02 Doctrina acerca de Jesucristo – William Evans

DOCTRINA ACERCA DE JESUCRISTO

LA PERSONA DE CRISTO.

Una de las características distintivas de la religión cristiana es el estrecho parentesco que hay entre Cristo y el cristianismo. Si se quita del budismo el nombre de Buda y desaparece completamente el elemento personal del fundador del sistema, si se quita del mahometismo la personalidad de Mahoma, o del parsismo la personalidad de Zoroastro, todo el sistema doctrinal de estas religiones queda intacto. Su valor práctico, como tal, no peligraría ni disminuiría. Pero quítese del cristianismo el nombre y la persona de Jesucristo y ¿qué queda de él? ¡Nada! Toda la sustancia y poder de la fe cristiana tiene como centro a Jesucristo. Sin El no queda absolutamente nada (Sinclair Patterson).

De principio a fin, la fe y vida cristianas en todas sus fases, aspectos y elementos quedan determinadas por la persona y la obra de Jesucristo. A El le debe su vida y carácter en todas sus partes. Sus convicciones son convicciones acerca de El. Sus esperanzas son esperanzas que ha inspirado El y que sólo El puede colmar. Sus ideales proceden de la experiencia y vida de El. Su poder es el poder de su espíritu. (James Denney).

I. HUMANIDAD DE JESUCRISTO.

1. LAS ESCRITURAS ENSEÑAN CLARAMENTE QUE TUVO NACIMIENTO HUMANO: QUE NACIO DE UNA MUJER, LA VIRGEN MARIA,

Mateo 1:18: “María … se halló haber concebido del Espíritu Santo.” 2:11: “Vieron al niño con su madre María.” 12:47: “He aquí tu madre y tus hermanos.” 13:55: “¿No se llama su madre María?” Juan 1:14: “Aquel Verbo fué hecho carne, y habitó entre nosotros.” 2:1: “Estaba allí la madre de Jesús.” Hechos 13:23: “De la simiente de éste, Dios . . . levantó a Jesús.” Rom. 1:3: “Que fué hecho de la simiente de David según la carne.” Gal. 4:4: “Hecho de mujer.”

Al nacer así de una mujer, Jesucristo se sujetó a todas las condiciones de una vida humana y de un cuerpo humano; fué hijo de la humanidad por su nacimiento humano. Jesucristo es, sin lugar a duda, humano, siendo de la “simiente de mujer,” de la “simiente de Abraham,” y del linaje de David.

No debemos perder de vista que en el nacimiento de Cristo hubo circunstancias sobrenaturales. Mateo 1:18: “Fué así,” y Lucas 1:35: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te hará sombra; por lo cual también lo Santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” “Fué así” indica que este nacimiento fué diferente a todos aquellos a que antes se ha referido. Luc. 1:35 es bien explícito acerca de este asunto.

Atacar el nacimiento virginal es atacar la vida de la Virgen. Cristo fué de “la semilla de la mujer,” no de la del hombre. (Véase Luc. 1:34: “¿Cómo será esto? porque no conozco varón.”) Las leves de la herencia no son suficientes para explicar su generación. Dios rompió la cadena de la generación humana y trajo al mundo un ser sobrenatural por un acto creador suyo.

A nadie debe extrañar el relato del nacimiento virginal. La abundante evidencia histórica que existe a su favor debe abrir el camino a su aceptación. Todos los manuscritos de las versiones antiguas contienen este relato. Todas las tradiciones de la iglesia primitiva lo admiten. En el credo más antiguo, que es el Credo Apostólico, se hace mención de él. Si se rechaza la doctrina del nacimiento virginal, se hace apoyándose únicamente en motivos sujetivos. Le es fácil, por supuesto, negar esta doctrina al que niega la posibilidad de lo sobrenatural en la experiencia de la vida humana. Al que cree que Jesús fué mero humano le es relativamente fácil negar el nacimiento sobrenatural por causas meramente sujetivas. Estos puntos de vista se deben en gran parte a los prejuicios de los pensadores. Una vida tan admirable como la que Cristo vivió, que tuvo un fin tan admirable en su resurrección y ascensión, parece que pudo, más bien debió, tener una entrada extraordinaria y admirable también. El hecho de que el nacimiento virginal se encuentra confirmado por las Escrituras, por la tradición, por los credos, y que se halla en perfecta armonía con los otros datos de aquella admirable vida, debería ser confirmación suficiente de su verdad.

Algunos lo han creído cosa extraña que, si el nacimiento virginal es tan esencial a la recta inteligencia de la religión cristiana, según se afirma, Marcos, Juan y Pablo no digan nada de él. Pero ¿es cierto que existe tal silencio? Juan dice: «Aquel Verbo fué hecho carne”; y Pablo habla de «Dios manifestado en carne.” L. F. Anderson dice: «Este argumento del silencio se encuentra suficientemente contestado por el hecho de que Marcos pasa por alto y en silencio 30 años de la vida de nuestro Señor; que Juan presupone los relatos de Mateo y Lucas; que Pablo no se ocupa de la historia de la vida de Jesús. Estos hechos fueron conocidos en un principio solamente de María y José. Su misma naturaleza requería reticencia, hasta que Jesús hizo ver que era el Hijo de Dios con poder por resucitar de entre los muertos. Entre tanto el desarrollo natural de Jesús y su oposición a establecer un reino terrestre hicieron que los hechos milagrosos de 30 años antes parecieran como un sueño admirable a María. De modo que la historia maravillosa de la madre del Señor entró en forma gradual en la tradición evangélica, en los credos de la iglesia, así como en lo íntimo de los corazones de los cristianos en todos los pueblos del mundo.”

2. CRECIO EN SABIDURIA Y EN ESTATURA COMO CRECEN LOS DEMAS SERES HUMANOS. EN CUERPO Y ALMA ESTUVO SUJETO A LAS LEYES ORDINARIAS DEL DESARROLLO HUMANO.

Lucas 2:40, 52, 46: «Y el niño crecía, fortalecíase, y se henchía de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él. Y Jesús crecía en sabiduría, y en edad, y en gracia para con Dios y los hombres. Y … le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores, oyéndoles y preguntándoles.”

Nosotros no podemos decir hasta qué punto su naturaleza sin pecado influenció su crecimiento. Parece claro, sin embargo, ateniéndonos a las Escrituras, que podemos atribuir el crecimiento y desarrollo de Jesús a la educación que recibió en su hogar santo; a la instrucción que le dieron en la sinagoga y en el templo; a su estudio personal de las Escrituras; y a su comunión con su Padre. En su educación y desarrollo, que fueron tan reales en la experiencia de Jesús como en la de cualquier ser humano, entraron el elemento humano y el divino. Se nos dice que «Jesús crecía en sabiduría y en edad.” «Crecía,” es decir, seguía avanzando; «crecía,” y la forma del verbo parece indicar que su crecimiento se debía a sus propios esfuerzos. De todo esto parece claro que Jesús recibió una educación conforme al desarrollo humano ordinario: instrucción, estudio y pensamiento.

Tampoco debe creerse que el hecho de que Cristo poseía atributos divinos, tales como la omnisciencia y omnipotencia, se oponga a su perfecto desarrollo humano. ¿No pudiera haber El poseído estos atributos sin hacer uso de ellos? El anonadarse no significa extinguirse. No se ha de juzgar increíble que, aunque poseía estos atributos divinos, los tuviera en sujeción, a fin de que el Espíritu Santo ejerciera su parte en aquella vida verdaderamente humana y, sin embargo, divina.

3. TUVO LA APARIENCIA DE UN HOMBRE.

Juan 4:9: «¿Como tú, siendo judío . . .?” Lucas 24:13: Los dos discípulos que iban a Emmaús creyeron que era un hombre como otro cualquiera. Juan 20:15: «Ella, pensando que era el hortelano.” 21:4, 5: «Jesús se puso a la ribera: mas los discípulos no entendieron que era Jesús.”

La mujer de Samaria evidentemente reconoció que Jesús era judío por sus facciones y modo de hablar. Para ella Él no era más que un judío ordinario, por lo menos en un principio. No tenemos fundamento bíblico alguno para poner alrededor de la cabeza de Cristo una aureola, como hacen los artistas. Seguramente que su vida pura le daba una apariencia distinguida, lo mismo que a cualquier hombre bueno hoy día se le reconoce por su buen carácter. Naturalmente, no sabemos nada en definitivo sobre la apariencia de Jesús, porque no poseemos retrato ni pintura alguna de El. Los apóstoles únicamente llamaron la atención a la entonación de su voz (Marcos 7:34; 15:34). Parece que Jesús conservó la forma de un hombre aun después de su resurrección y ascensión (Hech. 7:56; 1 Tim. 2:5).

4. POSEYO UNA NATURALEZA FISICA HUMANA: CUERPO, ALMA Y ESPIRITU.

Juan 1:14: “Y aquel Verbo fué hecho carne.” Heb. 2:14: “Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo.” Mat. 26:12: “Echando este ungüento sobre mi cuerpo.” v. 38: “Mi alma está muy triste.” Luc. 23:46: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” 24:39: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy: palpad, y ved; que el espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.”

Cristo vino a poseer una naturaleza realmente humana al tiempo de su encarnación. No simplemente vino El a los suyos, sino que vino a ellos a la semejanza de su propia carne. Debemos distinguir, sin embargo, entre una naturaleza humana y una naturaleza carnal. Una naturaleza carnal no es realmente parte integral del hombre, como Dios le hizo en el principio. La naturaleza humana de Cristo era verdaderamente humana, pero “sin pecado” (Heb. 4:15).

5. ESTUVO SUJETO A TODAS LAS FLAQUEZAS DE LA NATURALEZA HUMANA, SIN PECADO.

Mateo. 4:2: “Después tuvo hambre.” Juan 19:28: “Jesús . . . dijo: Sed tengo.” 4:6: “Jesús, cansado del camino.” Mat. 8:24: “Mas él dormía.” Juan 19:30: “Y habiendo inclinado la cabeza, dio el espíritu.” Lloró sobre Jerusalem (Mat. 23:37); lloró por su amigo difunto Lázaro (Juan 11:35); en el huerto buscó la simpatía humana (Mat. 26:36, 40); fué tentado en todo como nosotros (Heb. 4:15). En el gran órgano de nuestra humanidad no hay nota que, al ser tocada, no encuentre vibración de simpatía en alguna parte del ser de nuestro Señor, excepto, naturalmente, la nota discordante del pecado. Pero el pecado no fué parte integral de la naturaleza humana antes de la caída. A veces hablamos de la depravación natural, pero, en realidad, el pecado no es natural. Dios hizo a Adán perfecto y sin pecado. Sin embargo, después de la caída de Adán los hombres nacen “en pecado” (Salmo 51:5).

6. A EL SE LE DAN NOMBRES HUMANOS, TANTO POR SI MISMO COMO POR OTROS.

Lucas 19:10: “Hijo del hombre.” Mat. 1:21: “Llamarás su nombre Jesús.” Hech. 2:22: “Jesús Nazareno.” 1 Tim. 2:5: “Jesucristo hombre.”

En los Evangelios Jesús se llama a sí mismo el Hijo del hombre cuando menos 80 veces. Aun cuando aceptaba el título Hijo de Dios, a veces lo reemplazaba inmediatamente con el título, Hijo del hombre (Juan 1:49-51; Mat. 26:63, 64).

Aun reconociendo el hecho de que en el título, Hijo del hombre, hay algo oficial, algo que tiene que ver con su relación con el reino de Dios, es cierto, sin embargo, que al usarlo se identifica a sí mismo con los hijos de los hombres. Aunque se le llama con razón EL Hijo del hombre, porque fué único entre los hijos de los hombres por razón de su naturaleza y vida sin pecado, es, sin embargo, UN Hijo del hombre en cuanto es hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne.

II. DIVINIDAD DE JESUCRISTO.

1. SE LE DAN NOMBRES DIVINOS.

a) Se le Llama Dios.

Juan 1:1: “El Verbo era Dios.” Heb. 1:8: “Mas al Hijo: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo.” Juan 1:18: “El unigénito Hijo (o mejor, “el unigénito Dios.”). A Cristo se le atribuye aquí divinidad absoluta. 20:28: “¡Señor mío, y Dios mío!” No es ésta una expresión de asombro, sino una confesión de fe, confesión que fué aceptada por Cristo, lo que equivale a aceptar la divinidad, y a una afirmación de ella por su parte. Rom. 9:5: “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos.” Tito 2:13: “El gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo.” 1 Juan 5:20: “Su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios.” En todos estos pasajes bíblicos a Cristo se le llama Dios.

Tal vez se pueda argüir que si a Cristo se le llama Dios aquí, esto no prueba su divinidad, porque en Juan 10:35 a los jueces humanos también se les llama “dioses”: “Si dijo, dioses, a aquellos a los cuales fué hecha palabra de Dios.” Esto es cierto, pero aquí se usa la palabra en un sentido secundario y relativo, pero no en el sentido absoluto en que se usa refiriéndose al Hijo.

b) Se le Llama Hijo de Dios.

Las citas que contienen este título son numerosas. Entre otras pueden verse Mat. 16:16, 17; 8:29; 14:33; Mar. 1:1; 14:61; Luc. 1:35; 4:41. Aunque tal vez sea cierto que en los Evangelios sinópticos no se nos diga que Jesús reclamó este título para sí mismo, es indudable que El lo aceptó cuando otros lo usaron dirigiéndose a El. Además, parece evidente por los cargos que se le hicieron de que Él reclamó tal honor para sí mismo. Mat. 27:40, 43: “Porque ha dicho: Soy Hijo de Dios.” Mar. 14:61, 62: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del bendito?” (Luc. 22:70: “¿Luego tú eres Hijo de Dios? Y Jesús le dijo: Yo soy.” En el Evangelio de Juan, sin embargo, Jesús se llama a sí mismo con toda claridad “el Hijo de Dios” (5:25; 10:36; 11:4). En realidad el Evangelio de Juan comienza con Cristo como Dios: “El Verbo era Dios,” y termina con el mismo pensamiento: “¡Señor mío, y Dios mío!” (20:28). (El capítulo 21 es un epílogo.)

