DOCTRINAS ACERCA DE LA SALVACIÓN
Dentro de este capítulo se estudiará: Arrepentimiento: su importancia; su naturaleza; cómo se produce el arrepentimiento; sus resultados. Fe: su importancia; su definición; su origen; sus resultados. Regeneración o nuevo nacimiento: su naturaleza; su necesidad urgente; sus medios. Justificación: Su significado; su método. Adopción: Su significado; tiempo en que se realiza la adopción; sus bendiciones; algunas evidencia de la filiación. Santificación: Su significado; cuándo tiene lugar la santificación; sus medios. La oración: Su naturaleza; su posibilidad; a quién se debe orar; método o manera de orar; impedimentos y ayudas para la oración.
ARREPENTIMIENTO
I. IMPORTANCIA DE ESTA DOCTRINA.
No se puede exagerar la prominencia que se da en las Escrituras a la doctrina del arrepentimiento. Juan el Bautista lo mismo que Jesús, comenzó su ministerio público con el llamado al arrepentimiento en sus labios (Mat. 3:1, 2; 4:17).
Cuando Jesús envió a los doce y a los setenta a proclamar las buenas nuevas del reino de los cielos, les ordenó que predicasen el arrepentimiento (Luc. 24:47; Mar. 6:12).
La doctrina del arrepentimiento tuvo primera importancia en la predicación de los apóstoles: Pedro, (Hech. 2:38); Pablo, (Hech. 20:21).
Lo que más pesa en el corazón de Dios, y su único mandamiento a todos los hombres en todas partes es que se arrepientan (2 Pedro 3:9; Hech. 17:30).
En realidad, la falla por falta del hombre en hacer caso a este llamamiento de Dios al arrepentimiento indica que perecerá sin remedio (Luc. 13:3).
¿Ocupa la doctrina del arrepentimiento un lugar tan prominente en la predicación y enseñanza de nuestros días? ¿Ha disminuido la necesidad del arrepentimiento? ¿Ha cambiado o disminuido Dios las condiciones de admisión en su reino?
II. NATURALEZA DEL ARREPENTIMIENTO.
En el verdadero arrepentimiento se incluyen tres ideas:
1. EN RELACION CON LA INTELIGENCIA.
Mat. 21:29: “Y respondiendo él, dijo: No quiero; mas después, arrepentido, fué.” La palabra “arrepentido” se usa aquí en el sentido de cambio de mente, de pensamiento, de propósito, o de punto de vista sobre cierto asunto; significa tener una mente diferente sobre una cosa. Podemos hablar de ello como una revolución que afecta nuestra actitud y modo de ver sobre el pecado y la justicia. Este cambio se halla bien ilustrado en la acción del hijo pródigo, y del publicano en la bien conocida historia del fariseo y el publicano (Luc. 15 y 18). De esta manera, cuando Pedro, en el día de Pentecostés, invitó a los judíos al arrepentimiento (Hech. 2:14-40), virtualmente les invitó a que cambiasen su mente y modo de pensar acerca de Cristo. Ellos habían pensado que Cristo era un mero hombre, un blasfemo, un impostor. Pero los acontecimientos de los días precedentes les habían demostrado que Cristo no era otro que el justo Hijo de Dios, su Salvador y el Salvador del mundo. El resultado de su arrepentimiento o cambio de mente sería el recibir a Jesucristo como su Mesías tanto tiempo antes prometido.
2. EN RELACION CON LAS EMOCIONES.
2 Cor. 7:9: “Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte.” El contexto (v. 7-11) demuestra que las emociones juegan un papel muy importante en el verdadero arrepentimiento según el evangelio. Véase también Luc. 10:13; cf. Gén. 6:6. La palabra griega por arrepentimiento en este caso significa “ser cargo a uno después,” causar preocupación en alguien. La palabra equivalente hebrea es aun más fuerte, y significa ansiar, suspirar, gemir. Así fué como el publicano “se daba golpes de pecho,” indicando la tristeza de su corazón. Nadie podrá decir precisamente qué grado de emoción se necesita para el verdadero arrepentimiento. Pero es evidente, fijándose en el uso de esta palabra, que cierta dosis del movimiento del corazón, aunque no vaya acompañado de un torrente de lágrimas, o ni una lágrima, debe acompañar al verdadero arrepentimiento. Véase también Salmo 38:18.
3. EN RELACION CON LA VOLUNTAD Y LA DISPOSICION.
Una de las palabras hebreas por arrepentimiento significa ‘Volverse.” El hijo pródigo dijo: “Me levantaré . . . ; y se levantó” (Luc. 15:18, 20). No simplemente recapacitó sobre lo que había hecho, y sintió tristeza por ello, sino que volvió sus pasos con dirección a su hogar. De esta manera el arrepentimiento es realmente una crisis que tiene en mente un cambio de experiencia. Arrepentimiento no es sólo un corazón deshecho por causa del pecado, sino separado del pecado.
Debernos abandonar lo que queremos que Dios perdone. En los escritos de San Pablo el arrepentimiento es más una experiencia que un acto individual. La parte de la voluntad y la disposición en el arrepentimiento queda demostrado en los siguientes actos:
a) En la Confesión del Pecado a Dios.
Salmo 38:18: “Por cuanto denunciaré mi maldad; congojaréme por mi pecado.” El publicano golpeó su pecho, y dijo: “Dios, sé propicio a mí pecador” (Luc. 18:13). El pródigo dijo: “He pecado contra el cielo” (Luc. 15:21).
Debe haber también confesión al hombre, siempre que al hombre se le haya hecho algún daño con el pecado (Mat. 5:23, 24; Sant. 5:16).
b) En el Abandono del Pecado.
Isa. 55:7: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos; y vuélvase a Jehová.” Prov. 28:13; Mat. 3:8, 10.
c) En la Vuelta a Dios.
No basta alejarnos del pecado; debemos volver a Dios: 1 Tes. 1:9; Hech. 26:18.
III. COMO SE PRODUCE EL ARREPENTIMIENTO.
1. ES UN DON DIVINO.
Hech: 11:18: “De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida.” 2 Tim. 2:25: «Si quizá Dios les dé que se arrepientan para conocer la verdad.” Hech. 5, 30, 31. Arrepentimiento no es algo que uno puede originar dentro de sí mismo, o sacar de sí mismo como se saca el agua de un pozo. Es un don divino. ¿En qué sentido, pues, es responsable el hombre de que no tiene el arrepentimiento? A nosotros se nos dice que nos arrepintamos para que sintamos nuestra incapacidad de hacerlo, y por consiguiente recurramos a Dios y le pidamos que haga esta obra de su gracia en nuestros corazones.
2. SIN EMBARGO, ESTE DON DIVINO SE PRODUCE CON EL USO DE ALGUNOS MEDIOS.
Hech. 2:37, 38, 41. El mismo Evangelio que nos llama al arrepentimiento lo produce. Esto se encuentra admirablemente ilustrado en la experiencia de los habitantes de Nínive (Jonás 3:5-10). Cuando oyeron la predicación de la Palabra de Dios por Jonás, creyeron el mensaje y se volvieron a Dios. El instrumento que Dios usa para producir este resultado no es cualquier mensaje, sino el Evangelio. Además, este mensaje debe ser predicado con el poder del Espíritu Santo (1 Tes. 1:5-10).
Rom. 2:4: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, y paciencia, y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” Véase también 2 Pedro 3:9. La prosperidad aparta de Dios con frecuencia, pero la intención divina es que lleve a Dios. Los avivamientos tienen lugar mayormente en tiempos de pánico.
Apoc. 3:19; Heb. 12:6,10,11. Los castigos que a veces manda Dios tienen por fin volver a sus hijos errantes al arrepentimiento.
2 Tim. 2:24, 25. Con frecuencia Dios usa la admonición cariñosa de un hermano para traemos de vuelta a Dios.
IV. RESULTADOS DEL ARREPENTIMIENTO.
1. LOS CIELOS SE ALEGRAN.
Luc. 15:7, 10. Hay gozo en el cielo, y en la presencia de los ángeles de Dios. Alegra el corazón de Dios y hace repicar las campanas del cielo. ¿Quiénes son esos que están «delante de los ángeles de Dios”? ¿Saben algo de ello los seres queridos que han pasado a la otra vida?
2. ACARREA EL PERDON DEL PECADO.
Isa. 55:7; Hech. 3:19. Los profetas y los apóstoles no conocieron otra manera de conseguir el perdón sino el arrepentimiento. No lo aseguran ni los sacrificios, ni las ceremonias religiosas. No es que el arrepentimiento merezca el perdón, sino que es una condición para conseguirlo. El arrepentimiento capacita al hombre para ser perdonado, pero no le da derecho alguno al perdón.
3. EL ESPIRITU SANTO ES DERRAMADO SOBRE EL ARREPENTIDO.
Hech. 2:38: «Arrepentíos … y recibiréis el don del Espíritu Santo.” La falta de arrepentimiento cierra la puerta para que el Espíritu Santo no entre en el corazón.
