Jesús sana a un paralítico.
(Mr 2:1-12)
Ahora el evangelista añade un nuevo elemento al ministerio de Jesús que le acompañará hasta el final. Aparece la oposición. Los diferentes líderes judíos, bien por desconfianza, bien por envidia, o por defender sus privilegios, empiezan a cuestionarlo y poner piedras en su camino.
No pensemos que la vida o el servicio cristiano es una experiencia libre de contratiempos. Posiblemente, cuando más tranquilos o satisfechos estemos más grande será la oposición y los contratiempos que enfrentar. Y no necesariamente vendrán “de fuera”, del mundo, muchas veces surgen en la familia, en la iglesia local, o de nuestros corazones.
La oposición al ministerio de Jesús (Mr 2:1-3:35).
Introducción.
Hasta ahora hemos visto como la fama del Señor se extendió no solo por Galilea, sino también por las regiones de alrededor. Todos escucharon hablar de Jesús y muchos tuvieron algún encuentro con Él. Parecía que todo iba “viento en popa”, y el plan de llenarlo todo con el anuncio del Evangelio se cumplía.
Pero ahora el evangelista añade un nuevo elemento al ministerio de Jesús y que le acompañará hasta el final. Aparece la oposición. Los diferentes líderes judíos, bien por desconfianza, bien por celos, por envidia, o por defender sus privilegios, empiezan a cuestionarlo y poner piedras en su camino (Mr 2:5) (Mr 2:16) (Mr 2:23-24) (Mr 3:1-2,6) (Mr 3:22). No pensemos que la vida o el servicio cristiano es una experiencia libre de contratiempos. Posiblemente, cuando más tranquilos o satisfechos estemos más grande será la oposición y los contratiempos que habrá que enfrentar. Y no necesariamente vendrán “de fuera”, del mundo, muchas veces surgen en la familia, en la iglesia local, o de nuestros corazones.
Autoridad para perdonar pecados:
Marcos nos ha mostrado al Señor haciendo notoria Su autoridad en la enseñanza de la Palabra, sobre los espíritus inmundos, sobre la enfermedad, sobre la lepra y su inmundicia, y ahora da un paso más. Nos muestra su autoridad para perdonar pecados. Esto ocurre durante el encuentro de Jesús con un paralítico.
Pero antes, una breve referencia a un tema muy importante y que hace sufrir a muchas personas y creyentes sinceros: La relación entre el pecado personal y la enfermedad.
El pecado y la enfermedad.
“¡Castigo de Dios!” ¿Hemos oído esta expresión alguna vez? Cuando una persona enferma gravemente, tiene una enfermedad incurable, sucede una desgracia,… hay quienes justifican lo sucedido con esa frase.
Otra expresión que se abre paso y está sustituyendo a la primera: “Eso es el karma”. Unas palabras tomadas de las religiones orientales y que hemos adaptado a nuestro contexto. “Está recibiendo el mal que hizo”.
La pregunta ¿Es la enfermedad la consecuencia de un pecado? ¿Tienen razón los que hablan de castigo?
En la época de Jesús esta forma de explicar la enfermedad o la tragedia estaba muy arraigada. Esto hacía que el sufrimiento de la persona se aumentara. Por un lado estaban las consecuencias propias de la enfermedad, por otro, que estos enfermos estaban mal vistos, apenas encontraban consuelo, cariño, comprensión. Y además estaba el sufrimiento interno, “me lo merezco” “Dios me está castigando”.
La enfermedad como consecuencia del pecado.
Es cierto que en ocasiones, la enfermedad es consecuencia directa o indirecta de un pecado. Por ejemplo, una persona que maltrata su cuerpo, que practica malos hábitos, es probable que termine desarrollando una enfermedad. Cirrosis, cáncer, problemas de corazón, sida, hepatitis, incluso depresiones, son en muchas ocasiones consecuencia de un comportamiento dañino, y por tanto pecaminoso.
También es cierto que hay ocasiones donde Dios permite una enfermedad como castigo o disciplina. Lo hizo con Israel, lo hace con sus hijos e incluso con los incrédulos. Traemos como ilustración dos casos:
El primero el de un incrédulo, su enfermedad fue en castigo a la soberbia de su corazón. Nos referimos a Herodes, un hombre, que por otro lado tuvo la oportunidad de conocer a Jesús pero le rechazó (Hch 12:20-23).
(Hch 12:23) “Al momento un ángel del Señor le hirió, por cuanto no dio gloria a Dios; y expiró comido de gusanos.”
El segundo se trata de creyentes verdaderos, pero que actuaban de manera inapropiada e irresponsable con las cosas del Señor. Dios actuó en juicio con ellos (Hb 12:6) (1 Co 11:29-32).
(1 Co 11:30) “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen.”