El Dr. James Orr, hablando del título Hijo de Dios, según se aplica a Cristo, dice: “No puede existir comparación o analogía alguna con este título. La unidad con Dios que el título designa no es una influencia refleja del pensamiento y carácter divinos como la que pueden obtener los ángeles o los hombres, sino una identidad de esencia que le hace no sólo semejante a Dios, sino Dios. Otros pueden ser hijos de Dios en un sentido moral; pero únicamente El lo puede ser por naturaleza esencial. El es, por consiguiente, el Hijo único, tan estrechamente unido a la íntima naturaleza divina que El expresa, que está en el mismo seno del Padre. Este modo de hablar indica dos naturalezas homogéneas, que son enteramente una, y ambas tan esenciales a la divinidad que ninguna de ellas puede omitirse cuando afirmamos algo de ella.”

Si al llamarse a sí mismo “Hijo de Dios” no significara más que el ser un Hijo de Dios, ¿por qué le acusó de blasfemia el sumo sacerdote cuando se aplicó este título? (Mat. 26:61-63). ¿No indican también una filiación especial las palabras de Marcos 12:6: “Teniendo pues aún un hijo suyo amado, enviólo también a ellos el postrero, diciendo: Tendrán en reverencia a mi hijo?” Es cierto que la filiación de Cristo es humana e histórica; pero es más: es trascendente, única, sola. De Juan 5:18 parece evidente que en este título hay algo único: “Entonces más procuraban los judíos matarle, porque … a su Padre llamaba Dios, haciéndose igual a Dios.”

El uso de la palabra “unigénito” indica también la unicidad de su filiación. Consúltese Lucas 7:12 acerca del uso de esta palabra: “Unigénito de su madre.” 9:38: “Es el único hijo que tengo.” La misma palabra usa Juan refiriéndose a Cristo en 1:14, 18: 3:16, 18; 1 Juan 4:9, y distingue entre Cristo como el único Hijo, y los muchos “hijos de Dios” (Juan 1:12, 13). En un sentido Cristo no tiene hermanos; se encuentra El absolutamente solo. Este contraste lo enfatiza Juan en 1:14, 18: “El unigénito,” y 1:12: “Todos . . . hijos de Dios.” El es el Hijo desde la eternidad; éstos “se hacen” hijos en el tiempo. El es uno; éstos son muchos. El es Hijo por naturaleza; ellos lo son por adopción y por gracia. El es Hijo con la misma esencia del Padre; ellos son de sustancia diferente de la del Padre.

c) Se le llama el Señor.

Hech. 4:33; 16:31; Luc. 2:11; Hech. 9:17; Mat. 22:43-45. Es cierto que esta palabra se aplica también a los hombres, como en Hech. 16:30: “Señores, ¿qué es menester que yo haga para ser salvo?” Juan 12:21: “Señor, querríamos ver a Jesús.” Aquí no se usa la palabra en este sentido único, como lo demuestra claramente el contexto. En tiempo de nuestro Señor, el título “Señor,” en el sentido en que se usa de Cristo, se aplicaba únicamente a la Divinidad, a Dios. “Los tolomeos y los emperadores romanos no permitían que se les aplicase a ellos este nombre sino cuando permitieron que se les deificara. Los descubrimientos arqueológicos de Oxyrhynco no dejan duda alguna acerca de este hecho. De modo que cuando los escritores del Nuevo Testamento hablan de Jesús como Señor, no nos puede quedar duda de qué es lo que quieren decir.” (Wood)

d) Se la Dan también Otros Nombres Divinos.

“El primero y el último” (Apoc. 1:17). Este título lo aplica Isaías a Jehová: 41:4; 44:6; 48:12. “Alpha y Omega” (Apoc. 22:13); cf. 1:8 donde se aplica a Dios.

2. A JESUCRISTO SE LE ASIGNA CULTO DIVINO.

Las Escrituras reconocen que el culto se debe a Dios, sólo a la Divinidad: Mat. 4:10: “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás.” Apoc. 22:8, 9: “Me postré para adorar delante de los pies del ángel. … Y él me dijo: Mira que no lo hagas. . . . Adora a Dios.” Ni siquiera se le permitió a Juan postrarse a los pies del ángel para adorar a Dios. Hech. 14:14, 15; 10:25, 26: Cornelio se postró a los pies de Pedro y le adoró. “Mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate; yo mismo también soy hombre.” Obsérvese la terrible suerte que corrió Herodes, porque se atrevió a aceptar el culto que correspondía sólo a Dios (Hech. 12:20-25). Sin embargo, Jesús aceptó tal culto sin titubear; en realidad, El mismo lo pidió (Juan 4:10). Véanse Juan 20:28; Mat. 14:33; Luc. 24:52; 5:8.

El homenaje que se rinde a Cristo en estas escrituras sería poco menos que una idolatría sacrílega, si Cristo no fuera Dios. Parece que en Cristo no hubo la menor resistencia para aceptar tal culto. De consiguiente, o Cristo fué Dios o fué un impostor. Pero su vida entera rechaza la idea de la impostura. Fué El quien dijo: «A solo Dios adorarás”; y si El no fuera Dios, no tenía derecho de tomar el lugar de Dios.

Dios mismo manda que todos los hombres adoren al Hijo, como le adoran a El. Juan 5:23, 24: “Que todos honren al Hijo como honran al Padre.” Hasta a los mismos ángeles se les manda adorar al Hijo. Heb. 1:6: “Adórenle todos los ángeles de Dios.” Fil. 2:10: “Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla.”

Era costumbre de los apóstoles y de la iglesia primitiva rendir adoración a Cristo. 2 Cor. 12:8-10: “He rogado al Señor.” Hech. 7:59: “Y apedrearon a Esteban, invocando él y diciendo: Señor Jesús recibe mi espíritu.” 1 Cor. 1:2: “A todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo.”

Los cristianos en todos los tiempos no se han contentado únicamente con admirar a Cristo, sino que le han adorado y dado culto. Se han acercado siempre a su persona en una actitud de sacrificio y de adoración, como en la presencia de Dios.

Roberto Browning, en una carta dirigida a una señora en su última enfermedad, citó las palabras de Charles Lamb, cuando hallándose en una fiesta con algunos de sus amigos, éstos le preguntaron cómo se sentirían él y los demás, si repentinamente se aparecieran en carne y hueso una vez más los más grandes de todos los muertos. Cuando se preguntó, “¿Y si Cristo entrara?” cambió inmediatamente de tono y comenzó a tartamudear, diciendo, lleno de emoción: “Vea, si entrara Shakespeare, todos nos levantaríamos; si apareciera Cristo, nos arrodillaríamos todos.”

3. CRISTO POSEE LAS CUALIDADES Y PROPIEDADES DE LA DIVINIDAD.

a) Pre-Existencia.

Juan 1:1: “En el principio”; compárese con Gén. 1:1. Juan 8:58: “Antes que Abraham fuese, yo soy.” Como si hubiera dicho: “La existencia de Abraham presupone la mía, pero la mía no presupone la de él. El dependía de mí para existir; yo no dependo de él. Abraham vino a la existencia en un punto determinado del tiempo, pero yo soy.” Aquí nos encontramos con el Ser que no tiene principio ni fin. Véanse también Juan

17:5; Fil. 2:6; Col. 1:16, 17.

b) Existencia por Sí Mismo y Poder para Dar Vida.

Juan 5:21, 26: “Porque como el Padre levanta los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida. . . . Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo que tuviese vida en sí mismo.” 1:4: “En él estaba la vida.” Véase también 14:6; Heb. 7:16; Juan 17:3-5; 10:17, 18. Estos pasajes bíblicos enseñan que en Cristo tiene su origen toda la vida: física, moral, espiritual, eterna.

c) Inmutabilidad.

Heb. 13:8: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.” Véase también 1:12. Toda la naturaleza, que El se pone como un vestido, está sujeta al cambio y decaimiento; Jesucristo es siempre el mismo, nunca cambia. Los maestros humanos, como los de que se habla en el contexto, pueden cambiar; pero El, el Cristo, jamás.

d) En El Habitaba toda la Plenitud de la Divinidad.

Col. 2:9. No únicamente las perfecciones y atributos divinos de la Deidad, sino la misma esencia y naturaleza de la Divinidad. No fué únicamente semejante a Dios, sino que fué Dios.

4. SE LE ATRIBUYEN OFICIOS DIVINOS,

a) Es el Creador.

Juan 1:3: “Todas las cosas por él fueron hechas.” El fué el poder activo y el instrumento personal en la creación. La creación es la manifestación de su mente y de su poder. En Heb. 1:10 se nos muestra la dignidad del Creador en contraste con la creación. Col. 1:16 contradice la teoría gnóstica de las emanaciones, y declara que Cristo fué el Creador de todas las cosas y seres creados. Apoc. 3:14: “El principio de la creación de Dios,” significa “el principio” en el sentido activo, es decir, el origen, o sea aquello por lo que una cosa comienza a ser. En Col. 1:15 se nos dice que fué “el primogénito,” no el creado; compárese con Col. 1:17, donde la palabra “por” del versículo 16 demuestra que Cristo no fué incluido en las “cosas creadas,” sino que fué el origen de todas ellas y superior a ellas. El es el Creador del universo (v. 16), de la misma manera que El es la Cabeza de la Iglesia (v. 18).

b) El es el Sustentador de todas las Cosas.

Col. 1:17; Heb. 1:3. El universo ni se sostiene a sí mismo ni está abandonado de Dios (Deísmo). Es el poder de Cristo el que hace que todas las cosas subsistan. Las pulsaciones de la vida en el universo son reguladas y controladas por los latidos del poderoso corazón de Cristo.

c) El tiene el Derecho de Perdonar los Pecados.

Mar. 2:5-10; Luc. 7:48: “Y a ella dijo: Los pecados te son perdonados.” Es evidente que los fariseos reconocieron en esta ocasión que Cristo reclamaba para sí una prerrogativa divina. Ningún ser humano tenía derecho de perdonar pecados. Sólo Dios lo podía hacer. Por eso los fariseos le acusaron de blasfemia. Esta no es una mera declaración del perdón, basada en el conocimiento del arrepentimiento del hombre. Cristo no simplemente declara que los pecados son perdonados, sino que de hecho los perdona. Además, Jesús, en la parábola de los dos deudores (Luc. 7), declara que los pecados fueron cometidos contra El mismo, (cf. Salmo 51:4: “A ti, a ti sólo he pecado”.)

d) A El se le Atribuye la Resurrección de los Cuerpos de Hombres.

Juan 6:39, 40, 54; 11:25. En este pasaje declara Jesús cinco veces que tiene la prerrogativa de resucitar los muertos. Es cierto que otros resucitaron muertos, pero en condiciones muy diferentes. Aquéllos obraron con poder delegado (Hech. 9:34); pero Cristo lo hizo con su propio poder (Juan 10:17, 18). Nótese la agonía de Eliseo y de otros, en comparación con la tranquilidad de Cristo. Ninguno de los otros reclamó para sí la resurrección de los muertos por su propio poder, ni que tendrían tal poder en la resurrección general de todos los hombres. Cristo sí lo reclamó.

e) El ha de ser Juez de todos los Hombres.

Juan 5:22: “Porque el Padre a nadie juzga, mas todo el juicio dio al Hijo.” 2 Tim. 4:1; Hech. 17:31; Mat. 25:31-46. El Hombre de la cruz será el Hombre del trono. En su mano están todas las decisiones del juicio.

5. EL POSEE ATRIBUTOS DIVINOS.

a) Omnipotencia.

Mat. 28:18: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.” Apoc. 1:8; Juan 17:2; Ef. 1:20-22. Aquí se le atribuye el poder sobre tres reinos: Primero, todo poder en la tierra: sobre las enfermedades (Luc. 4:38-41); la muerte (Juan 11); la naturaleza, el agua tornada en vino (Juan 2); la tempestad (Mat. 8). Segundo, todo poder en el infierno: sobre los demonios (Luc. 4:35, 36, 41); los ángeles malos (Ef. 6). Tercero, todo poder en los cielos: (Ef. 1:20-22). Finalmente, poder sobre todas las cosas: (Heb. 2:8; 1:3; Mat. 28:18).

b) Omnisciencia.

Juan 16:30: “Ahora entendemos que sabes todas las cosas.” 2:24, 25; Mat. 24; 25; Col. 2:3. Ilustraciones: Juan 4:16-19; Marc. 2:8; Juan 1:48. “Nuestro Señor da siempre la impresión de que El sabía todas las cosas al detalle, tanto del pasado como del futuro, y que este conocimiento procede de su percepción original de los acontecimientos. El no las aprende sino que las conoce sencillamente por la percepción directa. Declaraciones tales como las de Mateo 24 y Lucas 21 encierran en sí una diferencia sutil de las declaraciones de los profetas. Estos últimos hablaron como hombres que se encontraban muy distantes por razón del tiempo de su declaración de los acontecimientos que predecían. Jesús habló como quien está presente en medio de los hechos que Él describe. Nunca se refiere a los hechos del pasado, como si estuviera citando el relato histórico del Antiguo Testamento. El único pasaje que parece arrojar un poco de duda sobre este hecho se encuentra en Mar. 13:32. Pero el pasaje paralelo en Mateo omite, en muchas versiones antiguas, las palabras: “Ni el Hijo.” Las palabras de Marcos se pueden interpretar sin contradecir este modo de ver su omnisciencia. Sin embargo, es ésta una omnisciencia que tiene alguna limitación humana en su manifestación a los hombres.” (Wood)

Esta limitación del conocimiento no implica argumento alguno contra la infalibilidad de todo lo que Cristo enseñó: por ejemplo, la autoridad mosaica del Pentateuco. Liddon dice que este argumento encierra una confusión entre la limitación del conocimiento y la posibilidad de caer en error. Es claro que la limitación del conocimiento es una cosa y la falibilidad es otra. San Pablo dice: “Conocemos en parte,” y “Vemos por espejo en obscuridad.” Sin embargo, Pablo está tan seguro de la verdad de lo que enseña que exclama: “Mas aun si nosotros o un ángel del cielo os anunciare otro evangelio del que os hemos anunciado, sea anatema.” Pablo creyó indudablemente en su propia infalibilidad como maestro de la verdad religiosa, y la iglesia de Cristo ha considerado siempre sus epístolas como parte de la literatura infalible. Pero también es claro que Pablo creyó que su conocimiento de la verdad era limitado. La infalibilidad no incluye la omnisciencia, como el conocimiento limitado no lleva consigo el error. Si un maestro humano rehusara hablar sobre cierto asunto, diciendo que no tenía suficiente conocimiento de él, esto no sería razón para no darle crédito si procediera a hablar con seguridad sobre otro tema completamente diferente, dando a entender que no tenía conocimiento suficiente a autorizarle a hablar. Por el contrario, su silencio en el primer caso sería suficiente razón para que se diera crédito a sus declaraciones en el otro caso. El argumento que estamos considerando en este texto sería válido, si nuestro Señor hubiera determinado la fecha del día del juicio y los hechos hubieran demostrado que se había equivocado.

