Predicación de Juan el Bautista
(Mr 1:1-13).
La presentación del Mesías (II)
Ya hemos aprendido al meditar en el primer verso “Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”, que la buena noticia sobre la que Marcos escribe es una Persona, y no una cualquiera, sino “Jesucristo, Hijo de Dios”. Aquel que en razón de su filiación única con el Padre y su encarnación está cualificado para hacer realidad la Salvación que viene de Dios y que debe alcanzar a todos los hombres.
Jesús, presentado por Juan el Bautista (Mr 1:2-8)
Las profecías antiguas (Mr 1:2-3).
(Mr 1:2-3) “Como está escrito en Isaías el profeta: He aquí yo envío mi mensajero delante de tu faz, El cual preparará tu camino delante de ti. Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; Enderezad sus sendas.”
A diferencia de Mateo o de Lucas que empiezan su relato con la genealogía de Jesús y el relato del nacimiento, o del evangelista Juan, que nos traslada a la eternidad, Marcos lo hace recordando dos profecías antiguas, una de Malaquías (S. V a. C.), y otra de Isaías (S. VIII a. C.).
(Mal 3:1) “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí;” (Is 40:3) “Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios.”
Una cuestión interesante es ¿Se equivocó Marcos al decir que eran de Isaías y no mencionar a Malaquías? Evidentemente no. Sería de una gran torpeza para alguien que pretende hacer un relato fiable del Evangelio de Jesús.
Esta forma de citar, mencionando solo a uno cuando hay más, sucede en más ocasiones. Sencillamente se está dando prioridad al profeta más antiguo, Isaías, cuya profecía, sin duda, conocía Malaquías. Otra opción es que se cita al autor del libro profético mas extenso.
La importancia de las profecías.
Esta mención a las profecías es importante porque nos enseña que Jesús no fue un intruso en los planes de Dios, un “iluminado” con suerte o algo parecido. La Venida del Mesías era algo profetizado desde la antigüedad, lo mismo que el reino de Paz y prosperidad que iba a establecer (Is 9:6-7).
Los profetas dieron muchos detalles que ayudarían a distinguir al verdadero Enviado de los falsos Mesías (sobre su nacimiento, sus obras, incluso su muerte y resurrección). Entre otras, anticiparon que debía ser precedido por un mensajero. A esto se refieren estas profecías y así sucedió. Varios detalles a destacar sobre las profecías de Malaquías e Isaías (Mal 3:1) (Is 40:3):
– Todo lo que las profecías decían de Dios en Isaías y Malaquías, Marcos lo dice de nuestro Señor Jesús. Desde el inicio mismo del evangelio Marcos apunta a la divinidad del Mesías.
– La imagen de fondo es la del heraldo que va delante del rey preparando la visita. El camino, la recepción, el lugar,… todo debe ser digno del rey. Esto es lo que debería hacer el precursor del Mesías pero no ocupándose en aspectos físicos o materiales, sino de la condición espiritual del pueblo.
– Y un detalle importante, su predicación sería en el desierto, es decir, en terrenos inhóspitos y despoblados. De ahí la frase “Voz del que clama en el desierto”.
¿Se cumplieron estos requisitos? ¿Hubo un mensajero que exhortó al pueblo a prepararse para recibir al Mesías y que predicó en el desierto?
El ministerio de Juan el Bautista.
Enseguida, y como respuesta positiva, Marcos nos presenta a Juan predicando en el desierto y bautizando a todos lo que se identificaban con su mensaje (Mr. 1:4a). Juan el Bautista fue un gran siervo de Dios, hay mucho que aprender de él. Es interesante leer lo que los otros evangelistas escriben de su persona y de su predicación.
Marcos, que tiene “prisa” por presentarnos a Jesús, condensa todo su ministerio en cinco versos. Pero no lo hace de cualquier manera, sin propósito, sino señalando los dos énfasis de su predicación:
– La necesidad del arrepentimiento (Mr 1:4-5).