LA FE
I. IMPORTANCIA DE ESTA DOCTRINA.
La fe es fundamental en el credo y en la conducta cristianos. Fué la cosa que Cristo reconoció como la virtud suprema sobre todas las otras. La mujer sirofenicia (Mat. 15) tuvo perseverancia; el centurión (Mat. 8), humildad; el ciego (Mar. 10), insistencia. Pero lo que Cristo vio y premió en cada uno de estos casos fué la fe. La fe es el fundamento del templo espiritual de Pedro (2 Pedro 1:5-7). La fe es la primera en la trinidad de las gracias de Pablo (1 Cor. 13:13). Todas las otras gracias encuentran su origen en la fe.
II. DEFINICION DE LA FE.
En las Escrituras se usa fe en un sentido general y en un sentido particular.
1. SU SIGNIFICADO GENERAL.
a) Conocimiento.
Salmo 9:10: “Y en ti confiarán los que conocen tu nombre.» Rom. 10:17: “Luego la fe es por el oír; y el oír por la palabra de Dios.” Fe no es creer en una cosa sin evidencia. Por el contrario, la fe descansa en la mejor de las evidencias, a saber, la Palabra de Dios. Un acto de fe indica una manifestación de la inteligencia. “¿Cómo creerán a aquel de quién no han oído?» La fe no es un acto ciego del alma, ni un salto en las tinieblas. La fe en el corazón no se puede dar sin el uso de la inteligencia. Se puede creer con la cabeza sin creer con el corazón; pero no se puede creer con el corazón sin creer con la cabeza también. En las Escrituras el corazón significa todo el hombre: entendimiento, sensibilidad, y voluntad. “Cual es su pensamiento en su alma.” “¿Por qué pensáis estas cosas en vuestros corazones?”
b) Asentimiento.
Mar. 12:32: “Entonces el escriba le dijo: Bien, Maestro, verdad has dicho.” Así también con la fe que Cristo exigió en sus milagros: “¿Creéis que puedo hacer esto?” “Sí, Señor.” No basta tener el conocimiento de que Jesús puede salvar, y de que es el Salvador del mundo. Debe haber también el asentimiento del corazón a estas cosas. Todos los que, aceptando que Cristo era lo que dijo, creyeron en El, fueron hechos hijos de Dios (Juan 1:12).
c) Apropiación.
Juan 1:12; 2:24. Debemos hacer propias las cosas que conocemos y a las que prestamos nuestro asentimiento acerca de Cristo y de su obra. La percepción del entendimiento no es fe. Un hombre puede conocer a Cristo como divino y rechazarle como Salvador. El conocimiento afirma la realidad de estas cosas pero ni las acepta ni las rechaza. Tampoco el asentimiento es fe. Hay una clase de asentimiento de la mente que no lleva consigo el rendimiento del corazón y de los afectos.
La fe es el consentimiento de la voluntad con el asentimiento de la inteligencia. La fe siempre lleva consigo la idea de acción, movimiento hacia su objeto. Es el alma adelantándose para abrazar y apropiarse a Cristo en quien cree. Primero dice: «Mi Señor y mi Dios,” y luego se arrodilla y adora.
Juan 8:30, 31 hace distinción entre creer en Cristo y creer algo acerca de Cristo: «Muchos creyeron en él. Y decía Jesús a los judíos que le habían creído.”
2. SIGNIFICADO DE LA FE EN PARTICULAR.
a) Usada en Relación con el Nombre de Dios.
Heb. 11:6: «Empero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es menester que el que a Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” Véanse también Hech. 27:22-25; Rom. 4:19-21 con Gén. 15:4-6. No se puede entrar en relación con el Dios invisible si no existe una fe absoluta en su existencia. Debemos creer en su realidad, aunque sea invisible. Pero tenemos que creer más que el mero hecho de su existencia, a saber, que es el galardonador, que honrará seguramente con su bendición a los que se acercan a El en oración. Naturalmente se necesita la importunidad (Luc. 11:5-10).
Debe haber también confianza en la Palabra de Dios. La fe cree como absolutamente cierto todo lo que Dios dice, aunque en algunos casos parece que no puede cumplirse.
b) Usada en Relación con la Persona y Obra de Cristo.
Recuérdense los tres elementos de la fe y aplíquense a este caso.
Primero, debe haber un conocimiento de lo que Cristo dice acerca de su persona y de su misión en el mundo: en cuanto a su persona, que El es divino, Juan 9:35-38; 10:30; Filip. 2:6- 11; en cuanto a su obra, Mat. 20:28; 26:26-28; Luc. 24:27, 44.
Segundo, debe haber asentimiento a todo lo que El nos dice, Juan 16:30; 20:28; Mat. 16:16; Juan 6:68, 69.
Tercero, debe haber una apropiación personal de Cristo como que El es todo lo que dice que es, Juan 1:12; 8:21, 24; 5:24.
Debe haber sumisión a una persona, y no meramente fe en un credo. La fe en una doctrina debe llevamos a la fe en una persona, y esa persona es Jesucristo, si es que ha de ser la salvación el resultado de esa fe. De esta manera Marta tuvo que substituir su fe en una doctrina por la fe en una persona (Juan 11:25).
La fe que salva es la que consta de conocimiento, asentimiento y apropiación. Esto es creer con el corazón (Rom. 10: 9, 10).
c) Usada en Relación con la Oración.
Para exponer esta relación pueden tomarse tres pasajes: 1 Juan 5:14, 15; Sant. 1:5-7; Mar. 11:24. No debe haber duda, que vacila entre la fe y la falta de fe y que inclina a la segunda, siendo llevada un momento a la playa de la fe y la esperanza, y el siguiente momento es llevada al abismo de la incredulidad. Dudar significa raciocinar sobre si aquello por lo que estamos orando puede realizarse o no (Hech. 10:20; Rom. 4:20). El que tal hace, no hace más que sacar conjeturas, pero en realidad no cree. La verdadera fe da gracias a Dios por aquello que estamos pidiendo, si es que está en conformidad con la voluntad de Dios, aun antes de recibirlo (Mar. 11:24). Nótese la ironía: “Tal hombre.”
Tenemos que reconocer el hecho de que aquí también se encuentran el conocimiento, el asentimiento y la apropiación. Tenemos que entender las promesas en que se basa nuestra oración; tenemos que creer que valen tanto como significan; luego obrar confiando en ellas, dando realidad así a lo que por el momento puede ser invisible, y tal vez no existente en cuanto se relaciona con nuestro conocimiento y visión, pero que para la fe es una realidad espléndida.
d) Usada en Relación con la Palabra y Promesa de Dios.
Primero, tenemos que saber si aquella promesa particular se refiere también a nosotros en particular. Hay gran diferencia entre una promesa que se ha escrito para nosotros y una que se ha escrito a nosotros. Muchas de las promesas de la Biblia tienen aspectos dispensacionales; por consiguiente debemos dividir, asignar y apropiar rectamente la Palabra de Dios (cf. 1 Cor. 10:32).
Segundo, una vez que nos hemos convencido de que la promesa es para nosotros, debemos creer que Dios cumplirá lo que dice la promesa. Tenemos que asentir a toda la verdad que encierra. No debemos disminuirla ni rebajarla. Dios no mentirá; no puede mentir (Tito 1:2).
Tercero, debemos apropiarnos la promesa y obrar en conformidad con ella. En esto está la diferencia entre creencia y fe. Creencia es un acto mental; fe agrega la voluntad. Podemos tener creencia sin voluntad, pero no fe. La creencia pertenece al reino del pensamiento; la fe a la esfera de la acción. La creencia vive estudiando; la fe sale a las plazas y a las calles. La fe da la sustancia a la creencia, es decir, vida, realidad y actividad (Heb. 11:1). La fe pone en servicio activo a la creencia, y une las posibilidades con las realidades. La fe es obrar sobre lo que uno cree; es una apropiación. La fe tiene por válidas y de toda confianza todas las promesas (Heb. 11:11). No hay prueba que la pueda hacer titubear (11:35). Es tan absoluta que sobrevive aún a la pérdida de su propia garantía (11:17). Por vía de ilustración, véase 1 Reyes 18:41-43.
3. RELACION DE LA FE CON LAS OBRAS.
En la fe sola no hay mérito alguno. No es la mera fe la que salva, sino la fe en Cristo. La fe en cualquier otro salvador fuera de Cristo no salvará. La fe en otro evangelio fuera del Nuevo Testamento no salvará (Gál. 1:8, 9).
No existe contradicción alguna entre las enseñanzas de Pablo y las de Santiago acerca de la fe y las obras (cf. Sant. 2:14-26; Rom. 4:1-12). Pablo mira el asunto por el lado de Dios, y afirma que somos justificados a la vista de Dios, meritoriamente, absolutamente sin necesidad de ninguna obra por nuestra parte. Santiago considera el asunto desde el lado humano, y afirma que somos justificados a la vista del hombre, evidencialmente, por las obras, y no solamente por la fe (2:24). Santiago no busca el fundamento de la justificación, como Pablo, sino la demostración. Véase Justificación, II. 4 pág. 160).