¿Por qué hemos de encontrar tropiezo en la limitación de este atributo y no en la de los otros? ¿No sufrió hambre y sed, por ejemplo? Como Dios, El es omnipresente; pero como hombre, está presente en un solo lugar. Como Dios, es omnipotente; pero por lo menos en una ocasión El no pudo obrar portentos a causa de la incredulidad de los hombres.

c) Omnipresencia.

Mat. 18:20: “Porque donde están dos o tres congregados en mí nombre, allí estoy en medio de ellos.” El está con todos los misioneros (Mat. 28:20). Todos los cristianos oran a El en todo lugar (1 Cor. 1:2). La oración sería una irrisión si no estuviéramos seguros de que Cristo está en todo lugar, listo para oírnos. El llena todas las cosas en todo lugar (Ef. 1:23). Pero esta presencia que lo llena todo es característica solamente de la Divinidad.

6. SU NOMBRE SE PONE AL LADO DEL DE DIOS PADRE.

La manera en que el nombre de Jesucristo se une al de Dios el Padre indica claramente la igualdad del Hijo con el Padre. Compárense los siguientes pasajes:

a) La Bendición Apostólica.

2 Cor. 13:14. Aquí el Hijo da la gracia lo mismo que el Padre.

b) La Fórmula Bautismal.

Mat. 28:19; Hech. 2:38. “En el nombre,” no los nombres en plural. ¿Qué impresión produciría decir: “En el nombre del Padre” y de Moisés? ¿No parecería esto un sacrilegio? Podemos imaginamos el efecto que tales palabras hubieran producido en los apóstoles.

c) Otros Pasajes.

Juan 14:23: “Vendremos”; el Padre y yo. 17:3: “Esta empero es la vida eterna: que te conozcan el solo Dios verdadero, y a Jesucristo.” El contenido de la fe salvadora incluye la creencia en Jesucristo lo mismo que en el Padre. 10:30: “Yo y el Padre una cosa somos.” Quiere decir que Jesús y el Padre tienen un solo poder con el cual se opera la salvación del hombre. 2 Tes. 2:16, 17: “El mismo Señor nuestro Jesucristo, y Dios y Padre nuestro . . . consuele vuestros corazones.” Estos dos nombres, con el verbo en singular, indican la unidad del Padre con el Hijo.

LA CONCIENCIA QUE JESUS TENIA DE SU 

PROPIA PERSONA Y OBRA.

Sería cosa interesante investigar los relatos evangélicos para darnos cuenta de qué pensaba Jesús acerca de sí mismo, y, en particular, de su relación con el Padre. ¿Qué peso tiene el testimonio de Jesús sobre el asunto de su propia deidad? ¿Confirman los relatos evangélicos el pensar cristiano sobre este tema? ¿Es Jesucristo un hombre que posee una fe mucho más grande que la nuestra, pero, sin embargo, uno que cree en Dios como nosotros? ¿O es El el objeto de nuestra fe lo mismo que el Padre? ¿Creemos nosotros con El, o en El? ¿Hay en las palabras que se ponen en labios de Jesús en los Evangelios alguna indicación de la conciencia que El tenía sobre su relación única con Dios el Padre? ¿Es acaso el mismo Jesús responsable del pensar cristiano sobre su divinidad, o es que la Iglesia lee en los relatos evangélicos algo que en realidad no existe allí? Veámoslo.

a) Como se nos Presenta en el Relato de su Visita al Templo.

Lucas 2:41-52. Esta es únicamente una flor del jardín admirablemente cercado de los primeros 30 años de la vida de Cristo. Para nuestro propósito, el énfasis está en “tu padre” y “mi Padre.” Estas son las primeras palabras que se conservan de Jesús. ¿No se encuentra en ellas una indicación de la conciencia que Jesús tenía de su relación única con su Padre Celestial? Muy en contra de la costumbre judía, es María y no José la que hace la pregunta. Ella dijo: “tu padre.” La respuesta de Jesús significaba: “¿Quieres decir que mi Padre me ha estado buscando?” Es muy de notar que Cristo nunca usa la palabra “padre” al referirse a sus padres, cf. Mat. 12:48; Mr. 3:33, 34. “¡Mi Padre!” Ningún labio humano había pronunciado jamás estas palabras. Los hombres decían, y Jesús les enseñó a decir, “Nuestro Padre.” No creemos estar fuera de la realidad al decir que en este incidente Cristo ve, surgiendo ante El, la gran verdad de que Dios y no José es su Padre, y que ahora se encontraba en la casa de su verdadero Padre.

b) Como se nos Revela en su Bautismo.

Mat. 3:13-17; Mar. 1:9-11; Luc. 3:21. Aquí están algunas cosas que debemos tener presentes en relación con el bautismo de Cristo. Primero, Jesús tenía perfecto conocimiento de la relación de Juan y su ministerio con las profecías del Antiguo Testamento, así como del anuncio que había hecho el mismo Juan de que era el precursor del Mesías, y de que él no era digno de desatar la correa del zapato de Cristo. Segundo, el acercarse ahora a Juan, y someterse a su bautismo, indicaba que Jesús tomó como verdadero todo lo que Juan había dicho. El elogio que Jesús hizo de Juan, pone más énfasis sobre este asunto (Mat. 11). Tercero, hay la bajada del Espíritu Santo, y la voz celestial. ¿Qué significaron estas cosas para Jesús? Si el sermón de Cristo en la sinagoga de Nazaret nos puede servir de ayuda, tenemos que creer que al tiempo de su bautismo, aun más que cuando tenía doce años, El tenía perfecta conciencia de que, al ser así ungido, se asociaba a sí mismo en una forma muy especial con la profecía de Isaías, capítulos 42 y 61: “He aquí mi siervo … he puesto sobre él mi espíritu.” A la conciencia de Jesús de seguro vendría todo lo que quedaba encerrado en el Antiguo Testamento en las palabras “siervo del Señor,” cuando el Espíritu descendió sobre El. Véanse también Luc. 4:16-17; Hech. 10:38; Mat. 12:28.

¿Qué significó para Cristo la voz celestial? “Este es mi Hijo amado” nos lleva al segundo Salmo en el que el salmista se dirige a esta persona como al Rey ideal de Israel. La cláusula siguiente, “En el cual tengo contentamiento,” se refiere al capítulo 42 de Isaías, y describe al siervo que es ungido y dotado de poder por el Espíritu de Dios. Tenemos que admitir que Jesús conocía perfectamente las profecías del Antiguo Testamento, y sabía muy bien a quién se referían estos pasajes. Cualquier judío lo sabía. ¿Será mucho decir que el día de su bautismo Jesús se dio perfecta cuenta de que estas predicciones del Antiguo Testamento se cumplieron en El? Creemos que no.

c) Como se Presenta en el Relato de la Tentación.

Mat. 4:1-11; Mar. 1:12, 13; Luc. 4:1-13. De estos relatos parece deducirse claramente que Jesús entró en la tentación en el desierto con la conciencia de la revelación que había recibido y de que estaba consciente en el bautismo. Es cierto que Satanás basó sus tentaciones en la conciencia que Cristo tenía de su relación única con Dios como su Hijo. En todo el período de la tentación Satanás considera a Cristo como Hijo de Dios en un sentido único, y el Rey ideal que había de establecer el reino de Dios en la tierra. En realidad la realeza de Jesús se reconoce tan claramente en el relato de la tentación que la cuestión que aquí se ventila es sobre cómo se establecerá este reinado en el mundo. Tenemos que admitir que si leemos con cuidado el relato bíblico nos vemos precisados a llegar a la conclusión de que, durante toda la tentación, Cristo tuvo plena conciencia de su posición con relación al establecimiento del reino de Dios en el mundo.

d) Como se Presenta en el Llamamiento de los Doce y de los Setenta.

El relato de este hecho se encuentra en Mat. 10; Mar. 3:13-19; 6:7-13; Luc. 9:1-6; 10:1-14. Este importante hecho en la vida de nuestro Señor ejerció gran influencia en la conciencia que El tenía de su persona y de su obra. Notemos algunos detalles:

Primero, el número de ellos, doce. ¿No se encuentra en este hecho cierta relación con la nueva Jerusalem en la que el Mesías se sentará en el trono rodeado por los doce apóstoles sentados también en sus propios tronos? ¿No tenía conciencia Cristo en este caso de que El era el centro de la escena que se nos describe en el Apocalipsis?

Segundo, les dió poder. ¿No repite Jesús aquí lo que le había sucedido a El en el bautismo, impartiendo un poder sobrenatural? ¿Quién puede dar tal poder y hacer que hasta los demonios obedezcan? Ninguno, sino Dios.

Tercero y nótese que el mensaje que El da a los doce se refiere a asuntos de vida y muerte. El no recibir el mensaje equivalía a rechazar al Padre.

Cuarto, todo esto se ha de hacer en su nombre, y por amor a su nombre. El destino final de los hombres depende de la fidelidad a Jesús. Todo surge o cae con relación a El. ¿Fué posible que se pronunciaran tales palabras, sin que el que las dijo tuviera conciencia de su relación única con el Padre y con las cosas de la eternidad? ¿Se ha conocido alguna vez algo más atrevido que esto?

Quinto, El pide que los hombres sacrifiquen por El aún sus más tiernos afectos, y que le antepongan a El al padre y a la madre (Mat. 10:34-39).

e) Como se Revela en el Sermón del Monte.

Mat. 5-7; Luc. 6:20-49. No citaremos más que dos casos sobre el particular. ¿Quién es éste que se atreve a presentarse a sí mismo como superior a Moisés y la ley de Moisés, diciendo: “Mas yo os digo”? Además, oigamos a Cristo proclamándose a sí mismo Juez de todos los hombres en el último día (Mat. 7:21). ¿Pudo Cristo decir todo esto sin tener conciencia de su relación única con todas estas cosas? Seguramente que no.

OBRA DE JESUCRISTO. Muerte de Jesucristo.

I. SU IMPORTANCIA.

1. OCUPA UN LUGAR SUPREMO EN LA RELIGION CRISTIANA.

El cristianismo es a todas luces una religión de expiación. La eliminación de la doctrina de la muerte de Cristo de la religión que lleva su nombre, sería renunciar a su unicidad, y al reclamo que hace de ser la única religión verdadera y la revelación suprema y final de Dios a los hijos de los hombres. Es precisamente esta doctrina de la redención la que distingue al cristianismo de todas las demás religiones. Si se quita esta distintiva doctrina cristiana de su credo, esta religión suprema se coloca al nivel de otros muchos sistemas religiosos que prevalecen hoy día. El cristianismo no es meramente un sistema de ética; es la historia de la redención por Jesucristo, el Redentor personal.

2. SU VITAL RELACION CON JESUCRISTO.

La expiación está tan íntimamente ligada con Jesucristo, tan unida a su obra, según se nos presenta en las Escrituras, que es absolutamente inseparable de ella. Cristo no fué principalmente un maestro religioso, un filántropo, un modelo de costumbres. Fué todas estas cosas, sí, pero mucho más. Primera y principalmente El fué el Salvador y Redentor del mundo. La importancia de otros grandes hombres estuvo principalmente en sus vidas; en Cristo, estuvo principalmente en su muerte, en la que se reconcilió Dios con el hombre. La cruz es el centro magnético que envía la corriente eléctrica por el telégrafo entre la tierra y el cielo, y hace que ambos Testamentos rebosen con verdad viva, armoniosa y salvadora, a través de todas las edades pasadas y futuras. Otros hombres han dicho: “Si yo pudiera solamente vivir, podría establecer y perpetuar un imperio.” El Cristo de Galilea dijo: “Mi muerte lo hará.” Entendamos que el poder del cristianismo no estriba en formas imprecisas y sombrías, ni siquiera solamente en verdades y doctrinas bien definidas, sino en la verdad, y en la doctrina de Cristo crucificado y resucitado de entre los muertos. Si el cristianismo no es más que un sistema ético, no es ni podrá ser en realidad ni siquiera ético. Es redentor, dinámico por medio de esa redención, y al mismo tiempo ético.

3. SU RELACION CON LA ENCARNACION.

No es demasiado atrevido decir que el propósito de la encamación fué la expiación. Por lo menos esto parece ser el testimonio de las Escrituras. Jesucristo tomó carne y sangre para poder morir (Heb. 2:14). “El apareció para quitar nuestros pecados” (1 Juan 3:5). Cristo vino a este mundo a dar su vida en rescate por muchos (Mat. 20:28). El mismo propósito de la venida de Cristo a este mundo, con todas sus varias facetas, fué para que, al tomar una naturaleza como la nuestra, pudiera ofrecer su vida en sacrificio por los pecados de los hombres. La fe en la expiación supone la fe en la encarnación. La relación entre estas doctrinas fundamentales es tan estrecha que constituye uno de los grandes puntos que han dividido las opiniones de los hombres sobre la materia: cuál sería la primaria y cuál la secundaria; cuál es la que se debería considerar como la más necesaria para la salvación del hombre, como el hecho primario y supremo en la historia del trato de Dios con el hombre. La expiación surge naturalmente de la encamación, de modo que el Hijo de Dios no hubiera podido aparecer con nuestra naturaleza sin realizar la obra que implica la palabra expiación. La encarnación es la anticipación y la garantía de la obra de la expiación. La encarnación es ciertamente la declaración de un propósito de Dios para salvar al mundo. Pero ¿cómo se hubiera podido salvar el mundo sino por la expiación?

4. SU PROMINENCIA EN LAS ESCRITURAS.

En la conversación que tuvo con los dos discípulos en el camino a Emmaús, Jesucristo declaró que Moisés y todos los profetas, en realidad todas las Escrituras, se ocuparon de su muerte (Luc. 24:27, 44). De 1 Pedro 1:11, 12, se deduce que el gran asunto que preocupó a los profetas del Antiguo Testamento fué la muerte de Cristo. La expiación es el hilo rojo que corre a través de todas las páginas de la Biblia. Córtese la Biblia en cualquier parte, y la sangre brota; está roja con la sangre de la redención. Se dice que de cada cuarenticuatro versículos del Nuevo Testamento uno trata de este asunto, y que la muerte de Cristo se menciona en total ciento setenticinco veces. Si a este número se agrega la enseñanza típica y simbólica del Antiguo Testamento, se tendrá una idea del lugar importantísimo que esta doctrina ocupa en las Sagradas Escrituras.

