-Fernando Camacho, El evangelio de Marcos, Tomo I. 1993. Ediciones El Almendro, Fundación Epsilon. Pág. 510-511.