III. ORIGEN DE LA FE.
En esta fase de nuestro tema hay que considerar dos lados, el lado divino y el lado humano.
1. ES LA OBRA DEL DIOS TRINO.
Dios el Padre: Rom. 12:3; 1 Cor. 12. Esto es aplicable a la fe tanto en su principio (Filip. 1:29) como en su desarrollo (1 Cor. I2) . Por consiguiente, la fe es un don de su gracia.
Dios el Hijo: Heb. 12:2: “Puestos los ojos en el autor y consumador de la fe, en Jesús.” (Por vía de ilustración véase Mat. 14 30, 31: Pedro apartando sus ojos de Jesús.) (1 Cor. 12; Luc. 17:5.
Dios el Espíritu: Gál. 5:22; 1 Cor. 12:9. El Espíritu Santo es el ejecutivo de la Divinidad.
¿Cómo es, pues, que si la fe es la obra de la Divinidad, nosotros somos responsables de no poseerla? Dios desea obrar la fe en todas sus criaturas, y lo hará así si no resisten al Espíritu Santo. Por consiguiente, somos responsables no tanto de la falta de fe, sino de resistir al Espíritu que obrará la fe en nuestros corazones si le dejamos hacerlo.
2. EN LA FE HAY TAMBIEN UN LADO HUMANO.
Rom. 10:17: “Luego la fe es por el oír; y el oír por la palabra de Dios” (cf. el contexto, vv. 9-21). Hech. 4:4: “Mas muchos de los que habían oído la palabra, creyeron.” Este caso se refiere a la palabra hablada, el Evangelio; en otras ocasiones se refiere a la palabra escrita, las Escrituras, como el instrumento que produce la fe. Véase también Gál. 3:2-5. Precisamente fue el tener puesta la vista encías promesas de Dios lo que obró tal fe en el corazón de Abraham (Rom. 4:19).
También la oración es un instrumento en el desarrollo de la fe. El Evangelio de Lucas se llama el evangelio humano, porque da mucha importancia a la oración, especialmente en relación con la fe: 22:32: “Yo he rogado por ti para que tu fe no falte.” 17:5: “Y dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe.” Véase también Mar. 9:24; Mat. 17:19-21.
Nuestra fe aumenta con el ejercicio de la fe que ya poseemos. Luc. 17:5, 6; Mat. 25:29.
IV. ALGUNOS RESULTADOS DE LA FE.
1. SOMOS SALVOS POR LA FE.
Como es natural, recordamos que el poder salvador de la fe no está en ella misma, sino en el Salvador todopoderoso en quien descansa; de modo que, hablando con propiedad, no es tanto la fe cuanto la fe en Cristo lo que salva.
Toda nuestra salvación: pasada, presente y futura, depende de la fe. Nuestra aceptación de Cristo (Juan 1:12); nuestra justificación (Rom. 5:1); nuestra adopción (Gál. 3:26); nuestra santificación (Hech. 26:18); el ser guardados (1 Pedro 1:5); en realidad, toda nuestra salvación de principio a fin depende de la fe.
2. DESCANSO, PAZ, SEGURIDAD, GOZO.
Isa. 26:3; Filip. 4:6; Rom. 5:1; Heb. 4:1-3; Juan 14:1; 1 Pedro 1:8. El orden de Dios es: hecho, fe, sentimiento. Satanás quiere invertir este orden y poner el sentimiento antes de la fe, engendrando así la confusión en los hijos de Dios. Debemos andar en conformidad con el orden de Dios: el hecho nos guía; la fe, con la vista puesta en el hecho, sigue; y el sentimiento, con la vista puesta en la fe, viene después. Si este orden se observa todo anda bien. Pero desde el momento en que la fe vuelve la espalda al hecho y pone la vista en el sentimiento, las tornas se cambian. El vapor es de importancia capital, no para hacer sonar el pito, sino para hacer mover las ruedas. Si falta el vapor, de nada sirve que tratemos con nuestro propio esfuerzo de mover el pistón o hacer sonar el pito. Lo que hay que hacer es poner más agua en la caldera y más fuego debajo de ella. Aliméntese la fe con hechos, no con sentimientos. (A. T. Pierson)
3. LA FE OBRA GRANDES HAZAÑAS.
Heb. 11:32-34; Mat. 21:21; Juan 14:12. Nótese los hechos admirables que realizaron los hombres de fe, según se nos relatan en el capítulo 11 de Hebreos. Léanse los w. 32-40. Jesús atribuye a la fe una especie de omnipotencia. Por la fe su discípulo podrá obrar cosas más grandes que el mismo Maestro. Tenemos aquí una gran catarata del Niágara de poder a disposición del creyente. El gran problema que contestar para el cristiano no es: “¿Qué puedo hacer yo?”, sino “¿Cuánto puedo creer yo?”, porque “al que cree, todo es posible.”
REGENERACION, O NUEVO NACIMIENTO.
Es de suma importancia que entendamos claramente esta vital doctrina. Por la regeneración somos admitidos en el reino de Dios. No hay otra manera de llegar a ser cristianos sino naciendo de lo alto. Por consiguiente, esta doctrina es la puerta de entrada al discipulado cristiano. El que por aquí no entra, no entra de ninguna manera.
I. NATURALEZA DE LA REGENERACION.
El hombre substituye con frecuencia con otras cosas los medios designados por Dios para entrar en el reino de los cielos. Bien será, por consiguiente, que miremos en primer lugar algunos de estos substitutos.
1. LA REGENERACION NO ES EL BAUTISMO.
Algunos dicen que Juan 3:5: “El que no naciere de agua y del Espíritu,” y Tito 3:5: “El lavacro de la regeneración,” enseñan que la regeneración puede tener lugar en relación con el bautismo. Sin embargo, estos pasajes deben entenderse en un sentido figurado, es decir, refiriéndose al poder purificador de la Palabra de Dios. Véase también Efes. 5:26: “Limpiándola en el lavacro del agua por la palabra;” Juan 15:3: “Limpios por la palabra,” De Sant. 1:18 y 1 Pedro 1:23 se deduce que la Palabra de Dios es un agente de la regeneración.
Si el bautismo y la regeneración fueran una misma cosa, ¿cómo se explica que el apóstol Pablo da tan poca importancia a este rito (1 Cor. 4:15, compárese con 1 Cor. 1:14)? En el primer pasaje afirma Pablo que los había engendrado por el Evangelio; y en 1:14 declara que no había bautizado a ninguno sino a Crispo y a Gayo. ¿Hubiera él podido hablar de esta manera del bautismo, si éste hubiera sido el instrumento de la regeneración de aquellos cristianos? Simón el Mago fué bautizado (Hech 8), pero ¿fué salvo? Cornelio (Hech. 11) fué salvo aun antes de que fuera bautizado.
2. LA REGENERACION NO ES UNA REFORMA DE COSTUMBRES.
La regeneración no es un paso natural en el desarrollo del hombre. Es un hecho sobrenatural de Dios. Es una crisis espiritual. No es evolución, sino involución, la comunicación de una nueva vida. Es una revolución, un cambio de dirección que resulta de un cambio de vida. Aquí se encuentra precisamente el peligro de la psicología, y de las estadísticas que dan el número de conversiones en el período de la adolescencia. El peligro está en la tendencia de hacer consistir la regeneración en un fenómeno natural, como si fuera un paso adelante en el desarrollo de la vida humana, en vez de considerarla como una crisis. Este punto de vista psicológico de la regeneración niega el pecado del hombre, su necesidad de Cristo, la necesidad de la expiación, y la obra regeneradora del Espíritu Santo.
3. REGENERACION ES UN AVIVAMIENTO ESPIRITUAL, UN NUEVO NACIMIENTO.
La regeneración es la comunicación de una vida nueva y divina, una creación nueva, la producción de una cosa nueva.
Es la repetición de Gén. 1:26. No es la naturaleza antigua modificada, reformada, o dotada de nuevo vigor, sino un nuevo nacimiento de lo alto. Esto es lo que enseñan pasajes bíblicos tales como Juan 3:3-7; 5:21; Efes. 2:1, 10; 2 Cor. 5:17.
Por naturaleza el hombre está muerto en el pecado (Efes. 2:1). El nuevo nacimiento le da nueva vida, la vida de Dios; de modo que en adelante él es como los que han resucitado de entre los muertos; ha pasado de muerte a vida (Juan 5:24).
4 ES LA COMUNICACION DE UNA NUEVA NATURALEZA, LA NATURALEZA DE DIOS.
En la regeneración se nos hace partícipes de la naturaleza divina (2 Pedro 1:4). Nos vestimos del nuevo hombre que es creado conforme a Dios en justicia y en santidad de verdad (Efes. 4:24; Col. 3:10). Cristo vive ahora en el creyente (Gál. 2:20). La simiente de Dios habita en él (1 Juan 3:9). De modo que en adelante el creyente posee dos naturalezas (Gál. 5:17).