5. TEMA FUNDAMENTAL DEL EVANGELIO.

Pablo dice: “Primeramente os he enseñado (es decir lo primero por razón de orden; la primera tabla de la plataforma del evangelio; la verdad más importante) . . . que Cristo fué muerto por nuestros pecados” (1 Cor. 15:1-3). La historia, mensaje y predicación del evangelio no podrían subsistir sin la historia de la muerte de Cristo como Redentor de los hombres.

6. EL UNICO GRAN TEMA EN EL CIELO.

Moisés y Elías, los visitantes celestiales a la tierra, hablaron de él (Luc. 9:30, 31), aunque Pedro se avergonzó de esta verdad (Mat. 16:21-25). El tema del cántico de los redimidos en el cielo es la muerte de Cristo (Apoc. 5:8-12).

II. DEFINICION BIBLICA DE LA MUERTE DE CRISTO.

Las Escrituras nos presentan la muerte de Cristo bajo cuatro aspectos:

1. COMO UN RESCATE. Mat. 20:28; 1 Pedro 1:18; 1 Tim. 2:6; Gal. 3:13.

El significado de un rescate se encuentra explicado en Lev. 25:47-49: libertar una persona o una cosa pagando un precio; comprar nuevamente una persona o una cosa pagando el precio en virtud del cual es tenida en cautividad. De modo que el pecado es como un mercado de esclavos en el que los pecadores son “vendidos a sujeción del pecado” (Rom. 7:14); las almas están bajo sentencia de muerte (Ezeq. 18:4). Cristo, con su muerte, compra a los pecadores en el mercado, dándoles así completa libertad de la servidumbre del pecado. Sueltas sus cadenas, deja libre a los prisioneros, pagando un precio, el precio de su preciosa sangre.

Puede disputarse sobre a quién se paga este rescate: o a Satanás por sus cautivos, o a la santidad eterna y necesaria, a la ley divina, a las exigencias de Dios que por su propia naturaleza es el Legislador santo. Lo más probable es que sea lo último, es decir, Dios y su santidad.

Cristo nos redimió de la maldición de una ley quebrantada haciéndose a sí mismo maldición por nosotros. Su muerte fué el precio del rescate pagado por nuestra libertad.

2. UNA PROPICIACION. Rom. 3:25; 1 Juan 2:2; Heb. 2:17.

Cristo es la propiciación por nuestros pecados. Dios nos le presenta como propiciación por medio de su sangre.

Propiciación significa cubierta. La cubierta del arca del pacto era llamada propiciatorio (Exod. 25:22; Heb. 9:5). Es el medio de Dios para cubrir y perdonar al pecador penitente y ahora creyente, a causa de la muerte de Cristo. La propiciación es la base sobre la que Dios podría demostrar su justicia y sin embargo perdonar a los pecadores (Rom. 3:25, 26; Heb. 9:15). Cristo mismo es el sacrificio propiciatorio (1 Juan 2:2). La muerte de Jesucristo se ofrece como el fundamento sobre el que un Dios justo puede perdonar a una raza pecadora y culpable sin comprometer en forma alguna su propia justicia.

3. COMO UNA RECONCILIACION. Rom. 5:10; 2 Cor. 5:18, 19; Efes. 2:16; Col. 1:20.

El mensaje de estos pasajes bíblicos es que nosotros somos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, por su cruz y por la sangre de su cruz.

La reconciliación tiene dos aspectos: activo y pasivo. En su aspecto activo podemos considerar la muerte de Cristo como el medio que quita la enemistad existente entre Dios y el hombre, que hasta ahora ha sido un obstáculo para su mutua comunión (véanse los textos citados arriba). Este estado de enemistad se nos presenta en pasajes bíblicos como Rom. 8: 7: “Por cuanto la intención de la carne es enemistad contra Dios.” También Efes. 2:15; Sant. 4:4. En su aspecto pasivo la palabra puede significar el cambio de actitud del hombre para con Dios, cambio que se verifica en el corazón del hombre por la visión que recibe de la cruz de Cristo, de la que procede el cambio de enemistad a amistad, cf. 2 Cor. 5:20. Probablemente es mejor establecer el hecho de esta manera: Dios es propiciado, y el pecador es reconciliado (2 Cor. 5:18-20).

4. COMO UNA SUBSTITUCION. Isa. 53:6; 1 Pedro ‘ 2:24, 3:18; 2 Cor. 5:21.

La historia del cordero pascual (Exod. 12 y 1 Cor. 5:7) ilustra el significado de la palabra substitución en el sentido que aquí se usa: una vida dada en lugar de otra. “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” Dios hizo que Cristo, que no tuvo pecado, fuera pecado por nosotros. El mismo Cristo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero. Esto es la substitución. Cristo murió en nuestro lugar, llevó nuestros pecados, pagó la pena debida por ellos; y todo esto, no por fuerza, sino de voluntad (Juan 10:17, 18). 

La idea de la substitución se halla bien ilustrada en la preposición que se usa en relación con esta fase de la muerte de Cristo. En Mateo 20:28 se dice que Cristo dio su vida en rescate por (griego, antí) muchos (véase 1 Tim. 2:6). El significado de esta preposición es evidente que es en lugar de por el uso que de ella hace Mateo 2:22: “Archelao reinaba en lugar de (antí) Herodes su padre.” También en Lucas 11:11: ¿En lugar de (antí) pescado, le dará una serpiente?” Véase Heb. 12:2, 16). Por consiguiente, substitución, en el sentido que aquí se usa, quiere decir que algo sucedió a Cristo, y porque le sucedió a El, no es necesario que nos suceda a nosotros. Cristo murió por nuestros pecados, y no es necesario que nosotros muramos por ellos si aceptamos su sacrificio. Para mayor ilustración, véase Gén. 22:13: Dios proveyendo un cordero en lugar de Isaac; también Barrabás siendo libertado y Cristo llevando su cruz y tomando su lugar.

III. OPINIONES NO BIBLICAS DE LA MUERTE DE CRISTO.

Circulan ciertas opiniones “modernas” de la expiación que conviene que examinemos brevemente, aunque no sea más que para demostrar que no tienen fundamento bíblico. No cabe la menor duda de que la mente moderna no llega a percibir en la doctrina de la expiación lo que la fe ortodoxa ha sostenido por siglos como la verdad de Dios acerca de esta doctrina cristiana fundamental. Para muchos la muerte de Cristo no fué más que la muerte de un mártir, y la colocan en la misma categoría que la muerte de Juan Huss o Savonarola. O tal vez la muerte de Cristo fué una manifestación del admirable amor de Dios para con un mundo pecador. O puede ser que Cristo, al sufrir la muerte, permanece para siempre como sublime modelo de adhesión a los principios de justicia y verdad, hasta la misma muerte. O tal vez el Calvario fué un episodio en el gobierno divino del mundo. Siendo Dios santo, juzgó necesario hacer ver al mundo el odio que tenía al pecado, y su ira descargó sobre Cristo. La mente moderna no considera la muerte de Cristo como vicaria o substitutoria en ningún sentido. En realidad, no alcanza a ver la justicia ni la necesidad o posibilidad de que un hombre tan inocente sufriera por los pecados de toda la raza, pasados, presentes y futuros. Se dice que cada cual debe sufrir el castigo de su propio pecado; de esto nadie se puede escapar, a no ser que Dios, cuyo admirable amor sobrepasa todo concepto humano, pase por alto, como indudablemente lo hará, las consecuencias eternas del pecado del hombre, a causa del grande amor que tiene a la raza humana. Esto es lo que ellos esperan confiadamente. El amor de Dios es para ellos la esperanza de la redención de la raza.

¿Qué tiene que decir la iglesia cristiana acerca de esto, y qué respuesta puede dar? La iglesia debe recurrir a buscar las armas de esta guerra en la Palabra de Dios. Si la así llamada mente moderna y sus opiniones doctrinales convienen con la Escritura, la iglesia cristiana puede dejarse influenciar por el espíritu de nuestros tiempos. Pero si la mente moderna no conviene con las Escrituras, la iglesia de Cristo debe abandonar a la mente moderna. Veamos algunas de las teorías modernas sobre la expiación:

1. LA TEORIA DEL ACCIDENTE.

En resumen esta teoría dice lo siguiente. La cruz fué algo imprevisto en la vida de Cristo. El Calvario no figuraba en el plan de Dios para su Hijo. La muerte de Cristo fué un mero accidente, tan imprevisto e inesperado como la muerte de cualquier otro mártir.

A esto contestamos. Jesús tuvo plena conciencia siempre de la muerte que le esperaba. La predijo una y otra vez. Tenía conocimiento de todas las maquinaciones que se tramaban para matarle. Esta verdad se halla confirmada en los siguientes pasajes bíblicos: Mat. 16:21; Mar. 9:30-32; Mat. 20:17-19; Luc. 18:31- 34; Mat. 20:28, 26:2, 6, 24, 39-42; Luc. 22:19, 20. Además, en Juan 10:17, 18 encontramos palabras que contradicen esta falsa teoría: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, mas yo la pongo de mi mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.”

Podemos también mencionar otros muchos pasajes y profecías del Antiguo Testamento acerca de la muerte de Cristo. Tenemos también el testimonio del mismo Cristo de que el hecho de su muerte había sido profetizado y predicho por los profetas (Luc. 24:26, 27, 44). Véanse también Isa. 53; Salmos 22 y 69.

2. LA TEORIA DEL MARTIR.

Es como sigue. La muerte de Cristo fué semejante a la de Juan Huss o Policarpo, o cualquiera de los grandes hombres que ha dado su vida en sacrificio por un principio o una verdad.

A esto contestamos. En este caso Cristo debiera haberlo declarado así. Pablo lo debiera haber dicho. La palabra mártir se empleó aplicándola a la muerte de otros cristianos, ¿por qué no a la muerte de Cristo? Si esto fuera así no hubiera habido misterio alguno en la expiación, y lo extraño es que Pablo hablara acerca de este misterio. Además, si Cristo murió como un mártir, lo menos que Dios hubiera podido hacer por El hubiera sido consolarle con su presencia, como lo hizo con otros mártires en la hora de su muerte. ¿Por qué le abandonó en aquella hora crucial? ¿Es justo que Dios hiciera padecer al hombre más santo de todos los tiempos los sufrimientos más terribles, si ese hombre no fuera más que un mártir? Si se tiene presente el estremecimiento que sufrió en el Getsemaní, ¿podríamos decir (y hablamos con toda reverencia) que Jesús fué tan valiente al hacer frente a la muerte como cualquier otro mártir? ¿Por qué se llenó de angustia el alma de Cristo (Luc. 22:39-46), mientras que Pablo el apóstol estuvo lleno de gozo (Fil. 1:23)? Esteban sufrió la muerte de un mártir, pero Pablo nunca predicó el perdón por la muerte de Esteban. Tal modo de considerar la muerte de Cristo puede hacer mártires, pero nunca salvará al pecador.

3. LA TEORIA DEL EJEMPLO MORAL.

La muerte de Cristo ejerce una influencia sobre la humanidad para su mejoramiento moral. El ejemplo de sus sufrimientos debe ablandar los corazones humanos, y ayudar al hombre a reformarse, a arrepentirse, y a mejorar su propia condición. Así que Dios da el perdón simplemente con el arrepentimiento y la reforma. Si esto fuera así, un beodo podría llamar salvador suyo a un hombre cuya influencia le ha inducido a tornarse sobrio y laborioso. Pero la vista de los sufrimientos de Cristo no movió a los judíos al arrepentimiento. Ni mueve a los hombres hoy día tampoco. Tal opinión de la muerte de Cristo no hace frente al problema con el que está relacionada, a saber, el problema del pecado.

4. LA TEORIA DEL GOBIERNO.

Esta dice que la benevolencia de Dios exige que haga de los sufrimientos de Cristo un ejemplo para hacer ver al hombre cuánto le desagrada el pecado. El gobierno de Dios sobre este mundo requiere que El haga ver su odio al pecado.

Esto es cierto, pero nosotros tenemos que contestar: ¿Qué necesidad hay de una encarnación para la manifestación de tal propósito? ¿Por qué no hacer el ejemplar del disgusto que a Dios produce el pecado de un hombre culpable, y no de un hombre absolutamente inocente y sin culpa? ¿Por qué crear un nuevo ser para tal propósito, cuando existían tantos hombres?

5. LA TEORIA DEL AMOR DE DIOS.

Cristo murió para hacer ver a los hombres cuánto les amaba Dios. Desde que El murió, los hombres saben lo que el corazón de Dios siente por ellos.

Es cierto que la muerte de Cristo hizo ver el grande amor de Dios para con el hombre caído. Pero los hombres no necesitaban tal sacrificio para saber que Dios les amaba. Lo sabían ya antes que Cristo viniera. El Antiguo Testamento está lleno del amor de Dios. Léase el Salmo 103. Las Escrituras que nos dicen que el amor de Dios se manifestó al darnos a su Hijo, nos dan también otra razón de por qué El dió a su Hijo: “Para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16); “En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10).

Nosotros creemos que la muerte de Cristo revela el amor de Dios, y que en todos los tiempos los hombres se han arrodillado arrepentidos, cuando han recibido la visión del que pendía en la cruz por ellos. Pero si hubiéramos de preguntar a los que han creído en Dios a causa de la cruz, hallaríamos que lo que los movió al arrepentimiento no fué solamente que la cruz les reveló el amor de Dios en una forma suprema, sino el hecho de que Dios en la cruz había hecho frente a la tremenda y terrible realidad del pecado, y que la cruz lo había quitado.

