04 El bautismo de Jesús

BautismoJesus

El bautismo de Jesús 

(Mr 1:9-11)

BautismoJesus

La presentación del Mesías (III) (Mr. 1:1-13).

Y por fin llegamos a lo que podríamos llamar “el momento culminante”, el más importante de esta primera parte del evangelio, el momento que Marcos ha intentado apresurar: La entrada “en escena” de nuestro Señor. 

El bautismo de Jesús (Mr 1:9-11)

(Mr 1:9) “Aconteció en aquellos días, que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán.”

“Aconteció en aquellos días, que…” Es decir, en el momento más álgido del ministerio de Juan el bautista, cuando más involucrado estaba en predicar y bautizar a los que se identificaban con su llamado al arrepentimiento, de entre la multitud y como uno más aparece el visitante que Juan ha estado anunciado. 

“Jesús vino de Nazaret de Galilea,…” Con esta sencilla frase Marcos, sin quererlo, responde a una pregunta sobre la vida de Jesús cuya respuesta ha desatado mucha imaginación. Nos referimos a ¿dónde estuvo Jesús antes de empezar su ministerio?

Marcos está diciendo que no estuvo en un “retiro espiritual” en la India, tratando de encontrarse a sí mismo o de alcanzar la paz interior o con el universo, ni tampoco entre los esenios, retirado en algún lugar del desierto de Judea, empapándose de sus doctrinas, y que tampoco era una taumaturgo local, es decir un obrador de milagros a nivel de Nazaret y alrededores. Hasta ese momento Jesús había vivido en Nazaret, una ciudad agrícola del interior de Galilea, a los pies de los montes de Galilea, junto con su familia. Y si como suponemos su padre había muerto algún tiempo atrás, estaría al cargo de la familia y del negocio familiar, la carpintería.

Observemos lo que ocurre cuando un tiempo después, ya iniciado su ministerio, Jesús vuelve a Nazaret para predicar:

(Mr 6:3) ¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él.

Para ellos Jesús es simplemente “el carpintero” de toda la vida. De ahí la extrañeza con esta nueva etapa. Evidentemente esto no quita que durante todo el tiempo previo a su manifestación aprovechara cada oportunidad para meditar las Escrituras y pasar tiempo en comunión con su Padre. Lo hacía siendo muchacho, cuánto más ahora que el momento de manifestarse se acercaba.

“y fue bautizado por Juan en el Jordán.” Para conocer más detalles de este encuentro de Jesús con Juan tenemos que acudir al relato que hace Mateo. Y entonces aprendemos que este bautismo tuvo su incidente particular, Juan el Bautista, en un primer momento, no quería bautizarlo (Mt 3:13-15).

Un extraño incidente.

El evangelista Juan nos dice que el Bautista había recibido una indicación clara de cómo reconocer al Mesías:

(Jn 1:33) “Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo.”

Sin embargo algo debió pasar en el interior del Bautista cuando vio aparecer a Jesús viniendo hacia él para bautizarse, porque en ese instante supo con certeza que su pariente de Nazaret era el Mesías prometido. Por eso se resistió a bautizarle y decía que necesitaba ser bautizado por Él. Recordemos su enseñanza: “Yo a la verdad os bautizo en agua… pero el que vine tras mí… es más poderoso que yo; Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.” (Mt 3:11).

¡Juan quería participar de las bendiciones de ese nuevo tiempo que el Mesías había venido a inaugurar! Pero aún no era el tiempo. Primeramente nuestro Señor debía cumplir la Obra de la redención, y ser glorificado. A continuación sería dado el Espíritu, tal como sucedió en Pentecostés. Pero Juan no se desanimó ni se amuló con la respuesta de Jesús y finalmente, como explica Mateo, le bautizó (Mt 3:15) “…Entonces le dejó.”

Por cierto, Juan fue lleno del Espíritu desde el vientre de su madre pero anhelaba el bautismo en Espíritu. Esta escena podría ser un ejemplo de que Llenura del Espíritu y Bautismo con el Espíritu no son lo mismo. 

¿Por qué se bautizó Jesús?

Si el bautismo de Juan era para arrepentimiento, si aquellos que se bautizaban lo hacían reconociendo sus pecados, y si Jesús era sin pecado ¿Por qué insistió en bautizarse? También Mateo nos da la respuesta a esta interesante pregunta:

(Mt 3:15) “Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia.”

¿Qué quiso decir con la frase “que cumplamos toda justicia”? Recordemos que nuestro Señor, aunque era una persona divina, en su condición de hombre se sujetó voluntariamente tanto a la ley de Dios como a las normas civiles (Ga 4:4).

(Ga 4:4) «Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley,»

El era “Señor aún del día de reposo” y sin embargo guardaba el día de reposo, aunque discrepaba con los religiosos sobre como hacerlo (Mr 2:28). El Templo era su casa y sin embargo pagó el impuesto del mismo (Mt 17:24-27). El bautismo de Juan era un bautismo ordenado por Dios (Mt 21:25), y en consecuencia el Señor también se sometió. Nunca nadie podría reprocharle ninguna indolencia frente a Dios y sus mandamientos, ni tampoco con sus deberes ciudadanos, “conviene que cumplamos toda justicia”. 