5. EL CREYENTE RECIBE UN IMPULSO NUEVO Y DIVINO.
La regeneración es, por consiguiente, una crisis con miras a un proceso. En la vida del hombre regenerado entra un nuevo poder gobernador que le capacita para llegar a ser santo en su experiencia diaria: “Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17). Véanse también Hech. 16:14; Ezeq. 36:25-27; 1 Juan 3:6-9.
II. NECESIDAD URGENTE DEL NUEVO NACIMIENTO.
1. LA NECESIDAD ES UNIVERSAL.
La necesidad llega hasta donde llega el pecado y la raza humana: “El que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3, cf. v. 5). Ni la edad, ni el sexo, ni la posición social, ni la condición del individuo le exime de esta necesidad. No nacer de nuevo es estar perdido. No existe substituto para el nuevo nacimiento: “Ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino la nueva criatura” (Gál. 6:15). Nuestro Señor mismo afirma con toda claridad esta necesidad absoluta. Todo lo que nace de la carne, tiene que nacer de nuevo del Espíritu (Juan 3:3-7).
2. LA CONDICION PECAMINOSA DEL HOMBRE LO EXIGE.
Juan 3:6: “Lo que es nacido de la carne, carne es,” y ningún proceso humano puede hacer que sea otra cosa. “¿Mudará el negro su pellejo, y el leopardo sus manchas? Así también podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal” (Jer. 13: 23). “Así que, los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Rom. 8:8). “En mí (es a saber, en mi carne) no mora el bien” (Rom. 7:18). La mente humana está tan obscurecida que no puede apreciar la verdad espiritual. Necesitamos una renovación de nuestra mente (Rom. 12:2). El corazón es engañoso y no admite a Dios de buena voluntad. Necesitamos ser puros de corazón para ver a Dios. Ante los ojos del hombre natural no existe el pensamiento de Dios. Necesitamos un cambio en la naturaleza para que podamos ser contados entre los que “se acuerdan de su nombre.” Ni la educación ni la cultura pueden producir este necesario cambio. Sólo Dios lo puede hacer.
3. LA SANTIDAD DE DIOS LO EXIGE.
Si nadie puede ver al Señor sin la santidad (Heb. 12:14), y si la santidad no se puede obtener por el desarrollo natural o el propio esfuerzo, concluimos que es una necesidad absoluta la regeneración de nuestra naturaleza. Este cambio, que nos hace santos, se realiza con el nuevo nacimiento.
El hombre tiene conciencia de que él no posee esta santidad por naturaleza. Tiene conciencia también de que debe poseerla para poder comparecer delante de Dios (Esdras 9:15). Las Escrituras corroboran esta conciencia en el hombre, y aun más, afirman la necesidad de una justicia tal que le capacite para comparecer delante de Dios. Solamente en el nuevo nacimiento está el principio de tal vida. Para vivir la vida de Dios debemos poseer la naturaleza de Dios.
III MEDIOS DE LA REGENERACION.
1. LA REGENERACION ES UNA OBRA DIVINA.
Nosotros no somos “engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, mas de Dios” (Juan 1:13). El nos engendró de su propia voluntad (Sant. 1:18). Nuestra regeneración es un acto creador de parte de Dios, no un proceso reformador de parte del hombre. No se adquiere por descendencia natural, porque todo lo que así se recibe es “carne.” No es por selección natural, porque la voluntad humana es incapaz de hacerlo. Ni es tampoco por el esfuerzo propio u otro principio humano generativo. Ni lo es por la sangre de un sacrificio ritual. Ni es por linaje o generación natural. Es absoluta y completamente la obra del mismo Dios. En realidad no tenemos que hacer con nuestro segundo nacimiento más que lo que tuvimos que hacer con nuestro primer nacimiento.
El único agente divino de la regeneración es el Espíritu Santo. Por esta razón se la llama “la renovación del Espíritu Santo” (Tito 3:5). Somos “nacidos del Espíritu” (Juan 3:5).
2. SIN EMBARGO, LA REGENERACION TIENE UN LADO HUMANO.
Juan 1:12 y 13 unen estos dos pensamientos, lo divino y lo humano, en la regeneración. Los que le recibieron (es decir, a Cristo) . . . son nacidos de Dios. Los dos grandes problemas que se relacionan con la regeneración son la eficiencia de Dios y la actividad del hombre.
a) El Hombre es Regenerado por Medio de la Aceptación del Mensaje del Evangelio.
Dios nos engendró “por la palabra de verdad” (Sant. 1:18). Somos “renacidos,” dice Pedro (1 Pedro 1:23), “de simiente incorruptible, por la palabra de Dios.” Somos “engendrados por el Evangelio” (1 Cor. 4:15). Estas Escrituras nos enseñan que la regeneración tiene lugar en el corazón del hombre cuando lee u oye la Palabra de Dios, o el mensaje del Evangelio, o ambos, y, por la obra del Espíritu en la palabra así como en el corazón del hombre, éste abre su corazón y recibe aquel mensaje como la Palabra de Vida para su alma. La verdad es iluminada por el Espíritu, así como también lo es la mente. El hombre cede a la verdad y nace de nuevo. Debemos recordar aquí también que es el Señor quien debe abrir nuestros corazones, como fué El quien abrió el corazón de Lidia (Hech. 16:14). Pero la Palabra debe ser creída y recibida por el hombre (1 Pedro 1:25).
b) El Hombre es Regenerado por la Aceptación Personal de Jesucristo.
Esto es lo que enseñan claramente Juan 1:12, 13 y Gál. 3:26. Somos hechos “hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.” Cuando un hombre pone su fe en lo que Cristo dice, y le recibe como quien es todo lo que dice que es, el hombre nace de nuevo.
El hombre, por consiguiente, no es meramente pasivo en el momento de la regeneración. Es únicamente pasivo en lo que se refiere al cambio del carácter que le gobierna. Es activo en relación con el ejercicio de este carácter. Un hombre muerto no puede ayudarse a sí mismo a resucitar. Esto es cierto. Pero puede, como Lázaro obedecer la orden de Cristo y “salir fuera.”
El Salmo 90:16, 17 ilustra tanto la parte divina como la parte humana: “Aparezca en tus siervos tu obra,” y después, “la obra de nuestras manos confirma.” Primero aparece la obra de Dios, después la obra del hombre. Así también es en Filipenses 2:12, 13.
D. JUSTIFICACION
I. SIGNIFICADO DE LA JUSTIFICACION.
1. RELATIVAMENTE.
Es un cambio de la relación o actitud del hombre para con Dios. Se refiere a las relaciones que han sido deshechas por el pecado, y esas relaciones son personales. Es un cambio de la culpabilidad y condenación a la absolución y aceptación. La regeneración se refiere al cambio de la naturaleza del creyente, la justificación al cambio de su posición delante de Dios. La regeneración es subjetiva, la justificación es objetiva. La primera tiene que ver con el estado del hombre, la segunda con su posición.
2. CONFORME AL LENGUAJE Y USO DE LAS ESCRITURAS.
Según Deut. 25:1 la justificación significa declarar, o hacer que uno aparezca inocente o justo. Según Rom. 4:2-8 significa ser contado por justo. Según el Salmo 32:2 significa no imputar la iniquidad. De todos estos versículos se deduce claramente una cosa y es que justificar no significa hacer a uno justo. Ni la palabra hebrea ni la griega lleva consigo este significado. Justificar significa presentar a uno como justo, declarar a uno justo en el sentido legal, colocar a una persona en una relación justa. Pero no se ocupa, por lo menos de una manera directa, del carácter o la conducta de la persona. Es un asunto de relación. Naturalmente, tanto el carácter como la conducta estarán supeditados y regidos por esta relación. No se puede atribuir una justicia real a la persona justificada, sino que esa persona es declarada justa y es tratada como tal. Hablando en rigor, por consiguiente, la justificación es un acto judicial de Dios por el que los que ponen su confianza en Cristo son declarados justos en su presencia, y libres de toda culpabilidad y castigo.
3. LA JUSTIFICACION CONSTA DE DOS ELEMENTOS.
a) El Perdón del Pecado y la Separación de su Culpa y Castigo.
Para nosotros es difícil comprender lo que Dios siente en cuanto al pecado. Para nosotros el perdón nos parece cosa fácil, porque mayormente somos indiferentes al pecado. Pero con un Dios santo la cosa es diferente. Aun entre los hombre es difícil a veces perdonar a quien nos ha ofendido. Sin embargo, Dios perdona de buena gana.
Miqueas 7:18, 19: “¿Qué Dios como tú, que perdonas la maldad, y olvidas el pecado del resto de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque es amador de la misericordia. . . . El sujetará nuestras iniquidades, y echará en los profundos de la mar todos nuestros pecados.” Véase también Salmo 130:4. ¿Qué perdón más admirable!