“Examino todos estos puntos de vista, algunos de los cuales son Hermosos y apelan a la soberbia del hombre, pero que dejan de lado todo pensamiento de una expiación vicaria, y exclamo: ‘¿Pero qué será de mi pecado? ¿Quién lo borrará? ¿Dónde se halla el sacrificio? Si no hay remisión de pecados sin derramamiento de sangre, ¿dónde está la sangre derramada?’ Estas teorías son lindas, a veces patéticas, y con frecuencia hermosas, pero no encierran en sí la agonía de la ocasión y situación. Son teorías basadas en apariencias, conceptos parciales. No toman en consideración toda la estructura del templo desde el fundamento hasta la cubierta. Nadie debe expresar su propia opinión frente a la de otra persona de una manera dogmática; pero sí puede, y a veces debe, permitir que su corazón hable a través de su inteligencia. Y teniendo presente esta libertad, yo me aventuro a decir que todas estas teorías de la expiación son para mí como nada, y ciertamente vacías e incompletas. … En este mismo momento en que estoy hablando, siento que Cristo en la cruz está haciendo algo por mí, que su muerte es mi vida, su expiación mi perdón, su crucifixión la satisfacción por mi pecado, que del Calvario, el lugar de la calavera, brotan las flores de mi paz y gozo, y que yo me glorío en la cruz de Cristo.” (Joseph Parker)

IV. NECESIDAD DE LA MUERTE DE CRISTO

La necesidad de la expiación descansa en dos cosas: la santidad de Dios y la pecaminosidad del hombre. La doctrina de la expiación no es un asunto aislado, y no se puede entender correctamente si no se la considera en sus relaciones. Se halla relacionada con ciertas condiciones que existen entre Dios y el hombre y que han sido afectadas por el pecado. Por consiguiente, debemos conocer esta relación, y en qué forma ha sido afectada por el pecado. Esta relación entre Dios y el hombre es una relación personal. No podemos legítimamente dar otro significado a los pasajes que nos presentan esta relación. “Tu me has examinado y conocido.” “Yo siempre estuve contigo Es, además, una relación ética, y lo que es ético es al mismo tiempo personal y universal. Es decir, que la forma en que Dios trata a la humanidad se manifiesta en un modo de ser que tiene valor universal y eterno. Estas relaciones fueron deshechas por el pecado. No nos importa saber cómo apareció el pecado, pero nosotros somos moralmente conscientes, por el testimonio que nos da una conciencia mala, de que somos culpables y de que nuestro pecado no es meramente un asunto de culpabilidad personal, sino una violación de una ley moral universal.

1. LA SANTIDAD DE DIOS.

Debemos tomar buena nota del énfasis que el Antiguo Testamento pone en la doctrina de la santidad de Dios. (Véase Atributos de Dios, en la página 39.) La ley levítica, las leyes de las cosas limpias e inmundas, el Tabernáculo y el Templo con su patio exterior y su lugar santo y santísimo, la orden sacerdotal y el sumo sacerdote, los límites que se pusieron alrededor del monte Sinaí, las personas y las cosas que no podían ser tocadas sin contaminación, los tiempos y estaciones sagrados, todas estas cosas y otras muchas nos hablan en términos inequívocos de la santidad de Dios. Así es como se nos dice que si un hombre pecador ha de acercarse a Dios, tiene que hacerlo con la sangre de la expiación. La santidad de Dios exige que se provean algunos medios de propiciación antes de que el pecador pueda acercarse a El y tener comunión con El. Este medio de acercamiento a Dios se nos ofrece en la sangre derramada.

2. EL PECADO DEL HOMBRE.

Las opiniones livianas y erróneas acerca de la expiación proceden del modo liviano y erróneo de considerar el pecado. Si el pecado se considera meramente como una ofensa contra el hombre, una debilidad de la naturaleza humana o simplemente una enfermedad, más bien que una rebelión, transgresión y enemistad contra Dios, y por consiguiente algo que debe ser castigado y condenado, no sentiremos naturalmente la necesidad de la expiación. El pecado se debe mirar en la forma que lo representa la Biblia, como algo que acarrea la ira, condenación y ruina eterna. Hay que considerarle como una culpa que necesita expiación. Debemos verle como le ve Dios antes que podamos condenarle en la forma que Dios le condena. Hoy día confesamos el pecado en una forma tan ligera que casi ha perdido todo su terror.

Considerando la santidad de Dios y la pecaminosidad del hombre, surge naturalmente la pregunta: ¿Cómo debería manifestarse la misericordia de Dios sin comprometer su santidad, cuando El asume una actitud misericordiosa para con el hombre pecador, dándole el perdón y la justificación? La respuesta es: La única manera en que esto puede hacerse es por medio de la expiación.

3. EL CUMPLIMIENTO DE LAS ESCRITURAS.

A lo dicho hasta ahora podemos agregar este tercer pensamiento. En cierto sentido la expiación fué necesaria para que se cumplieran las predicciones del Antiguo Testamento, predicciones inseparables de la persona y obra del Mesías. Si Jesucristo fué el verdadero Mesías, las predicciones que se referían a sus sufrimientos y muerte debieron cumplirse en El (Luc. 24:25-27, 44; Isa. 53; Salmo 22; 69).

V. ALCANCE DE LA MUERTE DE CRISTO.

¿Fué la muerte de Cristo para toda la humanidad, para toda persona del mundo, o solamente para el hombre que ha sido de hecho y finalmente regenerado: la iglesia escogida? ¿Fué para toda la humanidad, sin consideración a su relación con Jesucristo, o deben limitarse los beneficios de la expiación a aquellos que están espiritualmente unidos a Cristo por la fe? De los siguientes pasajes bíblicos parece evidente que la muerte de Cristo tuvo por fin beneficiar a toda la humanidad: Isa. 53:6; 1 Tim. 2:6; 1 Juan 2:2, cf. 2 Cor. 5:19; Rom. 14:15; 1 Cor. 8:11. Los pasajes bíblicos que, según algunos, limitan los efectos de la expiación, son: Juan 10:15, cf. w. 26, 29; Ef. 5:25-27.

Es evidente que la doctrina de la expiación se nos presenta en las Escrituras como suficiente para procurar y asegurar la salvación de todos. En realidad, no solamente es suficiente sino eficaz para conseguir este propósito. Al parecer hay una contradicción en los pasajes antes citados. La expiación, de hecho, debiera dar actualidad al propósito eterno de Dios, que se nos presenta como un deseo de que todos los hombres sean salvos y vengan a un conocimiento salvador de la verdad según es en Jesucristo. Esto se ve en la invitación general y universal de las Escrituras a participar de los beneficios de la muerte de Cristo. De modo que el ofrecimiento del evangelio a todos no es meramente una pretensión, sino una realidad de parte de Dios. La voluntad divina de que todos los hombres participen de los beneficios de la expiación incluye a todos, y significa en verdad lo que el ofrecimiento abarca. Por otra parte, no podemos pasar por alto el hecho de que, desde otro punto de vista, los efectos de la expiación (tal vez sería mejor decir el propósito de la expiación) quedan limitados dentro de la verdadera iglesia, de modo que solamente los que están en realidad unidos a Cristo por la fe participan de hecho de los méritos de la expiación. Digámoslo de otra manera: La expiación es suficiente para todos; es eficaz para los que creen en Cristo. La misma expiación, en cuanto ofrece la base para el trato redentor de Dios con los hombres, es ilimitada; la aplicación de la expiación se limita a los que de hecho creen en Cristo. Potencialmente El es el Salvador de todos (1 Tim. 1:15); de hecho es Salvador solamente de los creyentes (1 Tim. 4:10). La expiación queda limitada únicamente por la incredulidad humana.

1. PARA TODO EL MUNDO.

Las Escrituras nos presentan este hecho en los siguientes pasajes: “Y él es la propiciación por nuestros pecados: y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). La muerte de Cristo es el fundamento en el que Dios, que es absolutamente santo, se apoya en su trato con la raza humana para usar con ella de misericordia y perdonar sus pecados.

Juan 1:29: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” No el pecado de unos cuantos individuos, o de un pueblo escogido como Israel, sino el pecado de todo el mundo. Esta fué una verdad sorprendente para los judíos.

1 Tim. 2:6: “El cual se dio a sí mismo en precio del rescate por todos, para testimonio en sus tiempos.” Por esta razón podemos orar por todos los hombres, según se deduce del contexto de este pasaje. ¿Cómo podríamos orar por todos los hombres, si no pudieran ser todos salvos?

2. POR CADA INDIVIDUO.

Esto no es más que una declaración detallada del hecho de que El murió por todo el mundo. Ningún individuo, sea hombre, mujer o niño, queda excluido de los beneficios que ofrece la expiación.

Heb. 2:9: “Empero vemos coronado de gloria y de honra, por el padecimiento de muerte, a aquel Jesús que es hecho un poco menor que los ángeles, para que por gracia de Dios gustase la muerte por todos.” León el Grande (461) afirmó que “El derramamiento de la sangre de Cristo por los injustos es de un alcance tan amplio, que si todos los cautivos del mundo creyeran en el Redentor, las cadenas del diablo no podrían retenerlos.” El general Booth dijo en cierta ocasión: “Amigos, Jesucristo derramó su preciosa sangre para pagar el precio de la salvación, y compró de Dios salvación suficiente para ofrecer a todos.”

3. POR LOS PECADORES, LOS INJUSTOS Y LOS IMPIOS.

Toda clase, grado y condición de pecadores puede participar de la obra redentora de Cristo. Grecia invitó solamente a los hombres cultos. Roma no buscaba más que los fuertes. Judea procuraba solamente a los religiosos. Jesucristo llama a todos los cargados y cansados para que vengan a El. (Mat. 11:28).

Rom. 5:6-10: “Cristo murió por los impíos. . . . Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. . . . Siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.” 1 Pedro 3:18: “También Cristo padeció una vez por los pecados, el justo por los injustos.” Cristo murió por los pecadores, es decir, los que están en abierta oposición con Dios; por los injustos, es decir, los que abiertamente violan las leyes de Dios; por los impíos, es decir, los que de una manera violenta y descarada se niegan a pagar a Dios el tributo de su oración, culto y servicio; por los enemigos, es decir, los que están en constante pugna con Dios y su causa. Por todos éstos murió Cristo.

1 Tim. 1:15: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.” Pablo fué un blasfemo, un perseguidor, injuriador (v. 18), un homicida (Hech. 22 y 26). Sin embargo Dios le salvó. Él también estuvo incluido en la expiación. Nótese que con relación a este mismo r unto el apóstol declara que la razón por la que Dios le salvó rué para que su salvación sirviera de ejemplo o aliento a otros grandes pecadores, a los que Dios podría salvar y salvaría, si ellos lo deseaban.

4. POR LA IGLESIA.

En un sentido especial se puede decir que la muerte de Cristo fué por la Iglesia, su cuerpo, es decir, la congregación de los que creen en El. En un sentido también es perfectamente cierto que la muerte de Cristo no vale más que para los que creen en El. De modo que, en este sentido, se puede decir que El murió en particular por la Iglesia. El es “Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen” (1 Tim. 4:10). Aquí queda encerrada la verdad de los que sostienen la teoría de la expiación limitada.

Efes. 5:25-27: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella.” No por una denominación particular; ni por una organización encerrada entre cuatro paredes; sino por todos aquellos a los que El llama a sí y le siguen.

Gal. 2:20: “El Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a si mismo por mí.” Aquí se menciona al individuo que es miembro de la Iglesia, el cuerpo de Cristo, como específicamente incluido en la eficacia de la expiación. Cuando Lutero se dió cuenta de esta fase particular de la expiación, le vieron sollozando debajo de un crucifijo, diciendo con gemidos: “Mein Gott, Mein Gott, ;Für Mich! ;Für Mich!” (“Dios, mío, Dios mío, ¡por mí! ¡por mí!”).

1 Cor. 8:11: “Y por tu ciencia se perderá el hermano flaco por el cual Cristo murió.” También Rom. 14:15. Nótese en qué conexión se expone esta verdad. Si Cristo estaba dispuesto a morir por el hermano flaco, de quien nosotros tal vez nos burlamos a causa de sus escrúpulos de conciencia, deberíamos nosotros estar dispuestos a negamos a nosotros mismos en alguna cosa por su amor.

Los efectos de la muerte de Cristo incluyen a todos, abarcan a todos, y son de un alcance ilimitado. No serán pocos sino muchos los que se salvan. El dió su vida en rescate por muchos. El propósito de la expiación de Dios no quedará frustrado. Cristo verá del trabajo de su alma y será saciado. Muchos vendrán del norte, del sur, del este y del oeste y se sentarán en su reino. Lo veremos en aquel gran día (Apoc. 7:9-15).

VI. RESULTADOS DE LA MUERTE DE CRISTO.

1. EN RELACION CON EL UNIVERSO FISICO O MATERIAL.

Así como este universo material fué en una forma misteriosa afectado por la caída del hombre (Rom. 8:19-23), así también es afectado por la muerte de Jesucristo, cuyo propósito fué neutralizar el efecto del pecado en la creación. En la expiación hay un efecto cósmico. El Cristo de Pablo es de un alcance más amplio que el segundo Adán, Cabeza de una nueva humanidad. El es también el centro del universo que gira a su alrededor, y que es en una forma misteriosa reconciliado por su muerte. Nosotros no podremos explicar en definitiva cómo esto se realiza.

Col. 1:20: “Y por él reconciliar todas las cosas a sí, pacificando por la sangre de su cruz, así lo que está en la tierra como lo que está en los cielos.” Algún día habrá un nuevo cielo y una nueva tierra, en los que reine la justicia (2 Pedro 3:13). Véanse también Heb. 9:23, 24; Isa. 11 y 35.

2. EN RELACION CON EL MUNDO DE LOS HOMBRES.

a) Quita la Enemistad que Existe entre Dios y el Hombre.

Rom. 5:10; Col. 1:20-22. Para mejor explicación, véase la definición bíblica de la expiación (II. 3, pág 76). La muerte de Cristo hace desaparecer toda base para la enemistad entre Dios y el hombre, ya se tome ésta en el sentido activo o pasivo de la reconciliación. El mundo es reconciliado con Dios por medio de la expiación.

b) Provee una Propiciación por el Pecado del Mundo.

1 Juan 2:2; 4:10. Véase también Propiciación (II. 2, pág 76) . La propiciación llega hasta donde llega el pecado.

c ) Neutraliza el Poder de Satanás sobre la Raza Humana.

Juan 12:31, 32: “Ahora es el juicio de este mundo: ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos traeré a mí mismo.” Véanse también Juan 16:9, 10; Col. 2:10. El levantamiento de Cristo en la cruz significó la caída de Satanás. Satanás ya no tiene dominio indisputable sobre los hijos de los hombres. El poder de las tinieblas ha sido deshecho. El hombre ya no necesita ser esclavo del pecado y de Satanás.

d) Resuelve el Problema del Pecado del Mundo.