– Su anuncio del Mesías (Mr 1:6-8).
La necesidad del arrepentimiento.
(Mr 1:4-5) “Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados. Y salían a él toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusalén; y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.”
Juan no hablaba para ganarse al público ni para agradar a los poderosos, tampoco lo hacía con palabras frías, repitiendo enseñanzas de célebres maestros ya fallecidos, sino con sinceridad, de corazón a corazón, con la autoridad de alguien que tiene un mensaje de parte de Dios. Esto provocó que muchas personas salieran de sus aldeas y aún de Jerusalén para escucharle.
Y decimos “que salieran” porque, efectivamente, su ministerio no se desarrolló en las plazas de las ciudades, ni en los atrios del Templo, y eso que Juan pertenecía a una familia de sacerdotes, sino en el desierto, como anticipaba la profecía, en las orillas y alrededores del río Jordán (Mt 3:1) (Lc 3:3).
Juan predicaba la inminente llegada del Mesías, y eso causó gran expectación. Pero había una parte de su mensaje que sin duda sorprendió a muchos:
(Mr.1:4) “Predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados.”
– Enseñaba que la nación no estaba preparada para recibir al Mesías. Que ser descendientes de Abraham, pertenecer a algún grupo religioso o mantener un culto hermoso en el Templo no era suficiente para ser disfrutar la Salvación o ser admitidos a Su reino.
– Que todos, sin hacer distinción de personas o clases sociales, debían arrepentirse y volverse a Dios de corazón. Solo así estarían verdaderamente preparados para recibir al Mesías.
Pero arrepentirse ¿de qué? No piensen que aquella sociedad era muy diferente a la nuestra. Además de personas entregadas al pecado, había mucha hipocresía moral y religiosa, gente satisfecha de sí misma, que se creía buena cuando su vida decía lo contrario. De ahí el llamado a que todos reconocieran la condición pecadora, la indignidad del corazón y la necesidad de ser transformados por Dios.
Significado del bautismo de Juan.
¿Y qué podemos decir del bautismo que Juan practicaba? El bautismo en sí mismo no tenía ningún poder, ni siquiera porque fuese en el río Jordán. Su valor era simbólico:
– Era una forma de exteriorizar lo que verdaderamente había sucedido en el corazón.
– De identificarse públicamente con el mensaje de arrepentimiento de Juan. De expresar que de alguna forma se separaban de la religión externa y vacía para recibir al Mesías (Mt 23:23) (Lc 11:42)
Lo expresado hasta aquí respecto al arrepentimiento, es un principio que se mantiene en la predicación del Evangelio. Todos los hombres tendemos a considerarnos buenos, o al menos merecedores de la gracia de Dios. Unos se justifican con sus buenas obras, otros con su religión y otros incluso con los sufrimientos de la vida. Sin embargo, sin un verdadero arrepentimiento que nos lleve a reconocer nuestra condición, indignidad y necesidad no hay verdadera Salvación (Lc 13:2-5).
El bautismo de Juan y el bautismo cristiano.
¿Es lo mismo el bautismo de Juan que el bautismo cristiano? No es una pregunta ociosa. En primer lugar porque hay creyentes que los confunden y llegan a conclusiones extrañas, y en segundo lugar por el uso que hacen de esta escena diferentes grupos “sacramentalistas”, es decir los que creen que por el bautismo se recibe alguna gracia de Dios, para justificar sus doctrinas.
Ambos bautismos no son iguales, pero tienen algunos puntos en común. Empecemos por estos últimos. ¿Qué tienen en común ambos bautismos?
– La forma: Se realizan por inmersión, es decir tanto en el de Juan como en el bautismo cristiano la persona se sumerge completamente en agua.
– El valor: Es simbólico, se usan para expresar una realidad espiritual.