El perdón puede considerarse como el término de la ira moral y el resentimiento de Dios contra el pecado; o como una libertad de la culpabilidad del pecado que oprime la conciencia; o también como una remisión del castigo del pecado, que es la muerte eterna.
Por consiguiente, en la justificación se perdonan todos nuestros pecados, y son apartados de nosotros la culpa y el castigo (Hech. 13:38, 39; Rom. 8:1). En Cristo, Dios ve al creyente como si no tuviera pecado ni culpa (Núm. 23:21; Rom. 8:33, 34).
b) La Imputación de la Justicia de Cristo y la Vuelta al Favor de Dios.
El pecador perdonado no es como un prisionero a quien se ha dado de alta después de haber cumplido su prisión y sufrido el castigo, pero que ya no tiene derechos de ciudadanía. No, la justificación significa más que la absolución. ¡El pecador que se arrepiente recibe de nuevo con el perdón todos los derechos de ciudadano. La Sociedad de los Amigos se llamaron a sí mismos Amigos, no porque eran amigos entre sí, sino porque, después de haber sido justificados, se consideraron amigos de Dios como lo fué Abraham (2 Cron. 20:7; Sant. 2:23). Significa también la imputación de la justicia de Jesucristo al pecador. Su justicia es “para todos los que creen” (Rom. 3:22). Véanse Rom. 5:17- 21; 1 Cor. 1:30. Por vía de ilustración, véase Filemón 18.
IL METODO DE LA JUSTIFICACION.
I. NEGATIVAMENTE: NO POR LAS OBRAS DE LA LEY.
Rom. 3:20: “Porgue por las obras de la ley ninguna carne se justificará delante de él, porque por la ley es el conocimiento del pecado.” Este “porque” indica que se ha realizado un proceso judicial y que se ha pronunciado la sentencia. En el tribunal de Dios ninguno puede ser tenido como justo en su presencia a causa de su obediencia a la ley. El propósito de la Epístola a los Romanos es precisamente presentarnos esta gran verdad. La ley es completamente insuficiente como medio para establecer las relaciones buenas con Dios. La salvación no puede ser por el carácter. Lo que necesita el hombre es precisamente la salvación su carácter.
En este texto se da la razón por qué la ley no puede justificar: «Porque por la ley es el conocimiento del pecado.” La ley puede abrir los ojos del pecador para que vea su pecado, pero no puede quitárselo. En realidad la intención de la ley nunca fué quitar el pecado, sino intensificarlo. La ley únicamente define el pecado y hace que sea pecaminoso, pero no libra de él. Gálatas 3:10 dos da una razón más para hacemos ver que la Justificación no puede obtenerse por la obediencia a la ley. La ley exige una obediencia continua y perfecta: “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas que están escritas en el libro de la ley, para hacerlas.” Y como nadie puede tener una obediencia continua y perfecta, se deduce que la justificación por la obediencia a la ley es imposible. La única cosa que la ley puede hacer es tapar la boca de cada hombre y declararle reo delante de Dios (Rom. 3:19,20).
Gálatas 2:16 y 3:10; Rom. 3:28, son pasajes muy explícitos en su negación de la justificación por la ley. Es cuestión de Moisés o Cristo, obras o fe, ley o promesa, hacer o creer, paga o don gratuito.
2. POSITIVAMENTE: POR LA LIBRE GRACIA DE DIOS, QUE ES EL ORIGEN O FUENTE DE LA JUSTIFICACION.
Rom. 3:24: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en Cristo Jesús.” “Gratuitamente” quiere decir que se da sin que nosotros hagamos nada de nuestra parte para merecerla. Del contenido de la epístola hasta este lugar, debe ser claro que si los hombres, pecaminosos y pecadores, de alguna manera han de ser justificados, tiene que ser por “la libre gracia de Dios.”
3. POR LA SANGRE DE JESUCRISTO, QUE ES LA BASE DE LA JUSTIFICACION.
Rom. 3:24: “Siendo justificados . . . por la redención que es en Cristo Jesús.” 5:9: “Mucho más ahora, justificados en su sangre.” 2 Cor. 5:21: “Al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” Aquí se une el derramamiento de sangre de Cristo con la justificación. No se puede quitar esta idea doble del pasaje. Los sacrificios del Antiguo Testamento eran más que una carnicería sin significado: “Sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Heb. 9:22). El gran sacrificio del Nuevo Testamento, la muerte de Jesucristo, fué más que la muerte de un mártir. Los hombres son “justificados en su sangre” (Rom. 5:9).
4. POR LA FE EN JESUCRISTO, QUE ES LA CONDICION DE LA JUSTIFICACION.
Gál. 2:16: “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo.” Rom. 3:26: “Con la mira de manifestar su justicia en este tiempo; para que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.” “Que es de la fe de Jesús” se pone en contraste con “todos los que son de las obras de la ley” (Gál. 3:10). Cuando Pablo dice en Rom. 4:5: “Mas al que no obra, pero cree en aquél que justifica al impío,” da un golpe de muerte a la justicia judaica. “La fe le es contada por justicia:” esto describe al hombre que, desconfiando del valor de sus propias obras, se entrega sin reservas a la misericordia de Dios, manifestada en Jesucristo, para su justificación. De esta manera sucede que “de todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en éste es justificado todo aquel que creyere” (Hech. 13:39). El mejor de los hombres necesita ser salvo por la fe en Jesucristo, y el peor de todos no necesita más que eso mismo. Así como no hay diferencia en la necesidad, tampoco la hay en el método de su aplicación. Todos los pecadores salvados se encuentran unidos en esa misma base, y allí estarán para siempre. Por consiguiente, el primer paso para la justificación es la desesperación de las propias obras; el segundo, creer en aquél que justifica a los injustos.
No es que nosotros hagamos de menos a las buenas obras, pues estas también tienen su lugar. Pero siguen, y no preceden, a la justificación. El que obra no es justificado, sino que el justificado es el que obra. Las obras no son meritorias, pero encuentran su recompensa en la vida del hombre justificado. El árbol da muestras de su vida en sus frutos, pero antes del fruto, y aun antes de las hojas, tenía vida. (Para mayores sugerencias e ideas acerca de la relación entre la fe y las obras véase Fe II, 3, pág. 148.)
Resumiendo lo que hemos dicho, podemos decir que los hombres son justificados judicialmente por Dios (Rom. 8:33); meritoriamente por Cristo (Isa. 53:11); mediatamente por la fe (Rom. 5:1); evidencialmente por las obras (Sant. 2:14, 18-24).
E. ADOPCION
La regeneración da comienzo a la nueva vida en el alma; la justificación se ocupa de la nueva actitud de Dios para con el alma, o tal vez sea mejor decir, del alma para con Dios; la adopción admite al hombre a la familia de Dios con gozo filial.
La regeneración se refiere a nuestro cambio de naturaleza; la justificación, a nuestro cambio de estado; la santificación, a nuestro cambio de carácter; la adopción a nuestro cambio de posición.
En la regeneración el creyente se hace hijo de Dios (Juan 1:12, 13); en la adopción, el creyente, que ya es hijo, recibe un lugar como hijo adulto. Así el hijo menor se hace hijo adulto (Gál. 4:1-7).
I. SIGNIFICADO DE LA ADOPCION.
Adopción significa colocarse como hijo. Es una metáfora legal así como la regeneración es una metáfora física. Es una palabra romana, porque la adopción no fué conocida apenas entre los judíos. Significa que un hombre toma el hijo de otro para que sea su hijo, de modo que tiene la misma posición y las mismas ventajas que un hijo por nacimiento. El término lo usa Pablo, no Juan. Nunca se usa esta palabra con relación a Cristo. Se usa con relación al creyente cuando va encerrada la cuestión de derechos, privilegios y herencia. Es un término netamente paulino (Gál. 4:5; Rom. 8:15, 23; 9:4; Efes. 1:5). Juan usa el término que indica filiación por naturaleza, porque siempre habla de la filiación desde el punto de vista de la naturaleza, del crecimiento y de la semejanza (cf. 1 Juan 3:1).
Exodo 2:10 y Hebreos 11:24 nos suministran dos espléndidas ilustraciones acerca del sentido y uso bíblico de la adopción.
II. TIEMPO EN QUE SE REALIZA LA ADOPCION.
1. EN UN SENTIDO ES ETERNA EN SU NATURALEZA.
Efes. 1:4, 5. Antes de la fundación del mundo fuimos predestinados a la adopción de hijos. Hay que distinguir entre la predestinación a la adopción, y el hecho actual de adopción que tuvo lugar cuando creímos en Cristo; de la misma manera que la encamación fué predestinada, y sin embargo tuvo lugar en el tiempo; y de la misma manera que el Cordero fué sacrificado desde antes de la fundación del mundo, y sin embargo el hecho tuvo lugar en el Calvario. ¿Por qué mencionamos entonces este aspecto eterno de la adopción? Para excluir las obras y demostrar que nuestra salvación tiene su origen únicamente en la gracia de Dios (Rom. 9:11; 11:5, 6). De la misma manera que si nosotros adoptamos un niño será completamente un acto de gracia de nuestra parte.