El pecado no debe servir más de barrera entre Dios y el hombre. Hablando en rigor, ya no es una cuestión del pecado sino del Hijo; no ¿qué se hará con mi pecado? sino, ¿qué haré de Jesús que se dice el Cristo? Los pecados de los santos del Antiguo Testamento que por siglos habían sido tenidos, por ceñirlo así, en suspenso, fueron borrados en la cruz (Rom. 3:25, 1: En la cruz se resolvió también el problema de los pecados presentes y futuros. Cristo borró el pecado para siempre con su propio sacrificio (Heb. 9:26).

e) Satisface las Exigencias de la Ley Quebrantada y Quita la Maldición que Había sobre el Hombre por Haber Quebrantado la Ley.

Col. 2:14: “Rayendo la cédula de los ritos que nos era contraria, que era contra nosotros, quitándola de en medio y enclavándola en la cruz.” De esta manera quedó satisfecha toda exigencia de la santa ley de Dios que había violado el hombre pecador.

Gál. 3:13: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición; (porque está escrito: Maldito cualquiera que es colgado en madero).” (Véase el v. 10 en el que se describe la maldición.) La paga del pecado, y la maldición del pecado, es la muerte. Cristo, al morir en la cruz, pagó esa deuda, y quitó esa maldición.

f) En los Efectos de la Muerte de Cristo en Favor del Creyente Quedan Incluidas la Justificación, la Adopción, la Santificación, el Acceso a Dios, una Herencia, y la Desaparición de todo Temor de la Muerte.

Rom. 5:9; Gál. 4:3-5; Heb. 10:10; 10:19, 20; 9:15; 2:14, 15. ¡Qué consoladores e inspiradores son estos admirables aspectos del resultado de la muerte de nuestro Señor y Salvador Jesucristo!

3. EFECTO DE LA MUERTE DE CRISTO SOBRE SATANAS.

Véase el inciso c) anterior. El demonio debe someterse a la victoria de Cristo. Termina ya el dominio de Satanás, en lo que se refiere al creyente en Cristo. Pronto terminará también su dominio sobre los hijos desobedientes de los hombres. La muerte de Cristo significó el pronunciamiento de la sentencia de condenación de Satanás y la pérdida de su poder sobre los hombres. Aunque el poder del diablo no ha sido aún completamente destruido, ha sido neutralizado (Heb. 2:14). Los principados y poderes malos, y el mismo Satanás, hicieron lo peor que pudieron en la cruz, pero allí mismo recibieron el golpe mortal (Col.: 14, 15).

LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO.

I. SU IMPORTANCIA EN LA RELIGIÓN CRISTIANA.

1. OCUPA UN LUGAR ÚNICO EN EL CRISTIANISMO.

El Cristianismo es la única religión que reclama ser aceptada, apoyándose en la resurrección de su fundador. Si otra religión reclamara para sí tal cosa invitaría el fracaso. Hágase la prueba de ello con otras religiones.

2. ES FUNDAMENTAL EN EL CRISTIANISMO.

En su admirable capítulo sobre la resurrección (1 Cor. 15) Pablo dice que la existencia del cristianismo depende de la verdad literal de la resurrección de Jesucristo. Para la existencia de la religión de Cristo es un hecho fundamental que el cuerpo del fundador de la religión cristiana no permaneció en el sepulcro después del tercer día: “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (v. 14). “Si Cristo no resucitó . . . aun estáis en vuestros pecados” (v. 17). “Entonces también los que durmieron en Cristo son perdidos” (v 18). Si se quita la resurrección del evangelio de Pablo, su mensaje desaparece. La resurrección de Jesucristo no es un apéndice al evangelio de Pablo, sino que es una parte esencial.

La importancia de esta doctrina se echa de ver del papel prominente que jugó en la predicación de los apóstoles: Pedro, Hech. 2:24, 32; 3:15; 4:10; 5:30; 10:40; 1 Pedro 1:21, 23. Pablo, Hech. 13:30, 34; 17:31; 1 Cor. 15; Fil. 3:21. La creencia en esta predicación fué la que llevó al establecimiento de la iglesia cristiana. La creencia en la resurrección de nuestro Señor Jesucristo fué la fe de la primitiva iglesia (Hech. 4:33). El testimonio de este gran hecho de la fe cristiana se dió insistentemente en medio de la fiera oposición. No se la hizo objeto de controversia, aunque el sepulcro era bien conocido y hubieran podido indicárselo. El cristianismo encontró una base firme para su desarrollo histórico en este hecho de la resurrección. No hubo simplemente “un mensaje de resurrección,” sino también “una fe de la resurrección.”

En el hecho de la resurrección se puso en juego, en cierto sentido, el honor de nuestro Señor. Fué para El de tanta importancia que permaneció en la tierra cuarenta días después de haber resucitado, dando muchas pruebas infalibles de este gran hecho. El recurrió a este hecho una y otra vez como evidencia de la verdad de su predicación: Mat. 12:39, 40; Juan 2:20-22.

Tanto los amigos como los enemigos del cristianismo admiten que la resurrección de Jesucristo es de importancia vital para la religión que lleva su nombre. El cristiano recurre a ella con toda confianza como a un hecho incontestable. El escéptico la niega por completo como realidad histórica. Un enemigo de la resurrección dice: “Si la resurrección tuvo realmente lugar, tenemos que admitir que el cristianismo es lo que reclama ser, es decir, una revelación directa del mismo Dios.” El apóstol Pablo dice: “Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe.” El primero trata por todos los medios de echar por tierra las pruebas de este hecho aceptado; el otro dice llanamente que, si no podemos creer en la resurrección, el cristianismo no es más que una falsificación. Si fuera posible negar realmente la resurrección de Cristo, si se pudiera probar que es absolutamente falsa, todo el edificio del evangelio se desmorona, y toda la estructura de la religión cristiana es sacudida desde su fundamento, y el mismo arco del cristianismo se vuelve polvo. Si esto fuera así, no ha obrado más que cambios imaginarios, ha engañado a sus más fieles adherentes, ha defraudado las esperanzas de sus discípulos más devotos, y las más grandes conquistas morales que adornan las páginas de la historia de la iglesia cristiana se han apoyado en una falsedad.

No podemos ignorar el lugar prominente que la resurrección ocupa en las Escrituras. Sólo en el Nuevo Testamento se habla de ella más de 100 veces.

II. NATURALEZA DE LA RESURRECCION DE JESUCRISTO.

1. JESUCRISTO MURIO REALMENTE.

Algunos que no creen en la resurrección de Jesucristo, afirman que Jesús solamente sufrió un síncope, y que unas manos compasivas le bajaron de la cruz, creyendo que había muerto. El aire fresco del sepulcro en el que le colocaron, le hizo revivir, de modo que El salió del sepulcro como si en realidad hubiera resucitado de los muertos. Los discípulos creyeron que El había muerto y resucitado en realidad.

Esta teoría es falsa por las siguientes razones:

Jesucristo se apareció a sus discípulos después del tercer día, no como un hombre débil, doliente y medio muerto, sino como un conquistador victorioso y triunfante sobre la muerte y el sepulcro. Si El hubiera presentado el aspecto de un hombre enfermo y medio muerto, no hubiera podido producir en sus discípulos la impresión que produjo.

En Juan 19:33-37 leemos que los soldados atravesaron el costado de Cristo, y que de él brotaron sangre y agua. Los físicos y fisiólogos convienen en que una condición tal de los órganos vitales, incluyendo el mismo corazón, hace imposible la idea de un mero síncope, y prueba de manera concluyente que había muerto.

José de Arimatea pidió permiso para enterrar el cuerpo de Jesús, porque sabía que habían declarado que estaba muerto (Mat. 27:57, 58).

Cuando dieron a Pilato la noticia de que Cristo había muerto, se nos dice que “Pilato se maravilló que ya fuese muerto; y haciendo venir al centurión, preguntóle si era ya muerto. Y enterado del centurión, dió el cuerpo a José” (Mar. 15:44, 45).

Las mujeres trajeron drogas aromáticas para ungir un cuerpo muerto, no un Cristo medio muerto (Mar. 16:1).

Los soldados dijeron que estaba muerto: “Mas cuando vinieron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas” (Juan 19:33).

El mismo Jesucristo, El que es la verdad, testifica del hecho de que El había muerto realmente: “Yo soy el que vivo, y he sido muerto” (Apoc. 1:18).

2. EL HECHO DE QUE EL CUERPO DE CRISTO HABIA RESUCITADO REALMENTE DE LOS MUERTOS.

La resurrección de Cristo no es una resurrección espiritual, ni sus apariciones a sus discípulos fueron manifestaciones espirituales. El se apareció a sus discípulos en forma corporal. El cuerpo que había sido colocado en el sepulcro de José salió de él en el primer Domingo de Pascua, hace 20 siglos.

Algunos sostienen que no es necesario para la fe en la resurrección de Cristo que insistamos en una resurrección literal del cuerpo de Jesús. Todo lo que necesitamos es insistir en que Cristo fué reconocido después como el vencedor de la muerte, y que tenía el poder de una vida sin fin. De esta manera sucede que tenemos lo que se llama “El mensaje de resurrección,” en contraste con “La fe de la resurrección,” que cree en la resurrección literal de Jesucristo de entre los muertos. “La fe no tiene nada que ver con el conocimiento de la forma en que Jesús vive, sino solamente con la convicción de que El es el Señor viviente,” Harnack en ¿Qué es el Cristianismo? Según esta teoría la creencia en la resurrección de Jesucristo no significa más que la creencia en la supervivencia del alma de Jesús, es decir, que Jesús está vivo en una forma u otra, y que vive con Dios, mientras que su cuerpo experimentó la corrupción en el sepulcro.

A esto contestamos: Esto no puede ser así, porque todos los hechos de los relatos evangélicos contradicen tal teoría. Examinemos estos relatos.

a) Nos Encontramos con el Hecho de un Sepulcro Vacío.

Mat. 28:6; Mar. 16:6; Luc. 24:3, 12; Juan 20:1, 2. Testigos fidedignos, tanto amigos como enemigos, testifican que el sepulcro estaba vacío: las mujeres, los discípulos, los ángeles y los guardias romanos. ¿Cómo se puede explicar la ausencia del cuerpo de Jesús del sepulcro? El testimonio de los soldados, que habían sido sobornados para decir esa historia, hace evidente el hecho de que no había sido robado por personas extrañas (Mat. 28:11-15). Los guardias no hubieran permitido nunca que tal cosa sucediese, porque esto hubiera puesto en peligro sus vidas. Y si estaban dormidos (v. 13), ¿cómo sabían ellos lo que había ocurrido? En tales circunstancias su testimonio era inútil.

El estado en que encontraron los lienzos los que entraron en el sepulcro quita toda posibilidad de que el cuerpo fuera robado. Si hubiera sido así, los lienzos hubieran sido robados con el cuerpo y no dejados allí en perfecto orden, demostrando que el cuerpo había salido de ellos. Los ladrones no dejan las cosas en orden, porque no hay orden donde hay prisa.

El testimonio de los ángeles también prueba el hecho de que Jesús había resucitado como había predicho (Mat. 28:6; Mar. 16:6). Seguramente que tenemos que dar crédito al testimonio de los ángeles (Heb. 2:2).

b) En los Relatos Evangélicos se Mencionan otras Resurrecciones que Fueron sin Duda Resurrecciones Corporales.

Mat. 9:18-26; Luc. 7:11-18; Juan 11:1-44. Todos estos incidentes arrojan luz sobre la resurrección de Jesús. ¿Por qué dijeron los oficiales que tenían miedo de “que sus discípulos vinieran de noche y lo robaran,” si no se referían al cuerpo de Jesús? Ellos no podían robar el alma.

c) Los que le Vieron después de su Resurrección Reconocieron que Tenía el Mismo Cuerpo que Había Tenido antes, hasta las Marcas de sus Heridas.

Juan 20:27; Luc. 24:37-39. Es cierto que en algunas ocasiones sus discípulos no le reconocieron, pero tales casos fueron el resultado de que los ojos de los discípulos fueron impedidos de que le conocieran. En tales ocasiones hubo intervención divina. ¿Permanecen aún las marcas de los clavos en Cristo? ¿Es El aún el Cordero como inmolado? (Apoc. 5 y 6).

d) No Cabe la menor Duda de que el Apóstol Pablo Creyó en la Resurrección Corporal de Cristo.

Los corintios, a los que el apóstol escribió su admirable tratado sobre la resurrección (1 Cor. 15), no estaban gastando su tiempo negando una resurrección espiritual; ni el apóstol pasó tampoco su tiempo buscando argumentos para convencerles de una resurrección espiritual. (Véase Rom. 8:11.)

e) Es también Evidente por el Testimonio del mismo Cristo antes y después de su Resurrección.

Mat. 17:23; Luc. 24:39; Apoc. 1:18. No podemos legítimamente sacar otra conclusión de estas palabras sino que Cristo se refiere aquí a su resurrección corporal.

f) El Testimonio Apostólico Corrobora este Hecho.

Hech. 2:24-32; 1 Pedro 1:3, 21; 3:21. Pedro fué al sepulcro, y fué él el que entró y vió los lienzos. No debe haber duda sobre la veracidad del testimonio de Pedro.

g) El Relato de las Apariciones de Cristo es Prueba de una Resurrección Literal y Física.

Mat. 28:9, 10; Juan 20:14-18, cf. Mar. 16:9; Luc. 24:13-32; Juan 21, etc. Todas estas apariciones dan testimonio de que no era un espíritu incorpóreo o un fantasma lo que vieron, sino un Cristo real y corporal. Ellos le podían ver y tocar; le pudieron reconocer; El comió y bebió en su presencia.

h) Finalmente, muchos Pasajes de las Escrituras Serían Ininteligibles si no se Apoyaran en una Resurrección Corporal de Jesucristo del Sepulcro.

Rom. 8:11, 23; Efes. 1:19, 20; Fil. 3:20, 21; 1 Tes. 4:13-17.

3. NATURALEZA DEL CUERPO RESUCITADO DE CRISTO.

a) Fué un Cuerpo Real; no un Espíritu, ni un Fantasma.

De Luc. 24:36-43 se deduce que el cuerpo resucitado de Jesús no fué un fantasma, sino un cuerpo compuesto de “carne y hueso.” Podía ser “tocado” (Juan 20:20), y llevó las cicatrices de su pasión (Juan 20:24-29). No perdió completamente la apariencia de su cuerpo terrestre. (Nota: ¿Arroja esto alguna luz sobre el asunto de cómo nos reconoceremos en el cielo? ¿Tendrá Jesucristo este cuerpo todavía en la gloria? ¿Le reconoceremos nosotros allí por sus llagas?)

b) A pesar de ello, el Cuerpo de Jesús Fué más que un mero Cuerpo Natural.