Pero no siempre la enfermedad o la tragedia es un acto de disciplina o castigo de Dios.
Negando el populismo.
Nuestro Señor Jesucristo cuestionó en más de una ocasión esa manera de pensar y sorprendió a todos abriendo nuevas posibilidades. Prestemos atención a los siguientes casos:
“El hombre que nació ciego” (Jn 9). Prestamos atención a la pregunta de los discípulos “¿Quién pecó…?” y la respuesta del Señor:
(Jn 9:1-3) Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.
En la mente de los discípulos, una desgracia como ésta, solo se explicaba por un pecado. Pero nuestro Señor niega la mayor y añade “sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”.
“La enfermedad de Lázaro” (Jn 11). Lázaro es un amigo íntimo de Jesús, un hombre temeroso de Dios. Y sin embargo, enfermó de muerte (Jn 11:1-3) ¿Habría algún pecado que justificara lo sucedido? El Señor, en vez de justificar esa forma de pensar dijo:
(Jn 11:4) “Oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.”
La explicación es semejante a la otra: “Para la gloria de Dios”. Estas personas fueron usadas como instrumentos de Su gracia. El ciego, a través de su enfermedad pudo conocer a Jesús y entrar en una relación personal con Él, y ambos fueron usados para llevar el conocimiento de su persona a otros.
Hermanos, teniendo en mente estas cosas, cómo atrevernos a calificar de castigo, o buscar un pecado oculto en la enfermedad de las personas, sean creyentes o no.
“La muerte violenta ante el altar y la torre que se desplomó” (Lc 13:1-5). El Señor da a entender que si estas cosas hubiesen sido un juicio de Dios, entonces todos deberían tener una muerte semejante, pues todos son igualmente pecadores.
Entonces, si no siempre hay una relación directa entre pecado y enfermedad ¿Por qué enfermamos? ¿Por qué estas situaciones trágicas en nuestras vidas?
La enfermedad como consecuencia de la caída.
La enfermedad, junto con la muerte, es una de las consecuencias de la caída del hombre. Es resultado de la entrada del pecado en la raza humana. Desde ese momento, todos quedamos expuestos a un proceso de decadencia física y finalmente la muerte (Ro 5:12) (Ro 8:20-23). Este proceso será definitivamente excluido con la resurrección en el final de los tiempos (1 Co 15:42-44).
En consecuencia los cristianos estamos expuestos a las mismas enfermedades y vicisitudes que aquellos que no creen. Aunque tenemos a Cristo, que nos fortalece y consuela en nuestras tribulaciones, que nos guarda del mal, los creyentes no somos una “superraza” libre de enfermedades y daños.
Recordamos las palabras de Pablo a Timoteo, un fiel siervo del Señor:
(1ª Tim 5:23) “Ya no bebas agua, sino usa un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades.”
También el testimonio que Pablo da de otro de sus íntimos colaboradores, nos referimos a Epafrodito:
(Fil 2:27) “Pues en verdad estuvo enfermo, a punto de morir; pero Dios tuvo misericordia de él, y no solamente de él, sino también de mí, para que yo no tuviese tristeza sobre tristeza.”
Todas las cosas ayudan a bien.
Resumiendo, hasta ahora hemos visto que la enfermedad:
– Es una de las consecuencia de la entrada del pecado en la raza humana. La evidencia de esa corrupción física a la que todos, excepto Jesucristo, estamos sujetos.
– Que afecta tanto a los que hemos creído en Cristo como Salvador personal, como a aquellos que no son creyentes nacidos de nuevo.
– No será hasta el tiempo de la resurrección que los creyentes serán libres para siempre de toda corrupción.
– Que en ocasiones la enfermedad es un instrumento que Dios usa para juicio o disciplina.
– Que la enfermedad, lo mismo que otras situaciones, es uno de los muchos instrumentos que Dios usa para realizar su Obra.
(Ro 8:28) “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.”
“Todas las cosas” incluye también enfermedad, la tragedia o cualquier situación sobrevenida. Y este “ayudan a bien” implica que:
1. Son oportunidades para que el Señor trabaje en nuestras vidas (Job 42:5)
2. Y un medio para que él manifieste su poder (2 Co 12:8-9) (2 Co 4:7).
En la próxima ocasión en vez de preguntar ¿Por qué esto? ¿Qué hice? implicando que es castigo de Dios y cerrando otras puertas, pregunta ¿Para qué Señor? ¿Qué quieres hacer en mi vida? y dejemos que haga su obra completa en nosotros. Dios tiene propósitos aun en medio de la aflicción (Job 1:21-22).
Jesús sana a un paralítico (Mr 2:1-12).
Recordando la introducción, los temas que Marcos destacará en este relato son dos: 1. Jesús tiene autoridad para perdonar pecados. 2. El inicio de la oposición contra Jesús.