2. TIENE LUGAR EN EL MOMENTO EN QUE UNO CREE EN JESUCRISTO.
1. Juan 3:2: “Muy amados, ahora somos hijos de Dios.” GáL 3;26: “Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.” Véase también Juan 1:12. El creyente posee la filiación ahora. Aunque parezca extraño e inconcebible, es cierto. El mundo quizás no piense así (v. 1), pero Dios lo dice así, y el cristiano con fe exclama: “Yo soy hijo del Rey.” Antes éramos esclavos; ahora somos hijos.
3. NUESTRA FILIACION SE COMPLETARA AL TIEMPO DE LA RESURRECCION Y DE LA SE- GUNDA VENIDA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.
Rom. 8:23: “Esperando la adopción, es a saber, la redención de nuestro cuerpo.” En este mundo nos encontramos de incógnito; no somos reconocidos como hijos de Dios. Pero algún día nos quitaremos este disfraz (2 Cor. 5:10). No se ha manifestado aun lo que hemos de ser. La revelación de los hijos de Dios está reservada para un día futuro. Véase también 1 Juan 3:1-3.
III. BENDICIONES DE LA ADOPCION.
Las bendiciones de la adopción son tan numerosas que no se pueden mencionar sino de un modo muy breve. Veamos algunas:
Objetos del especial amor de Dios (Juan 17:23), y de su cuidado paternal (Luc. 12:27-33).
Tenemos el nombre de familia (1 Juan 3:1; Efes. 3:14, 15); el parecido familiar (Rom. 8:29); el amor de familia (Juan 13: 35; 1 Juan 3:14); un espíritu filial (Rom. 8:15; Gál. 4:6); el servicio familiar (Juan 14:23, 24; 15:8).
Recibimos el castigo paternal (Heb. 12:5-11); el consuelo paternal (Isa. 66:13; 2 Cor. 1:4); y una herencia (1 Pedro 1:3-5; Rom. 8:17).
IV. ALGUNAS EVIDENCIAS DE LA FILIACION.
Los que son adoptados en la familia de Dios:
Son guiados por el Espíritu (Rom. 8:4; Gál. 5:18).
Tienen una confianza de niños en Dios (Gál. 4:5, 6).
Tienen libre acceso (Efes. 3:12).
Tienen amor a sus hermanos (1 Juan 2:9-11; 5:1).
Son obedientes (1 Juan 5:1-3).
F. SANTIFICACION
Si la regeneración está relacionada con nuestra naturaleza, la justificación con nuestro estado y la adopción con nuestra posición, la santificación se refiere a nuestro carácter y conducta. En la justificación somos declarados justos para que, en la santificación, podamos llegar a ser justos. La justificación es lo que Dios hace por nosotros, mientras que la santificación es lo que Dios hace en nosotros. La justificación nos coloca en una relación justa con Dios, mientras que la santificación hace que se vea el fruto de esa relación: una vida separada del mundo pecador y dedicada a Dios.
I. SIGNIFICADO DE LA SANTIFICACION.
En esta definición sobresalen dos ideas: separación del mal y dedicación a Dios y a su servicio.
1. SEPARACION DEL MAL.
2. Crón. 29:5, 15-18: «Santificaos ahora, y santificaréis la casa de Jehová el Dios de vuestros padres, y sacaréis del santuario la inmundicia. … Y entrando los sacerdotes dentro de la casa de Jehová para limpiarla, sacaron toda la inmundicia que hallaron. . . . Luego pasaron al rey Ezequías y dijéronle: Ya hemos limpiado toda la casa de Jehová.” 1 Tes. 4:3: «Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación: que os apartéis de fornicación.” Véanse también Heb. 9:3; Exod. 19:20-22; Lev. 11:44.
De estos pasajes se deduce que la santificación tiene que ver con la separación de todo lo que es pecaminoso y que contamina tanto el cuerpo como al alma.
2. SEPARACION O DEDICACION A DIOS.
En este sentido es santificado todo lo que es apartado de los usos profanos para dedicarlo a los usos sagrados, todo lo que está dedicado exclusivamente al servicio de Dios. De aquí se deduce que una persona puede “santificar su casa consagrándola a Jehová,” o puede también “santificar de la tierra de su posesión a Jehová” (Lev. 27:14, 16). De esta manera eran también santificados al Señor los primogénitos (Núm. 8:17). Aun el Hijo de Dios fué santificado, en cuanto fué separado por su Padre y enviado a este mundo para hacer la voluntad de Dios (Juan 10:36). Siempre que una cosa o una persona es separada de las relaciones comunes de la vida para ser dedicada a usos sagrados, la tal cosa o persona se dice que ha sido santificada.
3. SE APLICA TAMBIEN A DIOS.
Siempre que los escritores sagrados desean demostrar que el Señor está por completo apartado de todo lo que es pecaminoso o impuro, y que es absolutamente santo en sí mismo, hablan de El como santificado: “Cuando fuere santificado en vosotros delante de sus ojos” (Ezeq. 36:23).
II. CUANDO TIENE LUGAR LA SANTIFICACION.
La santificación puede considerarse como pasada, presente y futura; o como instantánea, progresiva y completa.
1. SANTIFICACION INSTANTANEA.
1 Cor. 6:11: “Y esto erais algunos: mas ya sois lavados, mas ya sois santificados, mas ya sois justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.” Heb. 10:10, 14: “En la cual voluntad somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez. . . . Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.” La santificación del creyente tiene lugar inmediatamente por la muerte de Jesucristo. En el mismo instante en que uno cree en Cristo, es santificado en este primer sentido. Es separado del pecado, y separado para Dios. Por esta razón precisamente a los creyentes se les llama santos en el Nuevo Testamento (1 Cor. 1:2; Rom. 1:7). Si un hombre no es un santo, tampoco es cristiano; si es cristiano, es un santo. En algunos círculos se canoniza a las personas después de muertas; el Nuevo Testamento canoniza a los creyentes mientras están vivos. Nótese que en 1 Cor. 6:11 se pone “santificados” antes que “justificados.” El creyente crece en santificación, más bien que a la santificación como si saliera de otro estado. El creyente es colocado en estado de santificación instantáneamente por un sencillo acto de fe en Cristo. Todo cristiano es un hombre santificado. El mismo acto que le coloca en estado de justificación le admite inmediatamente al estado de santificación, en el cual ha de crecer hasta llegar a la plenitud de la medida de la estatura de Cristo.
2. SANTIFICACION PROGRESIVA.
La justificación difiere de la santificación en que la primera es un acto instantáneo pero no progresivo, mientras que la segunda es una crisis con miras a un proceso—un acto que es instantáneo y que lleva consigo la idea del crecimiento hasta llegar a su complemento.
2 Pedro 3:18: “Mas creced en la gracia y conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.” 2 Cor. 3:18: “Somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza, como por el Espíritu del Señor.” Es muy digno de notar en este caso el tiempo. Somos transformados de un grado de carácter o de gloria a otro grado. Es porque la santificación es progresiva, o un crecimiento, que se nos exhorta a multiplicar y abundar (1 Tes. 3:12), y que abundemos más y más (4:1,10) en las gracias de la vida cristiana. El hecho de que siempre existe el peligro de contaminarse por el contacto con el mundo pecador, y de que en la vida del verdadero creyente hay un siempre creciente sentido del deber y una conciencia del pecado cada vez más profunda, hace necesario un crecimiento continuo y desarrollo en las virtudes y dones de la vida del creyente. Es posible ir perfeccionando la santificación (2 Cor. 7:1). El don de pastores y maestros que Dios da a su iglesia, es con el propósito de perfeccionar a los santos en la semejanza de Cristo hasta que, finalmente, lleguen a la plenitud del modelo divino que es Jesucristo (Efes. 4:11-15). La santidad no crece como los hongos; no es cosa de una hora. Crece como crecen los arrecifes de coral, poco a poco y paso a paso. Véase también Filip. 3:10-15.
3. SANTIFICACION COMPLETA Y FINAL.
1. Tes. 5:23: “Y el Dios de paz os santifique en todo; para que vuestro espíritu y alma y cuerpo sea guardado entero sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” “Entero” significa completo en todas sus partes, perfecto en todos los aspectos, ya se refiera a la iglesia como un todo, o al creyente como individuo. Algún día el creyente será completo en todos los aspectos del carácter cristiano. No le faltará ninguna gracia cristiana. Completo en el “espíritu” que le une al cielo; en el «cuerpo” que le une a la tierra; en el “alma” que siente impulsos del cielo y de la tierra. Habrá madurez en cada uno de los elementos del carácter cristiano: cuerpo, alma y espíritu.
Esta bendición de la santificación íntegra y completa tendrá lugar cuando venga Cristo: 1 Tes. 3:13: “Para que sean confirmados vuestros corazones en santidad, irreprensibles delante de Dios y nuestro Padre, para la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos.” Cuando le veamos a El seremos como El es (1 Juan 3:2). Pablo explica esto muy explícitamente en Filip. 3:12-14: “No que ya haya alcanzado, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si alcanzo aquello para lo cual fui también alcanzado de Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no hago cuenta de haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús.”