¿Y cuales las diferencias? Se pueden resumir en tres:
– Origen: El primero fue practicado por Juan y sus discípulos, pero el bautismo cristiano fue instituido por nuestro Señor al final de su ministerio, poco antes de regresar al cielo (Mt 28:19-20).
– Vigencia: El de Juan tenía un valor temporal (preparar al pueblo para la llegada del Mesías). Una vez que el Mesías hizo acto de presencia poco a poco fue perdiendo sentido. Ya no está vigente. El bautismo cristiano, sin embargo, está plenamente vigente y seguirá así mientras la iglesia esté presente en este mundo (Hch. 19:2-5).
– Significado: El primero simbolizaba el arrepentimiento, el bautismo cristiano la identificación del creyente con la muerte de Cristo.
Anunciando al Mesías.
Después de recordar la importancia de preparar el corazón para recibir al Mesías, Marcos presenta a Juan anunciado a Cristo. Pero antes nos habla de la dignidad del mensajero:
(Mr 1:6) “Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y comía langostas y miel silvestre.”
Esta peculiar forma de vestir, una túnica tosca pero fuerte y un cinturón que le ayudaba a sujetarla, además de ser útil para la vida en el desierto también tenía un valor profético. Servía para identificarle con el profeta Elías (2º R. 1:7-8). Recordemos que Malaquías había enseñado que Elías vendría primero (Mal 4:5). Juan no era literalmente Elías, pero venía en el espíritu y poder de Elías como dijo el ángel (Lc 1:17).
Pero hay más, esta vestimenta tosca y humilde, unida a una alimentación básica, saltamontes y miel, indican que era un hombre entregado a su mensaje. Sin ataduras ni limitaciones para cumplir con su tarea. Nadie podía acusarle de no ser una persona íntegra, congruente con su predicación o de estar vendido a intereses particulares. Todo un ejemplo para aquel que quiera predicar el Evangelio.
(Mr 1:7-8) Y predicaba, diciendo: Viene tras mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado. Yo a la verdad os he bautizado con agua; pero él os bautizará con Espíritu Santo.”
Si hay algo que caracteriza la predicación de Juan es que era “Cristocéntrica”, es decir centrada en el Mesías, como debiera ser la nuestra. Prestemos atención a la proclamación que hace de Jesús:
– “Viene tras mí…” Es decir, a continuación de Juan. Por fin, el tiempo largamente esperado para que el Mesías llegara se había cumplido. El Siervo estaba aquí, dispuesto a cumplir no la expectativa de los hombres sino toda la Obra encomendada por el Padre, la Obra de la Redención.
– “…el que es más poderoso que yo,” ¿Quien es más importante, el que anuncia o al que se anuncia? ¿El mensajero o el mensaje? Evidentemente lo segundo. Y más cuando “al que se anuncia”, “el mensaje”, es la persona de Jesús. ¿Por qué decimos esto? Porque muchas veces sucede lo contrario. Hay “lideres” religiosos, predicadores, que endiosados por su “éxito” sitúan su propio ministerio por encima de Cristo, o llegan a creerse más importantes que el propio mensaje. Creyentes que por alguna razón miran más a la persona que al propio Jesús.
Esto no sucede con Juan el Bautista. El tenía claro el orden correcto, y no estará mal tomar buena nota: Juan era profeta, el más grande de los profetas –dijo Jesús de él (Mt. 11:11)- muy respectado en medio del pueblo, con miles y miles de seguidores, pero aún así nunca olvidó que solo era un siervo de Dios. El que es verdaderamente poderoso dice Juan, el que podía hacer la Obra de Dios, es quien venía ahora, el Mesías. Y todos debían estar preparados para recibirle.
– Este alto concepto que tiene Juan de Cristo se refleja en la ilustración que utiliza: “…a quien no soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado.
Era costumbre en la época que cuando un amo llegaba a la casa su esclavo se le quitará las sandalias, llenas del polvo del camino, y lavara los pies. Pues bien, ante Jesús, Juan no se tiene por digno ni aun de llevar a cabo la tarea más insignificante del siervo “desatar la correa”, ni aún haciéndolo “encorvado” expresando con ello máxima humillación.