En este sentido Jesús viene a ser un ejemplo para nosotros, que muchas veces actuamos con indolencia frente a Dios y también en nuestros deberes con los hombres.

Pero aún no hemos terminado. Su disposición a obedecer toda justicia sometiéndose también a este bautismo significó varias cosas importantes: 

*  La primera y más evidente fue su identificación con aquellos pecadores que había venido a salvar. Un anticipo del momento en el cual el Señor cargaría sobre Él el pecado de todos nosotros (Is 53: 6) (2 Co 5:21).

*  Estaba expresando su total disposición a realizar la Obra para la cual había venido a este mundo (Heb 10:5-7).

Estaba anticipando lo que iba a ser el precio de nuestra salvación. Para nuestro Señor fue un símbolo de su propia muerte (Mt 20:22).

Un acontecimiento extraordinario (Mr 1:10-11)

La escena no acaba aquí, Marcos nos explica que a esta expresión de humillación y disposición para realizar la Obra siguió un acontecimiento extraordinario en el cielo, y que significó la “presentación oficial” de Jesús como el Mesías prometido. Prestamos atención a esta reacción del cielo:

(Mr 1:10) “Y luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él.”

“Y luego, cuando subía del agua,…” Este “y luego” significa que enseguida, de forma inmediata, una vez que hubo salido del río, sucede algo maravilloso que pondría en evidencia que Jesús era diferente al resto de las personas entre las cuales vino a bautizarse. 

“…vio abrirse los cielos,…” Este “vio” se refiere a Jesús mismo, y por el evangelio de Juan sabemos que el Bautista también fue testigo.

El verbo “abrir” usado aquí no es la misma palabra que aparece en los otros evangelios. Literalmente significa “rasgarse”, “separarse”, y es el mismo verbo que se usa para explicar lo que sucede con el velo del templo cuando Jesús muere en la cruz (Mr 15:38). Es como si Marcos no pudiese contener la emoción por lo que está narrando y desde el mismo inicio del ministerio del Señor ya estuviese anticipando su resultado final. Recordemos que ese rasgarse del velo del Templo significó que el camino al cielo, a la presencia de Dios, volvía a estar abierto para el pecador por medio de la sangre de Cristo.

A continuación el texto dice que este “rasgarse de los cielos” tuvo un doble propósito: 

“…vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.”

Ser ungido con el Espíritu Santo. 

y ser presentado por el Padre.

Jesús es ungido con el Espíritu Santo.

“…vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él.” De la misma manera que en el Antiguo Testamento los reyes, los sacerdotes o los profetas eran ungidos con aceite al comienzo de su ministerio, así nuestro Señor fue ungido por Dios con el Espíritu al inicio de su ministerio.

Se cumplían así algunas de las profecías tocantes al Siervo de Jehová:

(Is 11:2) “Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová.”

(Is 42:1) “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones.”

(Is 61:1) “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel;”

Una cuestión interesante, Sí Jesús era una persona divina ¿Por qué desciende el Espíritu Santo sobre Él? ¿Acaso no lo tenía?  

Nuestro Señor, como Marcos enseña desde el comienzo del Evangelio, era una persona divina. Pero también tenía dos naturalezas, y esto es un hecho que olvidamos, una naturaleza humana y otra divina. Recordemos que cuando el Verbo se humanó, añadió humanidad a su divinidad. Es en esta condición de hombre y no como Dios, recordemos que Jesús creció física, mental y espiritualmente, que nuestro Señor fue capacitado y fortalecido para realizar su tarea en el poder del Espíritu (Lc 4:1,14) (Hch 10:37-38). 

Esto es hermoso, porque ese mismo Espíritu que capacitó y fortaleció a nuestro Señor es el mismo que ha sido derramado sobre todos los creyentes y nos capacita y da poder para vivir la vida que agrada a Dios y servir en Su Obra.

El testimonio del Padre.

“Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.” Hay un autor que para explicar lo hermoso de esta escena, escribe lo siguiente:

“Y el Padre, por decirlo así, profundamente impresionado por la disposición de su Hijo para llevar sobre sus hombros tan pesada carga… llevar sobre sí y expiar los pecados del mundo, proclama, “Tú eres mi “Hijo”, el amado, en quien tengo complacencia.” (comparar con Heb. 10:7-9).

Una confirmación por parte del Padre de su plena satisfacción con la persona del Hijo “el Amado” y con la Obra que había venido a realizar. Amigos, Dios no se complace en ritos, en filosofías o en religiones, solo en Jesús. De ahí que no haya otro camino para reconciliar al hombre con Dios que la Persona y la Obra de Jesucristo, el Hijo de Dios (Jn 14:6) (Hch 4:12) (1 Tm 2:5).

Estas palabras del Padre respecto al Hijo, son una combinación del (Sal 2:7) e (Is 42:1).

(Sal 2:7) «Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy.»

(Is 42:1) “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones.

La Salvación, una Obra trinitaria.

El bautismo de Jesús es una escena preciosa, donde además vemos al Dios trino, Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios Espíritu Santo, implicados, comprometidos con nuestra salvación.

El Padre la ordenaba y aprobaba.

El Hijo llevaba a cabo la Obra.

El Espíritu Santo investía o ungía al Siervo.

i Guillermo Hendriksen, El evangelio según San Marcos, 1987, pág. 51.

Natanael Leon