III. MEDIOS DE SANTIFICACION.
¿Cómo se santifican los hombres? ¿Qué medios se usan y qué agentes se emplean para hacer a los hombres santos y conformes a la semejanza de Cristo? Los agentes y medios son divinos y humanos. Dios y el hombre contribuyen y cooperan a este ansiado propósito.
1. DE LADO DIVINO: ES LA OBRA DE LA TRINIDAD.
a) Dios el Padre.
1 Tes. 5:23, 24: “Y el Dios de paz os santifique en todo. . . . Fiel es el que os ha llamado; el cual también lo hará.” En este pasaje se contrasta la obra de Dios con los esfuerzos humanos para la consecución de los propósitos antes mencionados. Aquí lo mismo que en Heb. 12:2, y Filip. 1:6 el Iniciador de la fe es también el Consumador. Por consiguiente, el propósito y fin de cada exhortación es fortalecer la fe en Dios, quien puede realizar todas estas cosas por nosotros. Hay un sentido, naturalmente, en el que el creyente es responsable por su adelanto en la vida cristiana (Filip. 3:12, 13). Sin embargo, es también cierto que la gracia divina es la que obra todo en él (Filip. 2:12, 13). No nos podemos limpiar a nosotros mismos, pero nos podemos colocar en las manos de Dios y entonces vendrá la purificación. El «Dios de paz,” el que nos reconcilia, es el mismo que nos santifica. Es como si el apóstol hubiera dicho: «Dios con su gran poder hará por vosotros lo que yo con mis exhortaciones, y vosotros con vuestros esfuerzos, nunca podemos hacer.” Véase Juan 17:17: «Santifícalos en tu verdad.” Cristo se dirige aquí al Padre como el único que puede santificar a sus discípulos.
b) Jesucristo el Hijo.
Heb. 10:10: «En la cual voluntad somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez.” La muerte de Jesucristo separa al creyente del pecado y del mundo, y le coloca aparte como redimido y dedicado al servicio de Dios. Esta misma verdad, a saber, la santificación de la iglesia, basada en el sacrificio de la muerte de Cristo, se nos presenta también en Efes. 5:25, 27: «Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí misino por ella, para santificarla.” Cristo ha sido hecho para nosotros santificación (1 Cor. 1:30). Véase también Heb. 13:12.
c) El Espíritu Santo Santifica.
1 Pedro 1:2: «Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu.” 2 Tes. 2:13: «. . . de que Dios os haya escogido desde el principio para salud, por la santificación del Espíritu y fe de la verdad.” El Espíritu Santo sella, testifica y confirma la obra de la gracia en el alma, produciendo en ella los frutos de justicia. Es el Espíritu de vida en Cristo Jesús el que nos libra de la ley del pecado y de la muerte (Rom. 8:2). El es llamado Espíritu Santo, no solamente porque es absolutamente santo en sí mismo, sino también porque produce esa misma cualidad del carácter en el creyente. Para este propósito el Espíritu Santo es el ejecutivo de la Divinidad. La obra del Espíritu Santo es luchar contra las concupiscencias de la carne y capacitamos para producir frutos de santidad (Gál. 5:17-22). Cuán admirablemente se expone esta verdad en el contraste entre los capítulos 7 y 8 de Romanos. Nótese la infructuosa lucha del primero, y la victoria del segundo. Nótese también que en el capítulo séptimo no se menciona al Espíritu Santo, mientras que en el capítulo octavo se le menciona 16 veces. En esto se encuentra el secreto del fracaso y de la victoria, del pecado y de la santidad.
2. DE LADO HUMANO.
a) Fe en la Obra Redentora de Jesucristo.
1 Cor. 1:30: «Mas de él sois vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, y justificación, y santificación, y redención.” Cristo es en verdad todas estas cosas para nosotros, pero de hecho no llega a ser tal sino para aquellos que se le apropian. Solamente a medida que el creyente cada día, y aun cada momento, se aprovecha por fe de la santidad de Jesús, de su fe, de su paciencia, de su amor, de su gracia, para las necesidades de cada momento, puede Cristo, quien por Su muerte se hizo para él santificación en un sentido instantáneo, llegar a ser también para él santificación en un sentido progresivo, produciendo en el creyente su propia vida a cada instante. El secreto de una vida santa está precisamente en apropiarnos cada momento a Jesucristo en todas las riquezas de su gracia en cada necesidad que surge. El grado de nuestra santificación está en proporción a la apropiación que hacemos de Cristo. Véase también Hech. 26:18.
b) El Estudio de las Escrituras y la Obediencia a las Mismas.
Juan 17:17: “Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad.” Efes. 5:26: “Para santificarla (su iglesia) limpiándola en el lavacro del agua por la palabra.” Juan 15:3: “Ya vosotros sois limpios por la palabra que os he hablado.” Nuestra santificación está limitada únicamente por la limitación de nuestro conocimiento y obediencia a la Palabra de Dios. ¿Cómo santifica la Palabra de Dios? Haciendo ver el pecado; despertando la conciencia; revelándonos el carácter de Cristo, mostrándonos el ejemplo de Cristo; ofreciéndonos la influencia y poder del Espíritu Santo, y proponiéndonos ideales y motivos espirituales. No hay poder semejante al de la Palabra de Dios para apartar al hombre del mundo, de la carne y del diablo.
c) Otros Varios Agentes.
Heb. 12:14: “Seguid … la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.” “Seguir” significa acosar, perseguir, como Pablo de Tarso siguió y acosó a los primitivos cristianos. Nadie puede llegar a ser santo mientras duerme. Tiene que seguir con ahínco la santidad. El hombre ocioso no puede llegar a ser un hombre santo.
Heb. 12:10, 11: Dios nos castiga “para lo que nos es provechoso, para que recibamos su santificación.” El castigo con frecuencia tiene por fin producir el “fruto apacible de justicia.”
Rom. 6:19-22; 2 Cor. 6:17; 7:1. La santificación se produce en la vida del creyente separándose él deliberadamente de todo lo que es impuro y malo, y presentando continua y constantemente los miembros de su cuerpo como instrumentos santos para Dios, para que se cumplan sus santos propósitos en él. De esta manera, por estos sencillos actos de entrega voluntaria a la santidad, pronto llega la santificación a ser el hábito de su vida.
G. ORACION
I IMPORTANCIA DE LA ORACION.
No hace falta más que hojear las Escrituras para darse cuenta i el lugar grande e importante que dan a la doctrina de la oración. La vida cristiana no puede mantenerse sin ella; es el aliento de vida del cristiano. Su importancia se ve, pensando:
– Que el descuidar la oración entristece al Señor (Isa. 43:21, I: 64:6, 7).
– Que muchos males en la vida se atribuyen a la falta de oración Sof. 1:4-6; Daniel 9:13, 14; cf. Oseas 7:13, 14; 8:13, 14).
– Que es pecado dejar de orar (1 Samuel 12:23).
– Que Dios nos manda positivamente que perseveremos en la oración (Col. 4:2; 1 Tes. 5:17; se nos manda que tomemos tiempo o vacación para orar: 1 Cor. 7:5).
– Que es el método designado por Dios para conseguir lo que El nos ha de dar (Daniel 9:3; Mat. 7:7-11; 9:24-29; Luc. 11:13).
– Que la falta de bendiciones necesarias para nuestra vida procede del no orar (Sant. 4:2).
– Que los apóstoles consideraron la oración como la mejor manera en que podían emplear su tiempo y atención (Hech. 6:4; Rom. 1:9; Col. 1:9).
II. NATURALEZA DE LA ORACION.
Es muy interesante observar el desarrollo que tiene la oración en las Escrituras.
En la vida del patriarca Abraham parece que la oración tomó la forma de un diálogo: Dios y el hombre acercándose mutuamente y hablando el uno al otro (Gén. 18:19); convirtiéndose en intercesión (Gén. 17:18; 18:23, 32), y después en oración personal (Gén. 15:2; 24:12); Jacob, (Gén. 28:20; 32:9-12, 24; Oseas 12:4). Las bendiciones patriarcales se llaman oraciones (Gén. 49:1; Deut. 33:11).
Durante el período de la ley no se dio mucha prominencia a la oración formal. El único pasaje en que se relata de una forma clara parece ser Deut. 26:1-15. La oración no había tomado aún un lugar definitivo en el ritual de la ley. Parece que fué un asunto personal más que formal, y por eso mientras no nos es posible encontrar mucho material en la ley, la oración abunda en la vida del legislador, Moisés (Exod. 5:22; 32:11; Núm. 11:11-15).
En tiempos de Josué (7:6-9; 10:14) y de los Jueces (c. 6) se nos dice que los hijos de Israel “clamaron al Señor.”