Cuando tiempo más tarde algunos quisieron enfrentarlo con Jesús y le decían “tu influencia va a menos y la de Él aumentando”, respondió con aquellas preciosas palabras. (Jn 3:30) “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe.” Un espíritu de humildad y servicio que también debería presidir todo lo que hacemos como cristianos (Jn 3:28-30). ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a que esta sea nuestra experiencia diaria? (Gal. 2:20).
– Yo a la verdad os he bautizado con agua; pero él os bautizará con Espíritu Santo.”
Juan solo “preparó el camino”. Su bautismo, su ministerio no pasó de eso. Quien introduciría a los creyentes en una nueva relación con Dios y con sus hermanos, quien capacitaría y daría poder para la nueva vida por medio del Espíritu Santo sería Cristo . Esta Obra del Espíritu Santo estaba profetizada en (Is.44:3) (Ez. 36:26-27) (Jl. 2:28-29). Era una obra propia de la era mesiánica.
El bautismo con Espíritu.
Este es un tema, el “bautismo con Espíritu”, que provoca cierta confusión e incluso ha terminado separando a los creyentes. De ahí la necesidad de unas breves notas al respecto.
¿Cuándo se cumple este anuncio de Juan el bautista?
El hecho ocurrió después del regreso de Jesús al cielo, durante la fiesta judía de Pentecostés (Hch 1:4-5) (Hch 2:1-5) (Hch 11:15-17).
¿Qué significó para los creyentes Pentecostés?
Una de las consecuencias más importantes fue la inauguración de la Iglesia. El mismo Espíritu que poseyó y llenó a todos los creyentes en aquella ocasión, hizo también de ellos un solo cuerpo en Cristo.
¿Cuándo se cumple hoy este bautismo? ¿Hemos de esperar una experiencia similar como enseñan algunos?
Algunas personas al ver la apatía de la iglesia actual y su falta de poder, miran con añoranza este episodio de la historia de la iglesia y afirman que debería buscarse y repetirse. En 1 Co 12 tenemos un texto muy esclarecedor sobre el tema:
(1 Co. 12:13) “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.»
Nos fijamos en dos de los énfasis que Pablo, el gran expositor de la doctrina cristiana, hace aquí:
1.- Relaciona el “bautismo con el Espíritu” con ser introducidos al cuerpo de Cristo. Nos hace parte de la Iglesia.
2.- El uso de la palabra “todos”.
– Todos han sido bautizados en un cuerpo,
– Todos han bebido del mismo Espíritu.
Son afirmaciones muy importantes. a) Todos los creyentes sin excepción, todos, hemos sido bautizados con el Espíritu porque todos hemos sido introducidos en la Iglesia. b) Todos los creyentes sin excepción hemos bebido del mismo Espíritu, por tanto, todos tenemos al Espíritu Santo en nosotros.
Estas cosas son así porque ambas experiencias ocurren en el mismo momento de la conversión (Ef 1:13) (Ro 8:9).
– No hay ningún creyente verdadero que no pertenezca a la Iglesia de Cristo. De ahí la necesidad de que cuidemos y perseveremos en nuestra relación con la iglesia local. No podemos vivir desgajados del cuerpo del que formamos parte.
– No hay ningún creyente verdadero que no tenga el Espíritu Santo, de ahí la necesidad de no entristecerle con comportamientos que pertenecen a la vieja naturaleza, apartarnos del pecado y ser llenos del Espíritu (Ef. 5:18).
¿Queremos que nuestras iglesias y los creyentes salgan de la apatía o indiferencia espiritual? La solución no está en un nuevo “pentecostés”, ser bautizados de nuevo, cosa imposible, sino en cuidar y estimular nuestra relación con el Señor y los hermanos, nuestra pertenencia a la iglesia local y dejarnos llenar por el Espíritu Santo.