(Mr 2:1) “Entró Jesús otra vez en Capernaum después de algunos días; y se oyó que estaba en casa.”
Terminado este primer viaje misionero por Galilea, el Señor regresa a Capernaum, la que ahora es su ciudad ¿A qué casa se refiere? Para unos la casa de Pedro, para otros algún lugar prestado donde Jesús descansaba. La cuestión es que si tenía intención de descansar, pronto se hizo imposible. Desde que se supo que estaba en Capernaum la gente le buscaba sin parar.
(Mr 2:2) “E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra.”
A continuación nos cuenta que estando en una casa de Capernaum, en poco tiempo se vio invadida por una gran cantidad de personas. Pero no todos fueron por los mismos motivos: Los había con hambre de Dios, los había curiosos (donde estaba “la noticia” allí estaban ellos) y los habían que buscaban ocasión para descalificar a Jesús (estaban en calidad de jueces).
¿Con qué propósito vamos a las reuniones? ¿Realmente hay hambre de Dios? ¿Para cumplir con un deber? Para algunos, y triste es decirlo, examinar al predicador de turno, buscar fallos, y señalar con el dedo.
Una escena paralela.
Ahora Marcos introduce una escena paralela. Por un momento deja a Jesús predicando en el interior de la casa y nos explica lo que estaba sucediendo fuera. Cuatro personas, cargando una especie de camilla con un hombre paralítico, llegan al lugar.
(Mr 2:3) “Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro.”
Sin duda que aquel hombre, pese a su enfermedad, era un afortunado. Tenía amigos dispuestos a esforzarse por él (comp. con Jn 5:6-7). (Prov 17:17) “En todo tiempo ama el amigo, Y es como un hermano en tiempo de angustia.”
Posiblemente fueron ellos los que avisaron al enfermo de la buena noticia “¡Jesús ha regresado! Todos estaban convencidos que Él era el único podía ayudarles. No dejarían pasar la ocasión. En muchas ocasiones estos hombres son comparados con aquellos creyentes que se esfuerzan por obedecer el mandato del Señor de predicar el Evangelio y buscan las almas perdidas para llevarlas no a una religión sino a los pies de Cristo.
(Mr 2:4) “Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, …”
¡Menudo problema! La entrada a la casa estaba taponada por la multitud y ninguno quería ceder su sitio para que pasaran. Pero este contratiempo no iba a ser un impedimento para tener un encuentro con Jesús. Estaban dispuestos a todo. Así que accedieron a la azotea por la escalera exterior y excavaron un agujero en el techo.
Evidentemente no hablamos de un techo semejante a los nuestros, sino de una gruesa capa de barro o arcilla mezclada con paja que descansaba sobre vigas de madera recubiertas con ramas u otros materiales. Esto no significa que tal acción no llevara tiempo y esfuerzo.
Las dos escenas confluyen: El paralítico frente a Jesús.
Y ahora viene el momento en que ambas escenas, la del Señor predicando y la del paralítico deseando un encuentro con Jesús, se unen. Lentamente bajaron la camilla hasta los pies de Jesús.
(Mr 2:4) “…y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico.” Y continua el relato: (Mr 2:5) “Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.”
Al ver Jesús la fe de ellos, es decir, de los cinco. Llama la atención que no dice “conociendo Jesús la fe de ellos”, que la conocía, sino “al ver la fe de ellos” ¿Cómo se hizo manifestó que en verdad creían en Jesús?
Por sus obras, es decir, por su disposición a vencer todo obstáculo para hacer posible un encuentro con Cristo. No era una fe teórica sino que lleva a la acción. Y este es un aspecto de la fe que no debemos olvidar. La verdadera fe se muestra por las obras (Stg 2:20).
Pero también fue el momento más desconcertante de la escena. ¿Por qué? Porque Jesús, en vez de fijarse en la condición física, que era lo que todos esperaban, se fija en su condición espiritual y le dice: “Hijo, tus pecados te son perdonados”.
¿Era esta enfermedad la consecuencia de algún pecado personal? No es fácil saberlo. Mientras que para unos el relato lo hace evidente, para otros esta relación es vaga y no se puede afirmar.
La profunda necesidad espiritual del paralítico.
Pero sea cual sea la respuesta correcta, lo cierto es que este hombre, además de la parálisis, tenía una profunda inquietud o turbación espiritual. Todo ese tiempo postrado en cama, le habían hecho reflexionar sobre su condición. En vez de quejarse contra Dios como hacen muchos, llegó a tener una notable conciencia de su pequeñez e indignidad espiritual. Y esto lo sabía nuestro Señor desde el principio. Mira como lo expresa Mateo “Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.” (Mt 9:2).