En el tiempo de Samuel parece que la oración tomó la forma de intercesión (1 Sam. 7:5, 12; 8:16-18); personal (1 Sam. 15:11, 35; 16:1). En Jeremías (15:1) se nos representa a Moisés y a Samuel ofreciendo oración intercesoria por Israel.
Parece que David se consideró a sí mismo como profeta y sacerdote, y oró sin necesidad de intercesor (2 Sam. 7:18-29).
Parece que los profetas fueron intercesores; por ejemplo, Elías (1 Reyes 18). Sin embargo, entre los profetas se encuentran también oraciones personales (Jer. 20, tanto personales como intercesoras; 33:3; 42:4; Amós 7).
En los Salmos la oración toma la forma de una expresión de lo que hay en el corazón (42:4; 62:8; 100:2, el título). El salmista parece que no se presente a Dios con peticiones fijas y ordenadas sino que simplemente expresa sus sentimientos y deseos, ya sean éstos dulces o amargos, tormentosos o pacíficos. De consiguiente, las oraciones del salmista demuestran sus varios estados de ánimo: queja, súplica, confesión, abatimiento, alabanza.
La verdadera oración consta de elementos tales como la adoración, la alabanza, la petición, el ruego, la acción de gracias, la intercesión, la comunión, la esperanza en el Señor. La cámara en la que entra el creyente para orar no es solamente un oratorio, un lugar de oración; es un observatorio, un lugar de visión. La oración no es “una voz o empresa mía; sino una visión y voz divinas.” Isa. 63:7; 64:12 ilustra todas las maneras esenciales de dirigirse a Dios en oración.
III. POSIBILIDAD DE LA ORACIÓN.
Esta posibilidad consta de cinco cosas:
1. LA REVELACION DE DIOS QUE CRISTO NOS HA HECHO.
Juan 1:18: “A Dios nadie le vió jamás: el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le declaró.” Mat. 11:27: “. . . Ni al Padre conoció alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar.”
Cristo nos revela a Dios como un Dios personal, como un Ser que ve, siente, conoce, entiende y obra. La creencia en la personalidad de Dios es absolutamente necesaria para la verdadera oración (Heb. 11:6).
Cristo nos revela a Dios como un Dios soberano (Mat. 19:26: «Para con Dios todo es posible”). Dios es soberano sobre todas las leyes. El las puede sujetar a su voluntad y usarlas para contestar las oraciones de sus hijos. El no está sujeto a ninguna de las leyes que se llaman inmutables.
Cristo nos revela a Dios como un Padre (Luc. 11:13). En todas las circunstancias de la vida de Cristo en las que éste se dirigió a Dios en oración, lo hizo siempre como a un Padre. El hecho de la paternidad de Dios hace posible la oración. Que un padre no se comunicara con su hijo sería una cosa no natural.
2. LA OBRA EXPIATORIA DE JESUCRISTO.
Heb. 10:19-22: «Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el santuario por la sangre de Jesucristo, por el camino que él nos consagró nuevo y vivo, por el velo, esto es, por su carne; y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, lleguémonos con corazón verdadero, en plena certidumbre de fe.” La muerte de Cristo quitó la barrera que había entre Dios y nosotros, y que le impedía oír y contestar continuamente nuestras oraciones, de modo que ahora puede oir y contestar las peticiones de sus hijos.
3. LA INSPIRACION DEL ESPIRITU SANTO.
Rom. 8:26: “Y asimismo también el Espíritu ayuda nuestra flaqueza: porque qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos; sino que el mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos indecibles.” Véase Judas 20. El pensamiento del escritor es el siguiente: aunque se nos asegura que hay un Dios personal para oirnos, y aunque tenemos la seguridad de que la barrera del pecado que estaba entre Dios y nosotros ha sido quitada, de modo que ahora tenemos el deseo de orar, con frecuencia encontramos obstáculos porque o no sabemos qué decir o qué cosa pedir. Podremos orar con mucho fervor por cosas que no convienen, o con demasiada languidez por lo que más necesitamos. De ahí que tenemos miedo de orar. La seguridad que nos da este versículo consiste en que el Espíritu Santo orará dentro de nosotros y formulará nuestra petición, así ayudándonos en nuestra vida de oración.
4. LAS MUCHAS PROMESAS DE LA BIBLIA.
Se nos dice que éstas son más de 33,000. Cada promesa es “sí y amén en Jesucristo;” El es la garantía y el garantizador de todas ellas. No se nos dan para mofarse de nosotros, sino para damos ánimo: “¿Lo ha dicho y no lo cumplirá? ¿Ha hablado y no lo hará?” Véase Juan 14:13; 15:7; 1 Juan 5:14, 15; Luc. 11:9, etc.
5. EL TESTIMONIO CRISTIANO UNIVERSAL.
Millones de cristianos en todo el mundo pueden testificar y de hecho testifican que Dios oye y contesta la oración. La credibilidad, el carácter, y la inteligencia de tan gran número de testigos hacen su testimonio indisputable e incontrovertible.
IV. A QUIEN SE DEBE ORAR.
1. A DIOS.
Nehemías 4:9; Hech. 12:5: “Y la iglesia hacía sin cesár oración a Dios por él.” Dios es santo, de ahí que no debe haber impureza alguna en la vida del que ora; es justo, de ahí que no debe haber caminos torcidos; es veraz, de ahí que no debe haber mentira ni hipocresía; es poderoso, de ahí que debemos tener confianza en El; es trascendente, de ahí que debemos acercamos a El con reverencia.
2. A CRISTO.
Hech. 7:59: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.” 2 Cor. 12:8, 9; 2 Tim. 2:22.
3. AL ESPIRITU SANTO.
Rom. 8:15, 16 nos presenta la relación que hay entre el Espíritu Santo y la oración, y también Zac. 12:10; Efes. 6:18; Judas 20. El Espíritu Santo es Dios (Hech. 5:3, 4; Mat. 28:19; 2 Cor. 13:14), de ahí que se le debe adorar (Mat. 4:10; Apoc. 22:9).
La manera normal de orar es al Padre, en el Espíritu, a base de los méritos del Hijo: al Padre, en el Espíritu, por el Hijo.
V. METODO O MANERA DE ORAR.
1. EN CUANTO A LA POSICION DEL CUERPO.
El alma puede orar, no importa cuál sea la actitud que el cuerpo adopte. Las Escrituras no especifican una posición especial del cuerpo. Cristo oró en pie (Juan 17:1); se arrodilló (Luc. 22:41); también oró con el rostro en tierra (Mat. 26:39). Salomón se arrodilló (1 Reyes 8:54). Elías oró con los codos puestos sobre sus rodillas y el rostro en las manos. David oró estando en la cama (Salmo 63:6). Pedro oró en el agua (Mat. 14:30). El ladrón moribundo oró en la cruz (Luc. 23:42).
2. EN CUANTO AL TIEMPO Y EL LUGAR.
Tiempo: En tiempo fijo (Daniel 6:10; Salmo 55:16, 17; Hech. 3:1; 2:46; 10:9, 30). En ocasiones especiales: Al escoger a los doce (Luc. 6:12, 13). Ante la cruz (Luc. 22:39-46). Después de los grandes éxitos (Juan 6:15, cf. Mar. 6:46-48). De mañana temprano (Mar. 1:35). Toda la noche (Luc. 6:12). En tiempos de especial dificultad (Salmo 81:7, cf. Exod. 2:23; 3:7; 14:10, 24). En las comidas (Mat. 14:19; Hech. 27:35; 1 Tim. 4:4, 5).
Lugar de oración: Secretamente en la cámara (Mat. 6:6). En medio de la naturaleza (Mat. 14:23; Mar. 1:35). En la iglesia (Juan 17:1; Salmo 95:6). En presencia de los inconversos (Hech. 16:25; 27:35). En todos los lugares (1 Tim. 2:8).
VI. IMPEDIMENTOS Y AYUDAS PARA LA ORACION.
1. IMPEDIMENTOS.
El consentir en el pecado conocido (Salmo 66:18; Isa. 59:1, 2). La desobediencia voluntaria a los mandamientos conocidos (Prov. 28:9). El egoísmo (Sant. 4:3). Espíritu vengativo (Mat. 5:22, 23; 6:12). Falta de fe (Heb. 11:6; Sant. 1:6). Idolos en el corazón (Ezeq. 8:5-18; 14:1-3).
2. AYUDAS ESENCIALES PARA UNA ORACION EFICAZ.
Sinceridad (Salmo 145:18; Mat. 6:5); sencillez (Mat. 6:7, cf. 26:44); seriedad (Sant. 5:17; Hech. 12:5; Luc. 22:44); persistencia (Luc. 18:1-8; Col. 4:2; Rom. 12:12); fe (Mat. 21:22; Sant. 1:6); unanimidad con los demás (Mat. 18:19, 20); precisión (Salmo 27:4; Mat. 18:19); esfuerzo (Exod. 14:15); en el nombre de Jesús (Juan 16:23; 14:13, 14); con ayuno (Hech. 13:2, 3; 14:23).