Tenía señales y poseía atributos que indicaban una relación con la esfera celestial o sobreterrenal. Por ejemplo, podía atravesar las puertas cerradas (Juan 20:19), superando así las limitaciones físicas. A veces no se le pudo reconocer (Luc. 24: 13-16; Juan 20:14, 15; 21:4, 12; Mar. 16:12). Este hecho se puede explicar de dos maneras: primera, sobrenaturalmente, es decir, se impidió que sus ojos le reconocieran; segunda, diciendo que en la vida resucitada la parte espiritual controla la material, no como sucede ahora que la material controla la espiritual; así que el espíritu pudo cambiar la forma externa del cuerpo a su voluntad y en cualquier ocasión. (Sin embargo, es de notar cómo Jesús tuvo poder para hacerse reconocer por actos insignificantes, como el rompimiento del pan, y la entonación de su voz. ¿Llevamos nosotros también estas pequeñas características a la otra vida? ¿Podremos reconocer a nuestros seres queridos por estas cosas?) Además, Jesús pudo desaparecer de la vista de sus amigos (Luc. 24:31; Juan 20:19, 26; Luc. 24:51; Hech. 1:9). Así que pudo estar en diferentes lugares en muy corto espacio de tiempo.

¿Podemos nosotros explicar estos hechos? No, no del todo. Sin embargo, no debemos ser tan materialistas que no les demos crédito. “En realidad los hombres se están viendo precisados a reconocer diariamente que el mundo encierra más misterios de lo que hasta ahora se ha imaginado. Probablemente los físicos no están hoy día tan seguros de la impenetrabilidad de la materia, o de la conservación de la energía, como lo estaban antes; y nuevas especulaciones sobre la base etérea de la materia, y sobre la relación del mundo visible con el invisible con fuerzas y leyes hasta ahora desconocidas, abren grandes horizontes de posibilidades que tal vez encierran la llave para la explicación de fenómenos tan extraordinarios como los que aquí nos ocupan.” (James Orr)

c) El Cuerpo Resucitado de Cristo Fue Inmortal.

No sólo es cierto que el cuerpo de Cristo no vio la muerte desde su resurrección, sino que no puede morir más. Rom. 6:9, 10; Apoc. 1:18, cf. Luc. 20:36. (La lección que de aquí se saca para nosotros es: Cristo es las primicias, 1 Cor. 15:20.)

III. CREDIBILIDAD DE LA RESURRECCION DE CRISTO.

La credibilidad se refiere a la aceptación de un hecho en forma que reclama nuestra creencia. Es la creencia basada en la autoridad, en hechos acreditados, y en testigos competentes. La credulidad es la creencia en una cosa sin relación a la firmeza o debilidad, confianza o desconfianza de su autoridad, hechos o testigos. Es creer con demasiada facilidad, y sin razón alguna para la fe o la esperanza. La resurrección de Cristo es un hecho probado con evidencia suficiente, y que merece ser creída y aceptada inteligentemente. Es una doctrina confirmada por «muchas pruebas infalibles.”

Las pruebas de la credibilidad de la resurrección de Jesucristo que pueden ser seguidas en conformidad con nuestro propósito, son las siguientes:

1. ARGUMENTO DE CAUSA Y EFECTO.

Existen entre nosotros hoy día algunas cosas, condiciones e instituciones, que son efectos de causas, o de una causa. ¿Cuál es esta causa? Entre otras podemos mencionar:

a) El Sepulcro Vacío.

Aquí nos encontramos con el efecto; ¿cuál fué su causa? ¿Cómo quedó vacío el sepulcro? (Véase párrafo II, a, pág. 94.) Hay que buscar una razón que explique por qué el sepulcro estaba vacío. ¿Cuál es? Renán, el escéptico francés, con mucho ingenio y con verdad, dijo: “Vosotros los cristianos vivís rodeados de la fragancia de un sepulcro vacío.”

b) El Día del Señor.

El Día del Señor no es el sábado original. ¿Quién se atrevió a cambiarle? ¿Por qué razón, y con qué fundamento se cambió?

Nótese la tenacidad con que los judíos se atenían al sábado que fué dado en el Edén y apoyado entre los truenos del Sinaí. Recuérdese cómo los judíos preferían morir que pelear en día sábado (cf. la invasión de Tito a Jerusalem en el sábado). Los judíos nunca celebraban los días del nacimiento de los grandes hombres, sino que celebraban los acontecimientos, como la Pascua. Sin embargo, en el tiempo del Nuevo Testamento encontramos a algunos judíos que cambian el venerado día séptimo con el primer día de la semana, y, contra todo precedente, a este día le ponen el nombre de un hombre: el Día del Señor. Aquí encontramos un efecto, en realidad, un efecto tremendo; ¿cuál fué su causa? No puede haber efecto sin causa. La causa de este gran cambio en el día del culto fué la resurrección de nuestro Señor.

c) La Iglesia Cristiana.

Sabemos qué institución más grande y noble es la Iglesia Cristiana. ¿Qué sería de este mundo sin ella? Todos conocemos sus himnos, su culto, su filantropía y sus obras de misericordia. ¿De dónde procedió esta institución? Es un efecto, y un efecto glorioso. ¿Cuál fué su causa? Cuando el Cristo resucitado se apareció a sus desalentados discípulos y avivó en ellos la fe y la esperanza, ellos salieron y con una fe vencedora en un Señor resucitado y ascendido, predicaron la historia de su vida, muerte, resurrección, ascensión y segunda venida. Los hombres creyeron estas enseñanzas, y se juntaron para estudiar las Escrituras, para orar, para dar culto a Cristo, y para extender su reino entre los hombres. De esta manera vino la Iglesia a su existencia. Su causa fué la resurrección de Cristo.

d) El Nuevo Testamento.

Si Jesucristo hubiera permanecido enterrado en el sepulcro, hubiera quedado enterrada con El la historia de su vida y de su muerte. En realidad el Nuevo Testamento es un efecto de la resurrección de Cristo. Fué la resurrección la que comunicó ánimo a los discípulos para salir y predicar su historia. Algunos escépticos quieren hacernos creer que la resurrección de Cristo fué una invención de sus discípulos para dar un desenlace encantador a la vida de Cristo, un incidente decorativo que satisface el sentimiento dramático del hombre, un cuadro hermoso al final de una vida heroica. Nosotros contestamos: No hubiera habido una hermosa historia a la que poner un clímax, si no hubiera habido la historia de la resurrección de Cristo. La resurrección no brota de la hermosa historia de su vida, sino que la hermosa historia de la vida de Cristo arranca del hecho de la resurrección. El Nuevo Testamento es el libro de la resurrección.

2. ARGUMENTO DEL TESTIMONIO.

a) Acerca del Número de Testigos.

La resurrección de Cristo como hecho histórico queda confirmada por un suficiente número de testigos, más de quinientos (1 Cor. 15:3-9). En nuestros tribunales de justicia, basta un solo testigo para confirmar un asesinato; dos bastan para la alta traición; tres para la ejecución de un testamento; siete para un testamento oral. El mayor número de testigos que se requiere en nuestra legislación es de siete. La resurrección de Cristo tiene quinientos catorce. ¿No es suficiente este número?

b) Acerca del Carácter de los Testigos.

El valor del testimonio de un testigo depende mucho de su carácter; si éste puede ser tachado, el testimonio se rechaza. Examínese con cuidado el carácter de los hombres que dieron testimonio del hecho de la resurrección de Cristo. Búsqueseles tacha, si se puede. Desde el punto de vista ético son irreprochables. “Ningún enemigo honrado del evangelio ha podido negar este hecho. Su grandeza moral despertó a un Agustín, a un Francisco de Asís y a un Lutero. Ellos han sido el modelo sin igual de una humanidad madura y moral por cerca de 2,000 años.” En jurisprudencia se da mucha importancia al motivo. ¿Qué motivo pudieron tener los apóstoles para imponer al pueblo la historia de la resurrección de Cristo? Todos ellos (menos uno) murieron la muerte del mártir por su lealtad a la historia de la resurrección de Cristo. ¿Qué hubieran ganado ellos con este fraude? ¿Hubieran sacrificado ellos sus vidas por lo que creían que era una impostura?

Tampoco se debe despreciar el testimonio que llega hasta nosotros de otras fuentes que la de los autores inspirados del Nuevo Testamento sobre la resurrección de Cristo. Ignacio, un cristiano contemporáneo de Cristo y mártir por su fe en Cristo, dice en su Carta a los Filadelfios: “Cristo sufrió en verdad, como también resucitó en verdad. Yo sé que se encontraba en la carne después de su resurrección, y creo que todavía se encuentra así. Cuando vino a los que estaban con Pedro, les dijo: Tomad, tocadme, y ved que yo no soy un fantasma incorpóreo.” Tertuliano, en su Apologética, dice: “Poncio Pilato, según la antigua costumbre de comunicar al emperador cualquier novedad del imperio, a fin de que él lo supiese todo, mandó a Tiberio, Emperador de Roma, un relato de la resurrección de nuestro Señor de los muertos, después que se había extendido la fama de su admirable resurrección y ascensión. . . . Tiberio remitió todo el asunto al Senado, el que, después de enterarse de los hechos, lo rechazó.” Ni siquiera los críticos más escépticos ponen en tela de juicio la integridad de este pasaje.

DISCREPANCIAS QUE SE ALEGAN *

Las diferencias aparentes que hay en el testimonio de los testigos de la resurrección pueden reconciliarse en su mayoría, si no en total, si se adquiere un conocimiento correcto de la forma y orden en que tuvieron lugar las apariciones de Cristo después de su resurrección.

El siguiente orden de las apariciones puede ayudar a entender el testimonio sobre la resurrección:

1. Las mujeres en el sepulcro tienen la visión de los ángeles.

2. Las mujeres se separan en el sepulcro para dar a conocer las noticias. María Magdalena va a decírselo a Pedro y a Juan, los que sin duda vivían cerca de allí (porque al parecer llegaron al sepulcro de una sola corrida). Las otras mujeres van a decírselo a los otros discípulos, los que probablemente estaban en Betania.

3. Al recibir las noticias, Pedro y Juan corren al sepulcro, dejando a María. Después vuelven a su casa.

4. María se entretiene en el sepulcro, y recibe la visión de su Maestro y la orden de ir a decírselo a los discípulos.

5. Las otras mujeres ven a Cristo en el camino.

6. Cristo se aparece a los dos que iban a Emmaús.

7. A Simón Pedro.

8. A los diez apóstoles, y otros amigos.

9. A los apóstoles en Tiberias.

10. A los apóstoles y a la multitud en el monte.

11. A los discípulos y a los amigos al tiempo de la ascensión.

12. A Santiago (1 Cor. 15:7).

13. A Pablo (1 Cor. 15:8).

* E1 extracto siguiente, tomado del libro del Dr. Orr, La Resurrección de Jesús, arrojará alguna luz sobre las discrepancias en los testimonios, manteniendo siempre la credibilidad del hecho en si. “En una publicación reciente de Biblioteca Sacra se nos da un ejemplo instructivo. Una clase de historia estaba estudiando la Revolución Francesa, y los alumnos recibieron instrucciones de estudiar el asunto e informar al día siguiente acerca de por qué número de votos fué condenado Luis XVI. Casi la mitad de la clase informó que la votación había sido unánime. Un buen número dijeron que había sido condenado por mayoría de uno. Algunos dijeron que de un total de votos de 721 la mayoría había sido de 145. Los informes al parecer eran irreconciliables. Sin embargo, los historiadores habían proporcionado suficiente autoridad para cada uno de ellos. En realidad, los tres tenían razón, y la verdad completa se hallaba en la combinación de las tres opiniones. En la primera votación, acerca de la culpabilidad del rey, no hubo voto en contra. Algunos no dijeron más que esto. La votación sobre el castigo se tomó individualmente, teniendo cada cual que dar sus razones, y una mayoría de 145 se declaró por la pena de muerte, enseguida, o después que se hubiera hecho la paz con Austria, o después que la pena hubiera sido confirmada por el pueblo. La votación en favor de una muerte inmediata fué de 361 contra 360. En la historia encontramos muchos casos similares a éste. Como ejemplo de otra clase se puede hacer referencia al libro del Rvdo. R. se relata en Campbell, Sermones dirigidos a individuos, en el que dos distintas partes la misma historia de un hombre en Brighton con detalles muy dramáticos. La historia, sin duda, es verdadera en su esencia; pero acerca de las “discrepancias” el lector debe hacer sus comparaciones y conclusiones y no hablar más de los Evangelios.”

IV. RESULTADOS DE LA RESURRECCION DE JESUCRISTO.

1. EN RELACION CON EL MISMO JESUCRISTO.

Rom. 1:4: “El cual fué declarado Hijo de Dios con potencia, según el espíritu de santidad, por la resurrección de los muertos.”

“Declarar” aquí quiere decir señalar, definir, separar (Hech. 10:42; Heb. 4:7). Nota: Cristo no fué hecho Hijo de Dios por la resurrección, sino que fué declarado ser tal. Si Cristo hubiera permanecido en el sepulcro, como los demás hombres, no hubiera habido razón alguna para exigir la fe en El. El sepulcro vacío da testimonio de la divinidad de Cristo.

Mat. 12:38-42; Juan 2:13-22. En estos pasajes Jesucristo basa su autoridad para sus enseñanzas y la veracidad de toda su doctrina sobré su resurrección de entre los muertos. (Cf. I. 2, en este capítulo, pág. 91.) Véase también Mat. 28:6: “Ha resucitado, como dijo.”

2. EN RELACION CON EL CREYENTE EN JESUCRISTO.

a) Le da Seguridad de que es Aceptable a Dios.

Rom. 4:25: “El cual fué entregado por nuestros delitos, y resucitado para nuestra justificación.” Mientras Cristo permanecía en el sepulcro no había seguridad alguno de que su obra redentora hubiera sido aceptable a Dios. El hecho de que Dios resucitó a Jesús de los muertos fué evidencia de que el Padre estaba satisfecho con el sacrificio que Cristo había hecho por los pecados de los hombres. “De justicia, por cuanto voy al Padre” (Juan 16:10). Los pecadores que creen pueden ahora estar satisfechos de que en El han sido justificados. Este pensamiento se ilustra con la escena de los judíos esperando fuera del templo la salida del sumo sacerdote (Luc. 1:21), indicando con esto que su sacrificio había sido aceptado por Dios.

b) Le da la Seguridad de que un Sumo Sacerdote Intercede por él en los Cielos.