Hay por lo tanto, al menos tres razones para que actuase primero sobre la condición del corazón y no la del cuerpo:
– Había un desasosiego e inquietud que debía ser tratado de manera urgente.
– Con esto, el Señor quería visualizar que el verdadero problema de la humanidad, aún por encima de la enfermedad o la tragedia, es el pecado. La separación de Dios.
– Manifestar públicamente su autoridad para perdonar pecados.
Estas palabras “tus pecados te son perdonados” debieron ser un gran descanso para el paralítico. De manera inesperada una lucha interna que le oprimía y creaba desasosiego finalmente había terminado. Como escribió David (Sal 32:1-2): “Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado.” (Ro 4:7-8)
La oposición al Señor se manifiesta.
Pero no todos estaban gozosos. Hubo personas que se sintieron profundamente turbadas por las palabras de Jesús.
(Mr 2:6-7) “Estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales cavilaban en sus corazones: ¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?”
Los escribas eran judíos estudiosos de la ley de Moisés. Habían dedicado toda su vida a estudiarla, copiarla y enseñarla. El evangelista Lucas añade que habían venido de todos los lugares de Galilea, incluso de Judea y Jerusalén (Lc 5:17). Estos expertos biblistas, acompañados de los fariseos, un grupo religioso muy estricto y celoso de las tradiciones judías, enseguida encontraron lo que parecía un fallo terrible en las palabras de Jesús:
“Este hombre blasfema” (ofende gravemente a Dios), “nadie puede perdonar pecados, solo Dios”. “Se está haciendo igual a Dios”. Y en parte era verdad, pues verdaderamente solo Dios puede perdonar (Sal 32:5) (Sal 130:3) “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados.” (Is 43:25).
En realidad no sabemos si tuvieron tiempo de hablarlo entre ellos, el texto dice que “cavilaban en sus corazones”, es decir, era lo que estaban masticando por dentro. El Señor, que conoce los corazones, interviene enseguida:
(Mr 2:8) “Y conociendo luego Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿Por qué caviláis así en vuestros corazones?”
Jesús les reprocha estos pensamientos. De manera deliberada están pasando por alto todo lo que el Señor ha hecho y enseñado por toda Galilea. Todo eso era suficiente para que entendiesen que Él nunca actuaría en contra el nombre de Dios. Que las evidencias apuntaban a que Él venía de Dios.
Una declaración extraordinaria.
A continuación prepara a su auditorio para la declaración más extraordinaria que hasta ahora habían oído:
(Mr 2:9) “¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda?”
Evidentemente lo más fácil es lo primero, porque es casi imposible de verificar. Lo segundo, si no se cumple te deja por mentiroso de forma inmediata. Y en seguida el Señor declara:
(Mr 2:10-11) “Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa.”
“Hijo del hombre” es otro título para el Mesías, y está tomado de (Dn 7:13-14). Y la extraordinaria declaración es esta: “El Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados”.
Los hombres han creado religiones y hacen muchas cosas para encontrar paz interior y negar o aliviar cualquier sentimiento de culpa. Sin embargo el único que puede hacerlo de manera real y trascendente es Jesús: (Jn 1:29) “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. (Hch 4:12) “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”
Y para demostrar que ni blasfemaba ni se había vuelto loco, que en verdad tenía autoridad para perdonar, su palabra se cumple.
(Mr 2:12) “Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa.”
Los mismos que antes taponaban la entrada e impedían su acceso a Jesús, ahora le abren paso y con asombro alababan a Dios. Y aunque el texto no lo dice, pero se ve en los acontecimientos posteriores, esta celebración aumentó la desconfianza y el rechazo de los escribas y fariseos.
Una dramática ilustración.
Dos breves reflexiones para terminar:
– Al demostrar que no blasfemaba, que tenía este poder de perdonar pecados, nuestro Señor está haciendo una nueva revelación respecto al Mesías. No era solamente un “enviado especial de Dios”, tener esta autoridad implicaba que el Mesías verdaderamente participaba de la naturaleza divina. Era Dios hecho hombre, añadiendo humanidad a su divinidad e identificándose con nuestras necesidades y miserias.
– Y por último, esta escena del hombre enfermo, necesitado, incapaz de actuar para su salud, y de nuestro Señor perdonando y restaurándolo a la vida es una dramática ilustración de nuestra condición, “el paralítico lleva nuestro nombre” y de la necesidad que tenemos de Jesús. Es una ilustración de las palabras de Pablo en Efesios: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,…” (Ef 2:1-2)
Por amor, sin nosotros merecerlo, sin obrar nada a cambio, Él nos libró de nuestra condición; perdonó nuestros pecados, nos dio vida y nos hizo partícipes de la gloria de Dios. De la misma forma que aquellas personas terminaron glorificando a Dios, que también nosotros seamos capaces de glorificar a Dios por lo que nos hizo y hace en nosotros.