Rom. 8:34: “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.” También Heb. 7:25. La salvación no terminó en la cruz. Tenemos todavía necesidad del perdón diariamente, así como de presentar continuamente la sangre derramada ante el trono de la misericordia. Tenemos que contestar aún las acusaciones de Satanás (Zac. 3:1-5; Job 1 y 2; Heb. 7:25). Necesitamos aún un Moisés, no sólo para librarnos de la esclavitud, sino también para orar e interceder por nosotros a causa de nuestros pecados cometidos en las andanzas por el desierto. La seguridad del perdón de los pecados cometidos después de la conversión está en que nuestro gran Sumo Sacerdote es siempre oído (Juan 11:42), y en que El siempre está orando por nosotros para que nuestra fe no falte (Luc. 22:32). Nuestras caídas temporales no nos condenarán, porque nuestro Sacerdote siempre intercede por nosotros.

c) Le da Seguridad de todo el Poder que Necesita en la Vida y en el Servicio.

Ef. 1:19-22: “Aquella supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, por la operación de la potencia de su fortaleza, la cual obró en Cristo, resucitándole de los muertos, y colocándole a su diestra en los cielos, sobre todo principado, y potestad, y potencia, … y diólo por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia.” También Fil. 3:10. Existen dos normas en la Biblia por las que se mide el poder de Dios. En el Antiguo Testamento, cuando Dios quiso que su pueblo conociera el alcance de su poder, la norma era según el poder con el que sacó a Israel de Egipto (Miq. 7:15). En el Nuevo Testamento, la unidad de medida del poder de Dios es “por la operación de la potencia de su fortaleza, la cual obró en Cristo, resucitándole de los muertos.” El pasaje de Fil. 3:10 da al creyente la promesa y seguridad no sólo de poder y victoria presentes, sino también de la glorificación futura. Si nosotros deseamos conocer lo que Dios puede hacer en nosotros y por nosotros, debemos poner nuestra vista en la resurrección de Jesucristo.

d) Le da Seguridad de su Propia Resurrección e Inmortalidad.

1 Tes. 4:14: “Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con él a los que durmieron en Jesús.” 2 Cor. 4:14: “Estando ciertos que el que levantó al Señor Jesús, a nosotros también nos levantará por Jesús, y nos pondrá con vosotros.” Juan 14:19: “Porque yo vivo, y vosotros también viviréis.”

3. EN RELACION CON EL MUNDO.

a) Certeza de una Resurrección.

1 Cor. 15:22: “Porque así como en Adam todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados.” Pablo aquí está discutiendo la resurrección corporal, no la espiritual (véase II, 2 d), pág. 96). Así como en Adam todos mueren físicamente, así en Cristo todos resucitarán físicamente. La resurrección de Jesucristo es garantía de la resurrección de todos los hombres (véase Resurrección, pág. 229).

b) Certeza de un Día del Juicio.

Hech. 17:31: “Por cuanto ha establecido un día, en el cual ha de juzgar al mundo con justicia, por aquel varón al cual determinó; dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.” La resurrección de Cristo es la prueba irrefutable de Dios del hecho de que habrá un día de juicio para todo el mundo. Tan segura es la una como el otro.

ASCENSION Y EXALTACION DE JESUCRISTO

I. SIGNIFICADO DE ESTAS PALABRAS.

Cuando hablamos de la ascensión de Cristo nos referimos a aquel hecho en la vida de nuestro Señor resucitado por el cual se separó visiblemente de sus discípulos para ir al cielo. Este hecho está relatado en Hech. 1:9-11: “Este mismo Jesús que ha sido tomado desde vosotros arriba en el cielo,” etc.

La exaltación de Jesucristo significa aquel hecho de Dios por el cual el Cristo resucitado y ascendido recibe el lugar de poder a la diestra de Dios. Fil. 2:9: “Por lo cual Dios también le ensalzó a lo sumo, y dióle un nombre que es sobre todo nombre.” Efes. 1:20, 21: “La cual obró en Cristo, resucitándole de los muertos, y colocándole a su diestra en los cielos, sobre todo principado y potestad.” Véase también Heb. 1:3.

II. INFORMACION BIBLICA SOBRE ESTA DOCTRINA.

Los profetas del Antiguo Testamento tuvieron el presentimiento de esta verdad, Salmo 110:1; 68:18. Vieron en visión profética no sólo al Señor manso y humilde, sino también ascendido y glorificado.

Nuestro Señor mismo predijo su ascensión y exaltación en muchas ocasiones. En realidad estos hechos estuvieron continuamente en su mente: Luc. 9:51; Juan 6:62; 20:17.

Los escritores del Nuevo Testamento relatan el hecho; Mar. 16:19; Luc. 24:51; Juan 3:13; Hech. 1:9-11; Efes. 4:8-10; Heb. 10:12.

Esteban en el momento de su muerte recibió una visión del Cristo exaltado. El vió “a Jesús que estaba a la diestra de Dios” (Hech. 7:55, 56).

Los apóstoles enseñaron y predicaron estas grandes verdades. Pedro, Hech. 2:33, 34; 5:31; 1 Pedro 3:22. Pablo, Efes. 4:8-10; Heb. 4:14; 1 Tim. 3:16.

III. NECESIDAD DE LA ASCENSION Y EXALTACION DE JESUCRISTO.

La naturaleza del cuerpo resucitado de nuestro Señor necesitaba su ascensión y exaltación. Tal cuerpo no podía estar sujeto a las leyes ordinarias; no podía habitar aquí de una manera permanente.

La personalidad única de Cristo requería también tal salida de este mundo. ¿No debía ser la salida de Cristo de este mundo tan única como había sido su entrada? Téngase presente también su vida sin pecado. Si Elías y Enoc, que fueron hombres pecadores, tuvieron una salida tan milagrosa, ¿por qué nos hemos de admirar de que también se le concediera ésta a Cristo? En realidad parece sumamente natural y en perfecta conformidad con toda su vida que la ascensión y exaltación dieran un fin adecuado a una vida tan admirable.

La ascensión y exaltación fueron necesarias para completar la obra redentora de Cristo. Su obra no terminó cuando resucitó de los muertos. Aun no había presentado la sangre de la expiación ante su Padre, ni había recibido aún su lugar a la derecha del Padre como el dador de todo don espiritual, y especialmente del don del Espíritu Santo.

De esta manera pudieron los apóstoles dar a un mundo incrédulo y preguntón una razón satisfactoria de la desaparición del cuerpo de Cristo, que había sido colocado en el sepulcro, y que ellos decían haber visto después de la resurrección.. El mundo les podría preguntar con burla: “¿Dónde está vuestro Cristo?” Los apóstoles les podían contestar: “Le hemos visto subir al cielo y está sentado a la diestra del Padre.”

Fué también necesario que esto sucediera para que Cristo pudiera ser el objeto ideal de culto para toda la raza humana. No debemos olvidar que el ministerio terrestre de Cristo fué puramente local. El no podía estar entonces más que en un lugar al mismo tiempo. Los que le adoraron a sus pies en Jerusalem, no podían adorarle en otro lugar al mismo tiempo. Esta fué sin duda la lección que el Maestro quiso dar a María cuando ésta quiso agarrarle, y El le dijo: “No me toques.” María tenía que adorar por fe, no por vista.

IV. NATURALEZA DE LA ASCENSION Y EXALTACION DE JESUCRISTO.

1. FUE UNA ASCENSION CORPORAL Y VISIBLE.

Hech. 1:9-11; Luc. 24:51. Era el mismo Cristo que ellos habían conocido durante su vida, ahora glorificado, que se había quedado con ellos por espacio de cuarenta días, que les había dado ciertas ordenanzas y que tenía sus manos extendidas para bendecir, que ahora vieron desaparecer de su vista subiendo al cielo. Era un cuerpo de carne y huesos, no de carne y sangre. Así será nuestro traslado (1 Cor. 15:51, 52).

2. PENETRO LOS CIELOS.

Heb. 4:14; Efes. 4:10; Heb. 7:26. No sabemos qué cielos o cuántos cielos han sido creados entre la tierra y el lugar donde Dios mora, pero aquí se nos dice que Jesús pasó a través de ellos, hasta el más alto, y en realidad fué hecho más alto que los cielos. Esto quiere decir que El venció a todos los malos principados y poderes que habitan esos lugares celestiales (Efes. 6), y que indudablemente hicieron todo lo que pudieron para impedir que El pasase por los cielos para presentar a su Padre la obra que había terminado. Así como el sumo sacerdote pasaba por el velo hasta el lugar santo, así Cristo pasó a través de los cielos a la presencia de Dios.

3. TOMO SU LUGAR A LA DIESTRA DEL PADRE.

Fué exaltado hasta la diestra de Dios. Efes. 1:20: “Colocándole a su diestra en los cielos, sobre todo principado, y potestad.” Col. 3:1: “Está Cristo sentado a la diestra de Dios.” Cristo no tomó este lugar sin luchar con los principados y poderes del mal. Pero, “Sacólos a la vergüenza en público, triunfando de ellos en sí mismo” (Col. 2:15). Véase también Hech. 5:31.

¿Qué significa la “diestra de Dios”? ¿Significa esto un lugar definido o es sencillamente una figura de lenguaje que indica un lugar de autoridad y poder? ¿Por qué no ha de significar ambas cosas? Dios tiene su lugar de habitación en el cielo, y no es increíble pensar que desde aquel trono Cristo ejerce sus prerrogativas divinas. Esteban vio a Cristo parado a la diestra de Dios en el cielo.

“La diestra de Dios” indica, con toda seguridad, el lugar del acusador a quien Cristo arroja de allí (Zac. 3:1; Apoc. 12:10); el lugar de intercesión que Cristo ocupa ahora (Rom. 8:34); el lugar de aceptación en el que se sienta ahora el Intercesor (Salmo 110:1); el lugar del poder más grande y de la bendición más rica (Gén. 48:13-19); el lugar de poder (Salmo 110:5). Todos estos poderes y prerrogativas le pertenecen a Cristo a causa de la obra de la redención que El completó.

V. EL PROPOSITO DE LA ASCENSION Y EXALTACION DE JESUCRISTO.

1. HA ENTRADO EN EL CIELO COMO UN PRECURSOR.

Heb. 6:20: “Donde entró por nosotros como precursor Jesús.” El precursor es una persona que entra en un lugar antes de los que le siguen; una persona que se envía delante para observar; un explorador, un espía. El sumo sacerdote del Levítico no era un precursor, porque nadie le podía seguir. Pero el pueblo de Cristo le seguirá a donde El va.

2. HA IDO A PREPARAR UN LUGAR PARA SU PUEBLO.

Heb. 9:21-24; Juan 14:2. Allí se encuentra El haciendo los preparativos necesarios para la venida de su esposa, que es la Iglesia. En cierta forma parece que el santuario celestial había sido contaminado por el pecado. Por consiguiente, era necesario que Cristo le limpiase con su sangre. ¡Qué hogar ha de ser aquél que Cristo nos prepara!

3. SE ESTA PRESENTANDO DELANTE DE DIOS EN FAVOR NUESTRO.

Heb. 9:24: “Para presentarse ahora por nosotros en la presencia de Dios.” El está allí como Sumo Sacerdote actuando en favor nuestro, presentando la sangre de la expiación. “Mi Seguridad está ante el trono.” Sin embargo, no es tanto ante el trono como sobre el trono. El es el Sacerdote real, que pide con autoridad y sus peticiones son atendidas.

4. EL HA TOMADO SU LUGAR A LA DIESTRA DEL PADRE PARA QUE LLENE TODAS LAS COSAS, ESPERANDO EL DIA EN QUE HA DE TENER DOMINIO UNIVERSAL.

Efes. 4:10. El llena todas las cosas con su presencia, con su obra y consigo mismo. Ahora ya no es un Cristo local (cf. Jer. 23:24).

Heb. 10:12, 13; Hech. 3:20, 21: “Enviará a Jesucristo . . . al cual de cierto es menester que el cielo tenga hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas.” Después de obtener la victoria, Cristo está ahora esperando recoger todos los despojos; está esperando, pero no dudando, porque sus pies están ya sobre la cerviz del enemigo. El Apocalipsis pinta a Cristo tomando posesión de su reino.

VI. RESULTADOS DE LA ASCENSION Y EXALTACION DE JESUCRISTO.

1. NOS DA SEGURIDAD DE UNA ENTRADA LIBRE Y CONFIADA A LA PRESENCIA DE DIOS.

Heb. 4:14-16: “Por tanto, teniendo un gran Pontífice, que penetró los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. . . . Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia.” Nuestro gran Sumo Sacerdote está delante del trono haciendo súplicas, asegurando el perdón de su pueblo, y dando bendiciones en respuesta a la fe y las plegarias. Podemos tener una confianza libre y segura al acercamos a Dios.

2. UNA ESPERANZA SEGURA DE LA INMORTALIDAD.

2 Cor. 5:1-8 describe las ansias del cristiano de ser revestido con un cuerpo después que ha sido llamado a dejar este tabernáculo terrestre. El no desea una existencia incorpórea. La ascensión y exaltación de Cristo dan seguridad al creyente de que tomará su lugar en el cielo con un cuerpo semejante al cuerpo glorioso del mismo Cristo.

3. INSPIRA AL CREYENTE LA CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA DE DIOS PARA CREER QUE TODAS LAS COSAS COOPERAN A SU BIEN.

Al ver que Cristo, la Cabeza del creyente, ha sido exaltado por encima de todas las cosas en el cielo y en la tierra, el creyente puede dominar las circunstancias y ser superior a todo lo que le rodea (Efes. 1:22; cf. Col. 1:15-18).

4. CRISTO HA SIDO HECHO CABEZA SOBRE TODAS LAS COSAS A LA IGLESIA.

Esto quiere decir que todo está sujeto a Cristo por amor a la Iglesia. Efes. 1:22: “Sometió todas las cosas debajo de sus pies, y diólo por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia.” Cristo es la plenitud del Padre para la Iglesia (Col. 1:19; 2:9, 10). Cristo da el Espíritu Santo a la Iglesia (Hech. 2:33-36; Juan 7:37-39). El recibe y da a la Iglesia los dones espirituales (Efes. 4:8-12).